"Los resultados de las elecciones autonómicas del 12 de julio en
Galicia ofrecieron algunas sorpresas. Pero para quienes tienen memoria,
se antojaron a una vuelta al futuro: a las elecciones de 1997, las
terceras con mayoría absoluta de Manuel Fraga, donde también tuvo lugar
un sorpasso del BNG, con un carismático Beiras al frente, y un
calamitoso resultado de la coalición entre PSdG, una escisión de
Esquerda Unida, y Os Verdes. Una consolidación del nacionalismo de
izquierda como oposición a un partido conservador hegemónico.
La mayoría absoluta del PPdG no constituye sorpresa alguna. La
engrasada maquinaria electoral del partido y la campaña de su líder,
explotando su aura (real o no) de moderado gestor, escondiendo las
siglas del PP y priorizando su identificación con el territorio, dieron
frutos. El PPdG ganó en la Galicia rural y, con menos holgura, en la
urbana. Sólo empeoró resultados significativamente en Vigo, donde el
PSdG cosecha su mejor resultado gracias al tirón alcaldesco del tío del
candidato, y en la comarca de Verín, cuna de las protestas contra los
recortes sanitarios. Pero el partido de Núñez Feijóo fue también capaz
de mantener votos centristas, moderadamente galleguistas, y absorber el
espacio posible de Vox y Ciudadanos: desde conservadores muy gallegos
hasta el gremio de cabreados por el gallego, que en eso Vox y Cs son
iguales.
Que el BNG subiría era igualmente de esperar. Que lo haría en esta
medida, superando el techo de escaños obtenido en 1997 (aunque un 1%
menos de porcentaje de voto), sí fue sorprendente. Como también lo fue
el hundimiento espectacular del espacio electoral de Galicia en Común
(etc. etc.), cuya desaparición parlamentaria (efecto del umbral del 5%)
reforzó de rebote la mayoría del PPdG. El BNG consiguió ilusionar a casi
una cuarte parte del electorado en proporción inversa a la profunda
decepción que causaron entre sus votantes las peleas internas de Galicia
en Común (etc. etc.), entre Podemos y sus diversas facciones, Esquerda
Unida, Anova, las Mareas y alguno/a que me olvido. Como ha escrito X. M.
Pereiro, para navajazos y peleas, el electorado prefirió las que tienen
sello de autoctonía.
El BNG apostó por un liderazgo joven y femenino, con una líder
experimentada, sin grandes alharacas retóricas, pero que inspira
credibilidad; y es fiel a la vieja guardia de la UPG, partido
marxista-leninista que se quedó con las riendas del frente nacionalista.
Una nueva vieja guardia, que puso un mayor acento en las
reivindicaciones sociales y feministas (ya presentes en su repertorio,
aunque algunos divos crean que las inventó Podemos), las consecuencias
de la crisis económica y la pandemia, e hizo menos alarde de
soberanismo. Los resultados, desde luego, han sido óptimos. Los menores
de 40 años, los nuevos electores, las nuevas clases medias parecen, como
en 1997, haber impulsado el crecimiento electoral del Bloque. Si será
capaz de fidelizar ese voto, lo que no consiguió tras 2001, es la gran
pregunta. Un voto joven que en una sociedad crecientemente envejecida
cada vez tendrá menos influencia.
Que el PSdG subiría algo, era igualmente de esperar. Pero se suponía
que lo haría en mayor medida. El viento en la popa del Gobierno central,
del sanchismo, no funcionó esta vez. Ciertamente, el desgaste de la
gestión de la crisis sanitaria por el ejecutivo central le afectó. Pero
también fue difícil visibilizar qué ofrecía el PSdG, cuál era su
alternativa real, más allá de esperar que de Moncloa viniese la
salvación. Una vez más, un partido impulsado por baronías urbanas
(algunas en declive) y un liderazgo poco convincente se ha quedado en
posición subalterna para dirigir la oposición. Y de esta vez ni siquiera
las áreas rurales y semiurbanas le ofrecen un cierto colchón: el BNG le
supera en dos tercios de los ayuntamientos galaicos.
El futuro, obviamente, no está escrito. El rumbo político lo
condicionará la evolución de la pandemia y sus efectos sociales y
económicos. Pero los actores políticos tienen también la capacidad de
escribir el guion de los acontecimientos. Las semejanzas con 1997 son
tantas como las diferencias. Muchos piensan que se repetirá la historia:
el BNG, un partido cuyos exmilitantes tri- o cuadruplican a sus
militantes, será incapaz de asumir el reto de capitanear la oposición,
preso de su cultura política, y acusará fracturas internas; el PSdG en
algún momento volverá a subir y volverá a encabezar la alternativa; y el
PPdG seguirá en su robusta posición de hegemonía política.
Los
optimistas estiman que la Galicia de hoy no es la de hace 23 años, que
Núñez Feijóo en algún momento abandonará el timón, y que el empuje del
BNG, con liderazgo renovado, una agenda social reforzada y un mensaje
identitario modulado, puede suponer una auténtica alternativa y le
otorgan margen de crecimiento. ¿Qué pensar? Hay argumentos tanto para el
pesimismo como para el optimismo.
A favor del primero estaría la acreditada capacidad del PPdG para
mimetizarse con el territorio y captar las inquietudes de mucha gente,
no siempre de la más visible. Pues si algo tuvieron en común PPdG y BNG
(según más de un analista, los partidos más auténticamente "gallegos")
fue centrar su campaña en Galicia y para Galicia. Soluciones
territoriales y territorializadas. Por tanto, una salida de Núñez
Feijóo, como la de Fraga, no tendría graves consecuencias a medio plazo,
si no surge una fuerza (galleguista o no) capaz de disputarle votos del
espacio de centro y centro-derecha. O que la abuela gallega de Abascal
le inspire.
Igualmente, cabe la duda de si la modulación de mensajes e imagen en
el BNG será capaz de influir en los modos, la cultura política y la
capacidad de la organización para generar una dinámica sostenida a favor
del cambio. Es decir, si el BNG acometerá una renovación política
interna en la que desaparezcan viejos fantasmas, como el cainismo y el
sectarismo. Hay mimbres para ello, pero a las palabras deberían
acompañar los hechos. Y cabe pensar que, si la alternativa al PPdG pasa
por un nuevo bipartito encabezado por el BNG, serán bastantes los que en
el PSdG, y más en Ferraz, prefieran evitarse el mal trago y poner una
vela a Pablo Iglesias (Posse) para que en cuatro años vuelvan a ser
ellos quienes dirijan la alternativa, pues serían los únicos (altivez
muy típica del partido) legitimados para ello.
¿A favor del optimismo? Primero, que la geografía del poder en la
Galicia de 2020 es mucho más compleja y variada que en 1997. A
diferencia de los años noventa, el PPdG no copa todos los ámbitos
institucionales: sólo cogobierna (con un sainetesco aliado) una ciudad
de siete, mantiene las alcaldías de pocas villas, y sólo conserva una
Diputación, la de Ourense. La oposición tiene mayor capacidad de
incidencia e influencia en la sociedad gallega, y más experiencia
institucional que en 1997.
Además, a menudo son las astillas del mismo
palo las que protagonizan los mayores cambios dentro de las
organizaciones: tal vez los dirigentes jóvenes del BNG sean capaces de
aprender de los errores de sus mayores, y de
mudar la cultura política del nacionalismo de izquierda: preguntarle a
la gente hacia dónde va, y no de dónde viene, lo que podría convertir al
BNG en una suerte de casa común del nacionalismo de izquierda. Y, en
tercer lugar, tal vez el PSdG entienda que para sobrevivir también debe
territorializar de modo creíble, y no sólo municipalizar, su discurso e
imagen política. Para eso no basta con resucitar cada equis años
propuestas federalistas que después se evaporan, sino tomarlas en serio.
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