Jesús García pasea por A Penouta, el pueblo del ‘oro gris’. / Xurxo Lobato
"En la aldea ourensana de Penouta
sobresale una montaña con la boca partida. Desde 1971 y hasta 1986
cientos de vecinos de la comarca de O Bolo, contratados primero por
Hornos de Bilbao y después por una empresa del holding de Rumasa, le
extrajeron el estaño que guardaba —para destinarlo a la industria
armamentística— y llenaron el lugar de bares, de niños y de una
prosperidad resplandeciente. Duró lo que tardó en vaciarse la gran roca.
El fin de la actividad, avanzados los ochenta, dejó la montaña herida,
clausuró los bares para siempre y disparó un éxodo de las familias de
los empleados hacia Cataluña, el País Vasco y otras clásicas rutas de la
emigración que han asumido los gallegos como inapelables desde mediados
del siglo XX.
Ahora podrán hacer el viaje de vuelta: la escombrera de
cascotes que apiló Rumasa a los pies de la pelada montaña, mancomunada
rebosa tantalita —junto con el columbio forma el denominado oro gris, el
coltán: el material más codiciado, por escaso, por la industria
tecnológica— que la empresa canadiense Pacific Strategic Minerals se
propone explotar en breve. El elixir de la nanotecnología, a los pies de
la olvidada aldea orensana. Un maná bajo la losa del tiempo.
Los vecinos sonríen de lado. La firma canadiense ha comenzado ya a
pagarles el alquiler de la zona minera (7.000 euros anuales mientras
hace las catas; después “ya se verá hasta dónde asciende el pago”,
precisa el alcalde de Viana do Bolo, Andrés Montesinos) y a contratar
mano de obra en el pueblo.
De momento, apenas una decena de hombres.
Aunque ni el alcalde pedáneo, Manuel Rodríguez, palista de oficio, media
vida transportando el estaño en esa misma mina, tres décadas ya
abandonada, tiene la más remota idea de “qué cosa es esa” de la
tantalita: “Tanto nos da”, puntualiza de inmediato.
Como casi todos los varones de cierta edad en este pequeño pueblo del
oriente orensano, Rodríguez trabajó en la mina a cielo abierto de
Penouta para Rumasa sacando el estaño con la paleadora. Cuando la mina
cerró, el pedáneo se trasladó a extraer pizarra y granito a otra cantera
en el municipio próximo de A Veiga.
Hasta que esta también se agotó.
Fue entonces cuando el pedáneo se reconvirtió en albañil y en agricultor
autónomo. Esto es, se dedicó al cultivo para autoconsumo en sus
pequeñas parcelas de la aldea. Como la mayor parte de los hombres de su
quinta (él tiene 57 años) que se quedaron en el pueblo: apenas un
puñado.
Penouta es la visión de la montaña partida vigilando el escaso
vecindario galaico que vive de un par de animales y de sus huertos y
asomándose a Castilla por su otra faz: a un tiro de piedra del lago de Sanabria.
La aldea se vino abajo al mismo tiempo que la montaña empezó a
mostrar sus vísceras resecas. Tres décadas después del cierre de la mina
no queda estaño ni rastro de los bares, la población no supera los 50
vecinos de lunes a viernes, y solo cinco menores de edad, de entre 3 y
15 años, corretean por el pueblo.
Eso los fines de semana, porque a
diario el transporte escolar los desplaza hasta el colegio y el
instituto de la capitalidad del municipio, Viana do Bolo, a 12
kilómetros, de donde regresan por la tarde para encerrarse en casa.
Así que durante estas tres últimas décadas, salvo en la fiesta
patronal de San Bartolomé, en agosto, cuando la aldea estalla en un
jolgorio de verbena y empanadas, Penouta ha sido un lugar montañoso
lleno de ese silencio que retumba en los pueblos que envejecen pronto.
Hasta que, hace un año, la empresa canadiense sospechó de la existencia
del tantalio, ese elemento químico cuyas valiosas propiedades desconocen
los vecinos, y dio con el mineral, la tantalita, entre los cascotes de
la escombrera.
La remota aldea guardaba el codiciado tesoro imprescindible para la
industria tecnológica que buscaba Pacific Strategic Minerals por el
mundo. Los escombros que Rumasa desdeñó y que dejó tirados en la balsa
creada a los pies de la montaña han resultado estar llenos de una de las
14 materias primas minerales en riesgo de escasez y consideradas
“fundamentales” para la industria europea, aunque en este caso se lo
lleve una firma canadiense.
Los vecinos de Penouta no tienen, en su mayoría, ordenadores. Y, como
el pedáneo, desconocen qué es la tantalita; como desconocen también que
por la posesión de este oro gris que alimenta a las nuevas tecnologías se han desatado guerras tremendas en el mundo, como la del Congo, que ha sembrado de muertos el país africano en una espiral imparable.
Ajena a los avances de la tecnología y al preciado valor de la
tantalita, la escasa población de Penouta ha vivido una paz apuntalada
en esa sólida inactividad de la mayor parte de los envejecidos pueblos
gallegos. Aunque, en este caso, con el codiciado tesoro al lado de sus
empobrecidas casas, en el terreno de propiedad comunal, a punto de
salir, a precio desorbitado, al mercado internacional europeo y
americano.
El estudio presentado por la firma canadiense a la Xunta de Galicia
para obtener los permisos necesarios estima que la empresa podrá extraer
13 millones de toneladas del valioso mineral en la pequeña aldea. El coltán se vende en este momento a casi 200 euros el kilo en el mercado internacional.
Los vecinos no verán esa riqueza, pero, antes como ahora, cobrarán el
alquiler por el terreno y volverán a la actividad laboral que siempre
les ha proporcionado la montaña. “Pues claro que es nuestro, pero
nosotros no podemos hacer más que lo que hacemos: alquilarlo y exigir
que nos den trabajo”, comentan uno tras otro los habitantes de la ahora
aún abandonada Penouta. Irá renaciendo poco a poco. La empresa espera
extraer 3.000 toneladas diarias durante 15 años.
Jesús Vizcaya vive en Viana do Bolo, pero a veces aún pasa por la
aldea en la que trabajó para Rumasa como administrativo de la mina de
estaño y en donde era el representante sindical de CC OO. No la puede
olvidar. Entre otras razones porque la boca abierta de la montaña es lo
primero que se ve al entrar en el municipio en el que vive.
El hombre recuerda aquellos prósperos ochenta: “Éramos 145 empleados
fijos, todos de la zona, y había más de 100 empresas filiales”. Las
cifras serán similares en cuanto la empresa canadiense comience la
extracción. Un potosí para una aldea perdida en la montaña y para una
comarca depauperada como las de la práctica totalidad de la Galicia
interior.
Hace tres décadas, los sueldos que pagaba Rumasa eran de
“entre 80.000 y 100.000 pesetas mensuales”, recuerda el exsindicalista
mientras señala la montaña y explica cómo al cesar la actividad “todo se
vino abajo”: el cierre de los tres bares, el éxodo migratorio, el
envejecimiento, el vacío rotundo sobre el pueblo.
Tras el mazazo demográfico y económico que supuso la inactividad
minera, a los vecinos les quedó la supervivencia. Claro que, tres
décadas después de aquella gloriosa época, con la montaña partida
presidiendo ese silencio tangible de la aldea y con la crisis azotando a
toda España, el tesoro de la aldea de Penouta (un centenar de empleos
directos asegurados) sigue intacto." (
Cristina Huete
, El País,
23 ABR 2013)
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