8/5/13

Una aldea ourensana revivirá gracias a la extracción de tantalita, imprescindible en la microtecnología

Jesús García pasea por A Penouta, el pueblo del ‘oro gris’. / Xurxo Lobato

"En la aldea ourensana de Penouta sobresale una montaña con la boca partida. Desde 1971 y hasta 1986 cientos de vecinos de la comarca de O Bolo, contratados primero por Hornos de Bilbao y después por una empresa del holding de Rumasa, le extrajeron el estaño que guardaba —para destinarlo a la industria armamentística— y llenaron el lugar de bares, de niños y de una prosperidad resplandeciente. Duró lo que tardó en vaciarse la gran roca. 

El fin de la actividad, avanzados los ochenta, dejó la montaña herida, clausuró los bares para siempre y disparó un éxodo de las familias de los empleados hacia Cataluña, el País Vasco y otras clásicas rutas de la emigración que han asumido los gallegos como inapelables desde mediados del siglo XX.

 Ahora podrán hacer el viaje de vuelta: la escombrera de cascotes que apiló Rumasa a los pies de la pelada montaña, mancomunada rebosa tantalita —junto con el columbio forma el denominado oro gris, el coltán: el material más codiciado, por escaso, por la industria tecnológica— que la empresa canadiense Pacific Strategic Minerals se propone explotar en breve. El elixir de la nanotecnología, a los pies de la olvidada aldea orensana. Un maná bajo la losa del tiempo.

Los vecinos sonríen de lado. La firma canadiense ha comenzado ya a pagarles el alquiler de la zona minera (7.000 euros anuales mientras hace las catas; después “ya se verá hasta dónde asciende el pago”, precisa el alcalde de Viana do Bolo, Andrés Montesinos) y a contratar mano de obra en el pueblo.

 De momento, apenas una decena de hombres. Aunque ni el alcalde pedáneo, Manuel Rodríguez, palista de oficio, media vida transportando el estaño en esa misma mina, tres décadas ya abandonada, tiene la más remota idea de “qué cosa es esa” de la tantalita: “Tanto nos da”, puntualiza de inmediato.

 Como casi todos los varones de cierta edad en este pequeño pueblo del oriente orensano, Rodríguez trabajó en la mina a cielo abierto de Penouta para Rumasa sacando el estaño con la paleadora. Cuando la mina cerró, el pedáneo se trasladó a extraer pizarra y granito a otra cantera en el municipio próximo de A Veiga. 

Hasta que esta también se agotó. Fue entonces cuando el pedáneo se reconvirtió en albañil y en agricultor autónomo. Esto es, se dedicó al cultivo para autoconsumo en sus pequeñas parcelas de la aldea. Como la mayor parte de los hombres de su quinta (él tiene 57 años) que se quedaron en el pueblo: apenas un puñado.

Penouta es la visión de la montaña partida vigilando el escaso vecindario galaico que vive de un par de animales y de sus huertos y asomándose a Castilla por su otra faz: a un tiro de piedra del lago de Sanabria.

La aldea se vino abajo al mismo tiempo que la montaña empezó a mostrar sus vísceras resecas. Tres décadas después del cierre de la mina no queda estaño ni rastro de los bares, la población no supera los 50 vecinos de lunes a viernes, y solo cinco menores de edad, de entre 3 y 15 años, corretean por el pueblo. 

Eso los fines de semana, porque a diario el transporte escolar los desplaza hasta el colegio y el instituto de la capitalidad del municipio, Viana do Bolo, a 12 kilómetros, de donde regresan por la tarde para encerrarse en casa.

Así que durante estas tres últimas décadas, salvo en la fiesta patronal de San Bartolomé, en agosto, cuando la aldea estalla en un jolgorio de verbena y empanadas, Penouta ha sido un lugar montañoso lleno de ese silencio que retumba en los pueblos que envejecen pronto. 

Hasta que, hace un año, la empresa canadiense sospechó de la existencia del tantalio, ese elemento químico cuyas valiosas propiedades desconocen los vecinos, y dio con el mineral, la tantalita, entre los cascotes de la escombrera.

La remota aldea guardaba el codiciado tesoro imprescindible para la industria tecnológica que buscaba Pacific Strategic Minerals por el mundo. Los escombros que Rumasa desdeñó y que dejó tirados en la balsa creada a los pies de la montaña han resultado estar llenos de una de las 14 materias primas minerales en riesgo de escasez y consideradas “fundamentales” para la industria europea, aunque en este caso se lo lleve una firma canadiense.

Los vecinos de Penouta no tienen, en su mayoría, ordenadores. Y, como el pedáneo, desconocen qué es la tantalita; como desconocen también que por la posesión de este oro gris que alimenta a las nuevas tecnologías se han desatado guerras tremendas en el mundo, como la del Congo, que ha sembrado de muertos el país africano en una espiral imparable.

Ajena a los avances de la tecnología y al preciado valor de la tantalita, la escasa población de Penouta ha vivido una paz apuntalada en esa sólida inactividad de la mayor parte de los envejecidos pueblos gallegos. Aunque, en este caso, con el codiciado tesoro al lado de sus empobrecidas casas, en el terreno de propiedad comunal, a punto de salir, a precio desorbitado, al mercado internacional europeo y americano.

El estudio presentado por la firma canadiense a la Xunta de Galicia para obtener los permisos necesarios estima que la empresa podrá extraer 13 millones de toneladas del valioso mineral en la pequeña aldea. El coltán se vende en este momento a casi 200 euros el kilo en el mercado internacional.

Los vecinos no verán esa riqueza, pero, antes como ahora, cobrarán el alquiler por el terreno y volverán a la actividad laboral que siempre les ha proporcionado la montaña. “Pues claro que es nuestro, pero nosotros no podemos hacer más que lo que hacemos: alquilarlo y exigir que nos den trabajo”, comentan uno tras otro los habitantes de la ahora aún abandonada Penouta. Irá renaciendo poco a poco. La empresa espera extraer 3.000 toneladas diarias durante 15 años.

Jesús Vizcaya vive en Viana do Bolo, pero a veces aún pasa por la aldea en la que trabajó para Rumasa como administrativo de la mina de estaño y en donde era el representante sindical de CC OO. No la puede olvidar. Entre otras razones porque la boca abierta de la montaña es lo primero que se ve al entrar en el municipio en el que vive.

El hombre recuerda aquellos prósperos ochenta: “Éramos 145 empleados fijos, todos de la zona, y había más de 100 empresas filiales”. Las cifras serán similares en cuanto la empresa canadiense comience la extracción. Un potosí para una aldea perdida en la montaña y para una comarca depauperada como las de la práctica totalidad de la Galicia interior.

Hace tres décadas, los sueldos que pagaba Rumasa eran de “entre 80.000 y 100.000 pesetas mensuales”, recuerda el exsindicalista mientras señala la montaña y explica cómo al cesar la actividad “todo se vino abajo”: el cierre de los tres bares, el éxodo migratorio, el envejecimiento, el vacío rotundo sobre el pueblo.

Tras el mazazo demográfico y económico que supuso la inactividad minera, a los vecinos les quedó la supervivencia. Claro que, tres décadas después de aquella gloriosa época, con la montaña partida presidiendo ese silencio tangible de la aldea y con la crisis azotando a toda España, el tesoro de la aldea de Penouta (un centenar de empleos directos asegurados) sigue intacto."          ( , El País,  23 ABR 2013)

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