La papelera Ence, en las Rías Baixas. Felipe Carnotto
Hoy, incluso los más
firmes defensores de la permanencia de la factoría reconocen
públicamente que la localización es nefasta. La pregunta es obvia: si la
localización es nefasta, ¿por qué se amplía la prórroga durante otras
seis décadas? Nadie lo tiene demasiado claro. Sabemos el cómo, el
cuándo, el dónde y el quién, pero el porqué hai que roelo (grito de guerra del Pontevedra Club de Fútbol).
La lista de agravios de los vecinos de los alrededores es
interminable. La empresa, pública en un principio, fue construida a
finales de los cincuenta e inaugurada por Franco en 1963. La concesión
de los terrenos tenía vigencia hasta 2018. A finales de los 90 se
privatizó el 49% y en 2001 el otro 51%. A precio de ganga, precisamente
porque la fábrica de Pontevedra tenía fecha de caducidad.
Los nuevos
accionistas hicieron el negocio de su vida. Y los vecinos “solamente”
teníamos que esperar hasta 2018 para vernos al fin libres de esa porcallada invasora,
arrogante, maloliente, contaminante y antiestética. O contaminante,
invasora, antiestética, maloliente y arrogante. Póngalo usted en el
orden que prefiera, que tanto tiene.
En los casi 60 años que llevamos soportando ese enjendro,
ENCE no le ha devuelto a Pontevedra ni un céntimo de todo lo que le ha
arrebatado. El complejo industrial, que incluye a Elnosa, una fábrica de
cloro, tiene un pasado a la altura del rechazo que generó. Por décadas
llenó la ría de mercurio y de muchos otros productos asquerosos y ni
siquiera dio las gracias.
Y ahora, con otros 60 años por delante,
promete inversiones que apenas alcanzan los beneficios obtenidos en
2015. Inversiones como esa que llaman “el nuevo ciclo del agua”, con el
que ahorrarán en agua; y una central de biomasa, con la que ahorrarán
energía. Es decir, que invertirán en reducir costes para aumentar sus
beneficios. A continuación dedicarán una parte pequeña a lo que llaman
“integración paisajística”.
Lo de la integración paisajística es una
estupidez con la que pretenden que ENCE sea hermosa, como si eso fuera
posible. Es decir, que pase usted por ahí y diga: “Dios mío, qué fábrica
tan primorosa! Una pena no tener una junto a mi casa! Yo ya propuse una
vez el único método posible para que ENCE se integre en el paisaje:
cambiar el paisaje para integrarlo en ENCE. Cubrir la ría de hormigón y
llenarla de fábricas. No hay otro modo.
Después está el olor. Se ha reducido, es verdad. Antes
apestaba en kilómetros a la redonda todos los días y a menudo. Hoy la
pestilencia se aprecia siempre en las proximidades de la fábrica y en
Pontevedra según lo decida el viento. No hay otra ciudad en el mundo
donde cada uno de los vecinos sean capaces de saber adónde va el viento
sin salir de casa.
Uno está tranquilamente siguiendo un debate de 13TV,
sin meterse con nadie, y sabe si el viento viene hacia aquí o hacia
Marín. "Que se jodan los de Marín", pensamos los pontevedreses cuando
el humo va hacia allí, que es exactamente lo mismo que piensan de
nosotros los de Marín cuando el viento los utiliza como diana.
En Salcedo, en un lugar que limita con la parroquia de
Lourizán, encontró el Padre Sarmiento el primer miliario de los varios
que aparecieron en Pontevedra, a escasos metros del actual complejo de
ENCE. Por allí se encontraron los vestigios de los que fue un enclave
romano, probablemente una villa.
Ahí se encuentra buena parte de los
orígenes de la ciudad de Pontevedra y de nuestros antepasados, que ya
vivían entonces de lo que siempre vivimos los gallegos: del campo y del
mar, dos sectores que nunca habían competido hasta el surgimiento de
ENCE, casi veinte siglos después. Hoy nos quieren hacer creer que la
solución al futuro de la comarca es ENCE.
Pues no, meus reises.
La ría de Pontevedra ya estaba allí. Llevaba ahí toda la vida, y
seguirá ahí hasta el final de los tiempos. La ría no depende de ENCE,
pero si la prórroga se consuma, ENCE estará en Pontevedra durante más de
un siglo. Eso no es demasiado relevante en términos históricos, ni
mucho menos en términos geológicos.
Lo es para todas las generaciones de
pontevedreses que aguantamos la presencia de la fábrica. Si la empresa
continúa ahí hasta 2073, ninguno de los pontevedreses que ha visto nacer
a ENCE estará para verla morir. Eso es grave. Vamos enterrando a
nuestros abuelos, a nuestros padres, a nuestros suegros, a nuestras
parejas.
Nos duele. Incluso lamentamos el entierro de algún cuñado, pero
moriremos todos nosotros, con mi única excepción, y ENCE seguirá allí.
Los defensores de ENCE sólo tienen un argumento: los
puestos de trabajo, algo más de 300 empleos directos. Incluso ese
argumento es falso. Ni siquiera es necesario entrar en el eterno debate
sobre los empleos que la presencia del mamotreto destruye en otros
sectores como el marisquero o el turístico.
Basta con echar cuentas en
la propia ENCE. En los años setenta y ochenta el número de trabajadores
superaba los 900. Desde entonces se perdieron unos 600 puestos de
trabajo. Es la diferencia entre crear empleo y destruirlo.
Hace unos años se hablaba de traslado entre los defensores
de la fábrica: una opción que parecía razonable. Si el principal
problema es la localización, decían, pongámosla en otro sitio. Fue una
ingenuidad. ENCE estuvo en eso del traslado. La razón es que un
traslado no es como la mudanza de una casa. Significa construir otra
fábrica en otro sitio, y eso no es rentable, dijeron.
La factoría sólo
es rentable donde está, dijeron. Es decir, invertir en una nueva fábrica
requeriría una inversión tan alta que no valdría la pena, dijeron. O
sea, dijeron que ENCE sólo vale la pena donde está, lo que significa que
en Galicia no compensa montar una fábrica de pasta de papel. Esto
último lo digo yo. Lo que compensa es mantener la que tenemos.
Una carallada de
negocio. Si una compañía que genera unos beneficios de 50 millones al
año no puede pagarse una fábrica nueva tras 60 años ocupando unos
terrenos gratuitos, que cierre de una vez. Lo que yo creo, lo que
creemos decenas de miles de personas, es que hay algo que no cuadra y
que es la voracidad de sus accionistas la que hizo imposible el
traslado.
En aquella época, una persona muy próxima a los dirigentes
me hizo una confesión terrible: "Si de verdad cierran ENCE y hay que
hacer una fábrica nueva, ¿por qué se tendría que hacer en los
alrededores de Pontevedra? Los accionistas acordarían ponerla en Brasil,
en Polonia o en cualquier otro sitio donde regalen terrenos y la mano
de obra sea mucho más barata". Esa es la filosofía: ENCE no le debe nada
a Pontevedra ni a sus trabajadores.
En estos últimos quince años, o poco más, la ciudad de
Pontevedra emprendió una reforma urbanística premiada en Bruselas, en
Dubái, en Nueva York o en Beijing. El modelo de ciudad de Pontevedra es
estudiado hoy en ciudades de todo el mundo que lo quieren copiar. Se ha
eliminado casi todo el tráfico rodado para quitar espacio a los coches y
devolvérselo a los peatones.
Hemos conseguido liberarnos de bocinazos,
de motores y de vecinos esperando su turno para cruzar una calle cuando
los señores coches lo tuvieran a bien. Hoy, los niños van solos al
colegio y juegan en la calle. La mayor parte del centro urbano es
peatonal. Fue un trabajo en el que se implicaron casi todos los sectores
de la ciudad.
Si nunca merecimos tener al lado esa fábrica, hoy menos
que nunca, porque hicimos un gran esfuerzo para convertir Pontevedra en
un lugar ejemplar y porque se nos dijo que nuestra paciencia debía durar
hasta 2018. Después nos veríamos libres de ENCE para siempre.
El anuncio de la prórroga hasta 2073 dolió, por todo lo
dicho anteriormente y por mucho más. El hecho fue humillante para los
pontevedreses. Cuando Rajoy llegó al poder muchos pensaron que, como
pontevedrés de adopción, haría algo para nosotros. Después, mientras
pasaba el tiempo y comprendiendo que eso no iba a suceder, incluso sus
incondicionales empezaron a rezar para que por lo menos nos dejase como
estábamos. Ese deseo parecía a punto de cumplirse después de las últimas
elecciones.
Como presidente en funciones ya no podía hacer nada por
Pontevedra, ni bueno ni malo, y eso era bueno. Pero no. Rajoy conoce el
problema desde que pisó por primera vez la ciudad en 1970, cuando ENCE
tenía 12 años y él 15, y creció con ENCE como cualquier otro vecino.
Por
tanto, se le imaginaba una opinión, ya sea a favor o en contra. Pese a
ello, y ahí está lo grave, o lo heroico, Rajoy jamás había intervenido
en el eterno debate ENCE-sí, ENCE-no hasta que su gobierno en funciones
acordó ampliar la concesión hasta 2073. Nadie en Pontevedra escuchó
jamás a Mariano Rajoy en sus cuatro décadas de actividad política hablar
de ENCE.
Hizo campañas para ser concejal, para ser diputado autonómico y
estatal y hasta para presidir el Gobierno de España. Fue presidente de
la Diputación de Pontevedra y vicepresidente de la Xunta, fue ministro
de casi todo, presumió de pontevedrés y durante todos esos cargos y
todos esos años se las apañó para no decir “ENCE”, algo que solamente
consiguió él de entre todos los políticos que pasaron por aquí.
Y de
repente, cuando ya estábamos convencidos de que el tema le importaba un carallo,
lo que ya era grave, nos demostró que sí que le interesaba. Tanto que,
ante la perspectiva de abandonar la presidencia, acordó prestar un
primer y último servicio a su ciudad: dejarnos ahí la fábrica, y no
durante diez o quince años. Un pontevedrés que esté hoy por la veintena
tendrá ochenta años en 2073.
En mi caso, pasaré del siglo de vida, o esa
es mi intención. No pienso morir hasta que esta prórroga termine y
llegue la siguiente. Voy a sobrevivir a dos prórrogas, acaso a tres o
cuatro. En cuanto a usted, compañero o compañera, estará muerto o
muerta si Dios así lo decide. En sesenta años le da tiempo a morir a
mucha gente. De todos los pontevedreses que hoy estamos vivos apenas
quedaremos los justos para montar un partido de veteranos agonizantes. " (Rodrigo Cota, 11/05/16, CTXT, Este texto se ha publicado en el revista Luzes.)
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