"La noche electoral del 24M fue el desfile de la victoria para Abel Caballero.
Si Vigo fuese una plaza de toros, su alcalde habría salido a hombros. A
sus 69 años, y después de ocho mandando en la ciudad más grande de
Galicia con el viguismo como única bandera, Caballero se aupó como uno de los regidores más votados de España (51,8%).
Una isla para la tormenta que azota al PSOE
y que, curiosamente, viene de la mano de un hombre de la vieja guardia
del socialismo felipista con un pasado político de altibajos, con
sonoras derrotas que ha sabido sacudirse para renacer. (...)
Logró 17 concejales de 27 posibles. Fueron seis más
de los que ya tenía para una mayoría absoluta tan aplastante -le bastaba
con tres- que no tenía eco en ningún pronóstico electoral.
Le votaron 73.074 vigueses
(99,5% escrutado), más de la mitad de los que pasaron por las urnas el
pasado domingo en una ciudad industrial y obrera al sur de Galicia que
fabrica coches (Citröen) y barcos y ha superado antiguos complejos para
crear conciencia de ciudad y reivindicarse como motor real de la
economía gallega frente al eje norte A Coruña-Santiago. (...)
La cara B del pelotazo electoral de Caballero es el fracaso del PP en Vigo, al que casi triplicó en votos anulando por completo a la candidata de Alberto Núñez Feijóo, la ex conselleira Elena Muñoz,
a la que el presidente popular -censado en Vigo- envió a los leones a
última hora con pocas opciones de nada (y peor resultado del esperado).
También borra de la corporación al BNG, sus antiguos
socios de Gobierno, que se diluyen por el ascenso de la Marea viguesa,
que sin hacer muchos méritos logró tres asientos.
Abel Ramón Caballero Álvarez (Ponteareas, Pontevedra, 1946) es único en su especie. Genera pasiones y odios,
a partes iguales. Sus defensores, lo entronizan. Sus detractores lo
tachan de populista y despótico. Economista y catedrático, militó en el
Partido Comunista en sus años mozos y fue ministro de Transportes,
Turismo y Comunicaciones de Felipe González antes de cumplir los
cuarenta.
Entre la prensa gallega corre el chascarrillo de que le gusta
presentarse con un '¿sabías que a tu edad era ministro?', en un alarde
de prepotencia que lo retrata, como el tono negro de su cabello delata
su coquetería en la barrera de los setenta.
Llevó la cartera ministerial hasta el 88, siguió como Diputado en el Congreso hasta el 1997 y le plantó cara a Manuel Fraga
por la presidencia de la Xunta en un duelo del que el socialista salió
escaldado. Tanto que se retiró de la primera línea de fuego y guardó
discreto silencio en la oposición autonómica en lo que parecía la recta
final de su estrella política. En 2005, asumió la presidencia del Puerto
de Vigo y resucitó con la ciudad como epicentro y obsesión.
Dos años
después, con el respaldo de los nacionalistas, se hacía con la Alcaldía
al primer intento y desbancaba a Corina Porro, que se
fue a refugiar, precisamente, a la Autoridad Portuaria, al asiento que
Caballero había dejado libre para asaltar el consistorio.
En la
legislatura de 2011, el regidor socialista repitió mandato ampliando su
ventaja y empezó a marcar distancias con el Bloque para imponer el caballerismo en
el Gobierno local. Pactó, incluso con los populares, en una alianza
inédita PSOE-PP para sacar adelante los presupuestos en 2014.
Su relación con Feijóo es a cara de perro pero tampoco parece tenerla muy buena con su propio secretario general, José Ramón Gómez Besteiro
(PSdeG), que pasó de puntillas por la campaña de Vigo donde las siglas
del PSOE pesaron menos que la marca Caballero. Se dejo ver, eso sí, con Pedro Sánchez en el cierre de campaña para que este pudiera fiscalizar una de las pocas victorias que preveía con claridad.
Caballero, aunque no le gusta la comparación, recuerda el formato de alcaldismo absoluto que practicó Francisco Vázquez en
A Coruña. Defiende lo suyo y a lo suyos contra cualquier agravio, real o
aparente, venga de quien venga. Así ocurrió con la fusión de las cajas
gallegas, cuando sacó a la calle a unas 300.000 personas en defensa de
Caixanova, que se acabó fusionando a la fuerza con Caixagalicia para el
descalabro masivo de la banca gallega, la punta del iceberg de la gran
estafa que ambas tapaban.
También denuncia con insistencia la
discriminación que sufre el aeropuerto de Peinador (Vigo) frente a las
líneas subvencionadas que aterrizan en Lavacolla (Santiago) y Alvedro (A
Coruña).
Se ha pateado la ciudad, humanizando las calles y plazas limpias,
renovando redes de suministro y dejando su impronta en cada barrio, y
los votos que cosecha son el producto de ese trabajo. Colocó escaleras mecánicas en una ciudad repleta de cuestas e inició la reforma del vetusto Balaídos,
para mayor grandeza del Celta.
Tutela a la prensa local con la que
contrarresta los arreones mediáticos que recibe desde la Xunta y dedica
horas a programas de televisión y radio donde escucha a los vecinos y
anota sus quejas para darles pronta respuesta.
Su modelo ha
funcionado y ha convertido los ataques en su contra en una
reivindicación del orgullo vigués que ha calado hondo entre sus
votantes. Ni siquiera la controvertida instalación de un barco en una rotonda
en Coia, un movimiento que se hizo de noche para esquivar la oposición
vecinal, le ha restado empaque a su victoria.
Caballero insiste en que
le costaba más a la arcas locales aguantar el barco en el agua que
moverlo a tierra como adorno de tráfico. Ser uno de los alcaldes más
votado en las grandes ciudades españolas es, ahora, su recompensa, como
podría serlo la presidencia de la Federación Española de Municipios y
Provincias." (Lorena Bustabad. Ferrol, El Confidencial, 31.05.2015)
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