Promotores del huerto urbano de Caranza, en Ferrol. / GABRIEL TIZÓN
"No tienen empleo pero trabajan. Usan las manos para transformar la
tierra por iniciativa propia sin remuneración económica.
Su premio son
las lechugas, tomates y ajos que extraen de un labradío a la orilla de
la ría ferrolana y que reparten equitativamente entre los cinco socios
de una huerta comunitaria que ocupa parte de un gran solar baldío en
zona de dominio público marítimo terrestre de la Autoridad Portuaria de
Ferrol, con la grúa pórtico de la antigua Astano como telón de fondo.
“Una caja de patatas también es riqueza en una escala que no se
valora”, explica André Martínez Ces. Este ferrolano en paro de 35 años,
es uno de los cinco hortelanos novatos —Marta, Fátima, Juan y Paco— que
se turnan tres días por semana (lunes, miércoles y viernes) para labrar
de 17 a 20 horas la huerta comunitaria que comparten en el barrio de
Caranza, a tiro de piedra del paseo marítimo que bordea la orilla norte
de la ría.
De los cinco, sólo Marta tienen trabajo y Paco, el mayor, es
pensionista. André trabajaba en el metal y en la marea hasta que la
crisis naval lo dejó fuera.
Antes de ser un polígono obrero con unos 11.000 vecinos repartidos en
torres y bloques de viviendas, Caranza era una gran huerta hecha a
retazos de pequeños minifundios de ribera. Su huerta, explica Ces, es
parte de una gran parcela en desuso —unos 5.000 metros cuadrados
calcula— con una tierra excelente donde todo se da bien.
Por ahora, lo
que brota con mejor sabor son las lechugas, tomates, patatas, cebollas,
pimientos y ajos, seis ingredientes básicos para cualquier cocina y
plato. “Lo repartimos en partes iguales pero para comer todos los días
no da aunque ayuda”, admite.
Parte de la huerta de Caranza es
comunitaria y parte no. Hay otras 10 familias, en paro la mayoría, que
cultivan el mismo solar por su cuenta y sin ceñirse a los turnos y
horarios que tienen marcados.
“No venimos de tradición labriega. Lo hacemos por necesidad y por
compromiso”, se explica Ces. Cuenta que el huerto es una fórmula
productiva de protesta social para mostrarle a la Administración que se
puede generar empleo arando el suelo público.
“Transformamos el terreno
sin maquinaria pero no implica que queramos hacerlo gratis. Es el
ejemplo para exigir un trabajo con derechos”, matiza André, que integra
el Foro Social de Ferrolterra, una asamblea ciudadana muy activa contra
los desahucios y recortes en servicios públicos.
Tras dos años plantando plácidamente sus esquejes y cogollos en
Caranza sin que ningún poder público les chistase, el Puerto les envió
este mes a una patrulla de la policía portuaria para tomar nota justo
después de que su huerto reivindicativo saliera en prensa.
La asociación
de vecinos de Caranza también se ha quejado y pide que se regulen estas
huertas por miedo a que se extienda la moda de ocupar tierras públicas.
“Legalmente, pueden tener razón pero no se tratar de quitar nada. Es
aprovechar lo público y está abierto a todos”, replica Ces.
Esa especie de comuna hortícola de Caranza no es el único ejemplo que
hay en la urbe para sacar provecho a la tierra baldía. En Canido, hace
años que unos vecinos que se hacen llamar los mapuches se pusieron a
labrar las fincas urbanas condenadas al barbecho eterno por el abandono
de sus dueños legítimos en la falda del monte que cae desde el barrio
alto de Ferrol hacia la ensenada de A Malata.
Con distinto objetivo trabajan la tierra en la parroquia de San
Antonio de Padua, en Lugo. El cura, Alberto Leiva Torreiro, abandera
desde abril la plantación de patatas para rellenar la despensa de
docenas de familias en apuros que recurren a la beneficencia parroquial
para comer. Se trata de generar recursos para la solidaridad y ser
útiles contra la pobreza, resumen.
La finca la cedió un feligrés y el
trabajo es voluntario. “Intentamos integrar la ayuda prestada con el
compromiso de quien la recibe”, explican desde la parroquia, que pesigue
“generar recursos para la solidaridad y ser útiles contra la pobreza”,
con una oferta de labranza que abren a cualquiera que quiera poner su
granito de arena para remover la tierra.
En Santa Marta, en Conxo, a las afueras de Santiago, otros 10 vecinos
se turnan en el cultivo de una docena de bancales de una huerta que
comparten en tierras del Ayuntamiento. Ramón González Paz, coordinador
de la Asociación Galega de Horticultura Urbana (AGHU), calcula que esta
huerta ocupa unos 300 metros cuadrados en un solar de 5.000, que viene a
ser un 6% de un terreno desaprovechado.
Tienen casi de todo lo que se
puede plantar en primavera y un pequeño jardín para las hierbas
aromáticas que reparten entre ellos.
El modelo libre y autogestionado de
la huerta de Conxo es muy distinto del oficial que el propio
Ayuntamiento compostelano tutela en Belvís, cediendo pequeñas parcelas
de cultivo a los vecinos que las solicitan, similar a lo que hace la
Diputación de Lugo junto al río Rato, o el consistorio de Vigo en el
barrio de Lavadores.
“No es que los vecinos de Conxo que quieran estar en rebeldía al
margen de la legalidad pero pasaron a la acción cuando el Ayuntamiento
no les dio permiso”, explica la AGHU. Esta asociación que concentra a
los horticultores urbanos cuenta con 200 socios y medio millar de
simpatizantes en Galicia.
“Para muchos, ponerse a cultivar es una
afición que viene y va por oleadas”, dice Paz, que señala al huerto
urbano de Fontáns (Vigo), como uno de los ejemplos mejor organizados,
con 2.200 metros cuadrados sembrados de nabizas, lechugas y brecol donde
los veteranos de la siembra ilustran a los vecinos debutantes en la
cuestión hortelana." (
Lorena Bustabad , El País, Ferrol30 MAY 2014 )
No hay comentarios:
Publicar un comentario