"Algo pasaba con sus hijos, pero por entonces no
sabían mucho más. Eran los 80 en las Rías Baixas y la fariña estaba por
todos lados. “Al principio pensamos que eran cosas de adolescentes, pero
pronto vimos que había mucho más detrás”, cuenta a Diagonal
Carmen Avendaño, una de las madres que supo entender que los problemas
de adicción de dos de sus hijos no los podría solucionar ella sola.
Carmen, que venía del mundo asociativo, interpelaba a otras madres:
“Olvidaos de vuestro caso concreto, de vuestro hijo, tenemos que pensar
en la sociedad, por qué llega la droga, quién la trae”.
Hace 30 años, en 1985, las denominadas madres contra
la droga creaban la Fundación Érguete, “levántate” en gallego. En la
presentación, entregaron una lista de 33 bares de Vigo donde se
traficaba con droga. Tirando del hilo, no tardaron en descubrir que las
complicidades llegaban mucho más arriba: tres años después entregaban a
los principales partidos gallegos de la época –Alianza Popular, Partido
Socialista y Bloque Nacionalista Galego– una lista negra con los nombres
de militantes y cargos de estos tres partidos vinculados con el
narcotráfico.
En la segunda mitad de los años 80, no sólo la política y
la policía “miraban hacia otro lado”. Los grandes capos gallegos eran
“invulnerables”. Se habían convertido en los “reyes de Galicia”,
explica a Diagonal el periodista Nacho Carretero, autor de Fariña (Libros del K.O., 2015), en el que explora la connivencia del narco con altos cargos del PP gallego.
Los reyes de Galicia
“El narcotráfico estuvo muy cerca de convertirse en un contrapoder,
Galicia se podría haber convertido en Sicilia”, pero no se llegó tan
lejos. Para el autor de esta introducción al narcotráfico gallego, el
trabajo de los grupos de familiares contra el narco tuvo mucho que ver
con esto. Su labor fue fundamental para dar a conocer el reciclaje de
los contrabandistas en capos de la droga.
La Galicia de la posguerra y los primeros años de la
Transición –especialmente las Rías Baixas y la Costa da Morte– era un
campo abonado para el tráfico de todo tipo de mercancías, una zona
fronteriza con Portugal abandonada por el Estado, con una “orografía
ezquizofrénica”, imposible de vigilar, necesitada de todo tipo de
productos y azotada en los años 80 por la reconversión de la pesca, que
dejó a una parte de la flota gallega en tierra y a cientos de armadores
endeudados.
“Cuando Galicia ya no necesitó elementos tan básicos
como alimentos o medicinas se empezó a buscar lo rentable, y lo rentable
era el tabaco”, cuenta Carretero. De este modo aparecieron estas
primeras figuras, los llamados “señores do fume”, que siempre fueron
“muy bien vistos porque generaban empleo para una juventud sin trabajo,
traían riqueza y daban oportunidades que no daba el Estado”.
Así surgieron personajes como Celso Lorenzo,
presidente del Celta de Vigo, o Vicente Otero ‘Terito’, amigo personal
de Manuel Fraga, condecorado con la medalla de oro y brillantes de
Alianza Popular (AP). También era el caso de José Ramón ‘Nené’ Barral,
alcalde de Ribadumia por AP, o de Manuel Díaz González, alias Ligero,
alcalde de A Guarda, también de AP, que se ganó su apodo por lo rápido
que cruzaba la frontera con Portugal.
“En realidad –explica Carretero–, en la época del
contrabando ni siquiera era una connivencia, era una red tan tupida que
era difícil distinguir quién era alcalde o quién era contrabandista. Ese
entramado aprobado socialmente se heredó con el narcotráfico”.
La historia del capo Sito Miñanco es la del
narcotráfico gallego. Al igual que otro de los grandes, Laureano
Oubiña, había nacido en Cambados, en las Rías Baixas, en una familia
humilde de pescadores. A principios de los 80 se introdujo en las redes
de contrabando de tabaco, un negocio interrumpido en 1983 por un breve
paso por la cárcel de Carabanchel, en Madrid, donde coincidió con uno de
los miembros del cártel de Medellín, Jorge Luis Ochoa.
“Se suele decir
que el narcotráfico gallego nació en Carabanchel, pero ésta es una
visión un tanto romántica”, dice este periodista. Para Carretero, esta
alianza internacional surgió en realidad en Suiza, en los canales de
lavado de dinero, y en Panamá, donde los cárteles colombianos tenían sus
tapaderas
“En España, el contrabando de
tabaco y el tráfico de drogas tenían el mismo castigo, el mismo riesgo
con un margen de beneficio mucho mayor. Y en cuanto ven que funciona se
convierte en una puerta de entrada casi monopólica para la cocaína en
Europa”, cuenta.
Las fotos de otro de los grandes capos, Marcial
Dorado, de veraneo en 1995 con el presidente de la Xunta, Alberto Núñez
Feijóo, revelan no sólo las estrechas relaciones entre política y narco,
sino también la visión favorable que pervive del contrabando, dice
Carretero: “Una de las explicaciones que dio Feijóo era que entonces
Dorado sólo era contrabandista. Ah, bueno, entonces nada”.
El periodista Perfecto Conde narraba una escena en el
parador de Cambados en la que el debate entre la nueva y vieja guardia
sobre cuánto dinero debían aportar a la campaña de los populares terminó
a tiros. Pero no bastaba con financiar a AP. También había que estar
dentro.
Era el caso de Pedro Vioque, “el narcotraficante más peligroso
que ha conocido Galicia”, abogado de Miñanco y Oubiña, presidente de la
cámara de comercio de Vilagarcía y miembro de AP. O el caso de José
Alfredo Bea Gondar, alcalde de O Grove, que no pudo asumir su segundo
mandato en 1991 porque estaba en Alcalá Meco condenado por narcotráfico.
Hasta tal punto llegaba el control de los clanes
sobre el aparato judicial y policial gallego que una de las órdenes del
juez Baltasar Garzón antes de lanzar en 1990 la operación Nécora, el
primer gran golpe al narcotráfico, fue “ni una palabra a Galicia”,
cuenta Carretero.
La mayor connivencia se
dio con AP, pero no por una cuestión ideológica, sostiene Carmen
Avendaño, sino porque eran los que gobernaban. “Cuando no se tienen
escrúpulos y se tiene dinero, el dinero lo que busca es poder”,
sentencia. Los contrabandistas –y luego los narcos– lo que buscaban era
información, pero sobre todo “impunidad”, dice Carretero. “Los
narcotraficantes hasta la operación Nécora campaban a sus anchas por
Galicia.
No es normal que Sito Miñanco fuera en un Chevrolet
descapotable por las Rías Baixas o que Laureano Oubiña viviese en el
pazo de Baión”, en referencia a la lujosa finca de 275 hectáreas.
“No hay un sólo partido en Galicia que no haya sido
financiado por el narcotráfico”, le confesaba a Carretero un juez que
prefirió mantener el anonimato. El mismo Laureano Oubiña recordaba a
sus antiguos colegas: “Desde aquí les recuerdo a los políticos que soy
el mismo que pagó sus campañas electorales”.
Favores y compromisos
Era la época dorada de los clanes. Sito Miñanco compró el club de fútbol
de Cambados y en su intento de llevarlo a primera división pagaba a sus
jugadores más que el Deportivo o el Celta, relata Carretero. “Miñanco
tenía el perfil más de capo, tal como lo entendemos ahora, iba con sus
camisas, con sus mujeres, con sus cadenas de oro”, cuenta.
“Eran mini
Pablo Escobares, presidían clubes de fútbol, financiaban las fiestas,
pagaban a la Iglesia, eran más importantes que el alcalde, y en los
desfiles de la Virgen del Carmen, el primer barco era el del narco, no
el del alcalde, eran los amos”, cuenta.En la época del contrabando ni siquiera era una connivencia, era una red tan tupida que era difícil distinguir quién era alcalde o quién era contrabandista
El negocio del narcotráfico pervive en Galicia,
aupado en los últimos años, dice Carretero, por los recortes en personal
y medios en la lucha contra las redes de tráfico de drogas. Lo que ha
cambiado es la percepción de la sociedad gallega. En esa tarea, para el
autor de Fariña, los grupos de familiares fueron fundamentales.
“Le
echaron mucho valor, porque se enfrentaron a los narcos cara a cara en
un momento en el que hacer eso era jugarse la vida. Esa sensación, esa
rabia de ver que la vida de tu hijo está destrozada, y tu vecino sale en
Mercedes, fue la que levantó a estas madres. Ellas no acabaron con el
narcotráfico, pero fueron parte de un sector de la sociedad gallega que
hizo reaccionar al Estado e hizo que por fin se hiciera algo, donde
hasta entonces nadie había hecho nada”.
Carretero duda que Fraga pudiera ignorar la
metamorfosis de los contrabandistas en narcotraficantes. “Tarde o
temprano saldrán cosas muy gordas, hay jueces con información y, sobre
todo, narcotraficantes con información que si un día tiran de la manta
en Galicia se sabrán cosas espectaculares”, dice Carretero.
Pero la pregunta más importante sigue en el aire:
hasta dónde llegaba la complicidad de los altos cargos del Partido
Popular. Carmen Avendaño detalla su encuentro con Manuel Fraga, donde,
según relata, el expresidente de la Xunta terminó llorando. “Era muy
emotivo. Creo que todos lo vimos llorar en algún momento.
Él se puso la
mano en la frente y yo hablé, hablé, no sé cuánto tiempo estuve
hablando, desde luego mucho, y miraba para él y yo pensaba: ‘Bueno, este
señor se quedó dormido’. Pues cuando terminé levantó la cabeza y sí, le
caían las lágrimas”. “¿De verdad está pasando todo esto?”, preguntó.
Al mismo tiempo perviven clanes gallegos “a la vieja
usanza”, como Los Pasteleros o Los Burros, pero que “no son comparables a
esos grandes grupos mafiosos”. Sin embargo, el negocio continúa, con
íntimas relaciones con las autoridades. E
n 2012, era detenido el
excomandante del puesto de la Guardia Civil de Corcubión José
Álvarez-Otero Lorenzo, como presunto jefe de una red que pretendía
desembarcar 3,2 toneladas de cocaína y que tenía controlada “a toda la
Guardia Civil en la Costa da Morte”, una institución con un “desastroso
currículum en cuanto a contrabando y narcotrafico”, señala Carretero. Y
en 2013, fueron detenidos dos guardias civiles de Pontevedra, Diego
Fontán y Javier López, que vendían información a las bandas arousanas.
De hecho, es en los 90 y en los primeros años del
siglo XXI cuando el negocio alcanza su mayores cotas. Según el
testimonio de otro juez que prefiere no dar su nombre, entre 2001 y 2003
entraron por Galicia 150.000 kilos de cocaína, cerca del 85% del total
consumido en Europa.
Y a finales de los 90 y principios de siglo, con la
caída de los capos históricos, se produce una nueva transformación: se
abandonan las grandes organizaciones y los clanes se especializan en el
transporte. “Ya en el siglo XXI cuando se convierten en
narcotransportistas, se reducen a clanes más pequeños cuya función es
más concreta. Los cárteles colombianos los subcontratan para meter la
cocaína en tierra”.
A partir de la operación Nécora, poco a poco van
cambiando de estilo, “se esconden, son discretos, intentan pasar
desapercibidos, aunque el negocio sigue siendo el mismo”.
La red de intereses del primer PP
En 1984 se produjo la
primera gran operación para acabar con el contrabando, liderada por el
juez José Luis Seoane Spiegelberg y el gobernador de Pontevedra,
Virginio Fuentes. Pero una filtración permitió a los principales capos
huir a Portugal. Poco después, el entonces presidente de la Xunta,
Gerardo Fernández Albor, se encontró con los capos exiliados en el país
vecino.
“No digo que fuese por esa reunión, pero poco tiempo después los
contrabandistas volvieron a Galicia, les pusieron unas multas muy
salvables y quedaron libres”. No hay pruebas de que sean hechos
relacionados, insiste Nacho Carretero, pero poco después este juez fue
trasladado a Santander y el gobernador a Albacete." (Martín Cuneo, El Salto, 12/11/15)
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