22/7/19

La guerra contra la avispa asiática

"MIDE UNOS tres centímetros, tiene el tórax negro y la cabeza naranja hasta las mandíbulas. El abdomen es parduzco, con una franja ámbar en el inicio y una mancha del mismo color en la parte más ancha. Las patas, negras, tienen los extremos amarillos. Y el aguijón es tan largo y potente que está clavado, sin poder moverse, en el guante de protección del apicultor Agustín Loureda. “Nunca vi nada igual.

 Debe de ser tres veces más largo que el aguijón de una abeja”, observa, a un palmo de distancia. La Vespa velutina nigrithorax, avispa asiática, avispón asiático o simplemente velutina, es tema diario de conversación y preocupación entre vecinos, científicos, autoridades y apicultores del norte de España. El desconocimiento de la especie, sumado a su veloz expansión y su voracidad, ha aumentado su protagonismo.

 Tres muertes consecutivas por picaduras el pasado verano y otras dos este año fueron suficientes para elevar el temor de la población y la sorpresa de profesionales afectados como Loureda. El apicultor puede diseccionar con la mirada a la velutina agarrada a su guante porque está atontada: acaba de rozar una de las trampas eléctricas a la entrada de su colmenar y no tardará en morir. Entonces echa la vista atrás y piensa en voz alta: “Quién me iba a decir hace unos años que ahora íbamos a estar así”.

El origen de su acomodo en Europa no está claro, pero se cree que hacia 2004 llegó al puerto de Burdeos (Francia) un carguero proveniente de China con una invitada a bordo: una subespecie de avispa asiática reina fecundada. En 2010 la especie cruzó los Pirineos. Los primeros nidos fueron encontrados en Amaiur (Navarra) y en varios puntos de Gipuzkoa, según datos del Gobierno. Dos años después saltó a Galicia, por doble vía: al norte apareció en la localidad costera de Burela, en Lugo, y al sur, en la comarca del Baixo Miño, junto a Portugal, presumiblemente a bordo de sendos camiones cargados con madera. 

Ese año comenzó la expansión que le ha llevado a colonizar toda la cornisa cantábrica y parte del tercio norte peninsular, en el rural y también en ciudades: en Santiago de Compostela la plaga se ha convertido en la primera causa de salida de sus bomberos. Incluso la Comunidad de Madrid ha publicado mensajes de Twitter encabezados por un elocuente “Que no cunda el pánico” con fotos para diferenciar la asiática de especies autóctonas como la Vespa crabro o la germánica. 

El Gobierno madrileño cree que no le será fácil llegar a la capital. Algunos expertos no son tan optimistas: “El avance es imparable y la previsión es que colonice toda la Península en un tiempo indeterminado”, dice Xesús Feás, miembro de la Academia de Ciencias Veterinarias de Galicia. “Por las condiciones del clima, los recursos y el agua, el norte de España es ideal para ella”, asegura.

Tres son los sectores que pone en peligro: el de la biodiversidad, al tratarse de una depredadora no autóctona de insectos; el económico, al afectar a la apicultura y la fruticultura, y el de la salud, al compartir espacios con los humanos (aunque habría que rebajar el nivel de alerta: sus picaduras no son más peligrosas que las de otras especies). De ahí que la guerra se libre en varios frentes. El más directo, la erradicación de nidos.

Lolo Andrade, técnico en control de plagas y miembro de Protección Civil del Ayuntamiento de Cambre, en A Coruña, prepara el método “más rápido, económico y eficaz” en el combate antivelutina. Se trata de un explosivo pirotécnico con control a distancia que revienta esas pelotas abombadas de hasta metro y medio de alto, en cuyo interior lleno de panales conviven miles de larvas, avispas obreras y la reina. Este se encuentra en la copa de un castaño, dentro de una finca particular. Andrade, de 46 años, traje de protección rojo, cabeza rapada y rostro de concentración, cierra un ojo y hace una proyección de altura: “Está a unos 13 metros”, dice, mientras despliega su arsenal: una pértiga telescópica de 20 metros, cable alargador y un detonador.

 A la pértiga amarra una vara de madera, y a esta, el petardo, que instala en el nido. Se aparta unos 15 metros, hace sonar un silbato tres veces y pide a los vecinos que se tapen los oídos. Y pam, un fuerte estallido con reverberación vuela el nido en una fracción de segundo, y sus restos milimétricos, convertidos en confeti, vuelan al viento de la finca. La colonia ha sido eliminada. A por la siguiente.

El sistema de explosivos es cada vez más empleado. El Principado de Asturias ultima su autorización para uso masivo, a la vez que forma a sus equipos de control para reducir el uso de biocidas, el método más común entre los exterminadores de plagas. Como con los petardos, el insecticida se acopla a una pértiga y es accionado desde abajo. Cuando no puede llegar por la altura de los nidos, Andrade tiene un último recurso, un arma parecida a un fusil de asalto que dispara cápsulas de veneno. 

Estas quedan clavadas en el nido y liberan un gas letal. En varios lugares de España, empresas privadas también ofrecen un servicio de drones para aplicar veneno. Cualquier cosa vale para hacer frente al invasor. “La prioridad es eliminar la mayor cantidad de nidos. Así se minimizan los problemas, con animales y personas”, recita de corrido el técnico.

La zona donde trabaja Andrade es tierra literaria y mágica: el siguiente aviso llega desde la calle del Bosque Animado. Allí, junto a los frondosos árboles de la fraga de Cecebre, que inspiraron la obra de Wenceslao Fernández Flórez, está Carmen Álvarez con su niño de 10 meses en brazos, en el quicio de la puerta de su casa, esperando la solución a sus desvelos. 

Bajo el alero de la vivienda, de dos pisos, una nube de avispas orbita alrededor de un nido de tamaño medio. En cuanto lo ve, el exterminador niega con la cabeza. Y a la distancia ya le advierte: “No puedo hacer nada todavía, hay que esperar. La reina todavía está en su nido primario y aquí solo hay obreras. Si lo rompo, van a volver aquí porque está marcado con una feromona por la reina. Pero no te preocupes, que no se te van a meter en casa”, le dice a la vecina. 

“Pues no es como tener un nido de gorriones, precisamente”, responde ella con sorna. “Me asusto porque hay mucho desconocimiento y datos contradictorios de los medios”, se lamenta al técnico. Para cuando este vuelve al coche, dos vecinos más ya se han acercado a pedir información.

En la Xunta de Galicia reconocen la “alarma social” ante la progresión disparada de la avispa: 2 nidos en 2012, 700 en 2014, 26.000 en 2018. Y en 2019 las proyecciones apuntan a un número similar al año pasado, lo que pone a Galicia en el centro del problema. La detección y retiro de nidos es la herramienta más fiable para ver su implantación y controlarla, pero también lo son la información y la distribución de trampas. 

Por ello trabajan tres consejerías al mismo tiempo y Ayuntamientos colaboradores, pero nada parece ser suficiente para detener la plaga. “La gente llama hoy y quiere que se le retire un nido ese mismo día, y muchas veces no es posible”, asegura Jesús Orejas, jefe de servicio de Sanidad Animal de la Xunta. Un buen punto de partida es conocer, advierten las autoridades, su ciclo vital. A lo largo de la primavera, las reinas salen de su hibernación para construir sus nidos embrión en zonas resguardadas. Allí nacen las primeras obreras, que a partir de mayo empiezan a construir nidos primarios y a lo largo del verano los secundarios, a los que se muda la reina, hasta la siguiente hibernación.

Acompañando el ciclo, en las islas Baleares se consiguió algo inédito hasta la fecha: borrar del mapa a la avispa asiática. En 2015 apareció el primer nido en la zona de Sóller. Con cifras modestas comparadas con la cornisa cantábrica, pero igual proporción geométrica, su presencia se disparó, hasta que en 2018 redujeron la plaga a un solo nido. En 2019 no se ha registrado la presencia de una sola, “ni obrera, ni reina”. Lo cuenta Irene Garneria, bióloga del Servicio de Protección de Especies del Gobierno balear: “No lanzamos la campanas al vuelo, pero tenemos la esperanza en erradicarla si pasan dos años sin detectarla”, apunta. 

El proceso es un ejemplo de cooperación entre vecinos y autoridades. Primero hicieron un trampeo exhaustivo, destinado a capturar reinas y a detectar obreras para seguir su vuelo hasta los nidos. Son conscientes de que igual que llegó puede volver, o entrar en Menorca, Ibiza o Formentera. “El control hace la diferencia”, concluye Garneria, quien reconoce que el modelo es difícilmente extrapolable a zonas no insulares.

“Los barcos tendrían que fumigarlos y que entren en cuarentena”, reclama el apicultor Agustín Loureda, en su colmenar de Oleiros, en A Coruña, uno de los municipios más afectados. “Si no, llegarán más especies por barco”. La apicultura es un sector dinámico en Galicia, con más de 100.000 colmenas, y a la vez el más afectado por la presencia de la asiática. Según los apicultores gallegos, cuando ataca, causa pérdidas de entre un 50% y un 60% de las colmenas. En el caso de Loureda, 43 años como profesional del ramo, su vida cambió un día de primavera de 2015 en que vio en su colmenar cómo “una cosa grande” cazaba a una abeja, la decapitaba, le arrancaba las patas y se llevaba su cuerpo. “Me quedé asombrado”.

 Al día siguiente vio otras dos. Las mató con una raqueta de bádminton. Pero eso solo fue el principio. “El primer año, la velutina me mató 43 de mis 85 colmenas. La única manera de controlarla era estar presente todos los días”. Enfundado en su traje, explica las fases por las que ha pasado su estrategia de combate. Primero trató de rociar con veneno a una avispa para que a su vez envenenase por rozamiento a sus compañeras en el nido. Después elaboró trampas caseras, las más usadas por la población rural, botellas de plástico con agujeros milimétricos para que entren las asiáticas y se zambullan en un preparado artesanal y mortal: “Zumo de arándanos, cerveza negra y vino blanco. Luego descubrimos que con un litro de agua, un kilo de azúcar y 20 gramos de levadura de panadería diluida caían igual”. 

Así lo sigue haciendo, pero ha dado un paso más en la sofisticación. Inspirado en los matamoscas de carnicería, construyó arpas eléctricas, unos paneles de filamentos paralelos a la entrada de las colmenas. Cada vez que una toca los alambres, un chispazo de 2.500 voltios acaba con ella.

En el Principado, el problema también tiene dimensiones preocupantes. Allí murió en junio el joven Miguel Álvarez por una picadura en San Tirso de Abres, el mismo municipio limítrofe con Galicia donde apareció el primer nido asturiano, en 2014. Era alérgico, como el resto de víctimas de la velutina. 

Y según la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica, como un 3% de españoles. Pese a la psicosis, las autoridades rebajan el temor: “Su veneno es similar al de otros himenópteros. No es más peligrosa que otras avispas, a no ser que te acerques a menos de cinco metros. Ellas solo protegen a su reina”, dice Jesús Orejas, de la Xunta.

Manuel Vázquez Varela, maderero de 52 años, también estuvo a punto de morir por picaduras, pero hoy sonríe a mandíbula batiente mostrando el estuche que siempre lleva consigo. Dentro hay dos dosis de adrenalina, un antihistamínico y un corticoide. “Esto es el nuevo puenting. ¿No decían que era un subidón de adrenalina? Pues yo ya la tengo en la mano”. Es, en realidad, un seguro de vida portátil por si le vuelve a pasar lo que ya sufrió dos veces. 

La primera y más peligrosa, cuando cerca de la localidad gallega de Betanzos cortó un gran eucalipto donde descansaba un nido. “Empecé a hincharme, me picaba todo el cuerpo y la garganta. Los ojos eran de película de terror de rojos que estaban”, recuerda. En ese estado de reacción alérgica grave, o anafilaxia, consiguió llegar a un centro de salud, cuando sus constantes estaban al límite y sus órganos se iban parando por acción del propio sistema inmune, que reaccionaba al veneno de la avispa. 

Al pedirle un consejo para los picados, no duda: “Que acuda al médico inmediatamente, pero que no vaya solo ni conduzca”. Él lo hizo y casi no lo cuenta.Además de por la expansión de la avispa, la alarma crece por su voracidad. Con el aguijón se defiende del peligro, pero a la vez caza con patas y mandíbulas. Contra lo que se pueda creer, las velutinas no se alimentan de abejas. Solo las matan para dárselas a sus crías como proteína. Lo mismo hacen con otros animales. 

Abundan los testimonios sobre escenas carroñeras de enjambres alimentándose de mejillones o pescado en la costa, o de pájaros muertos en el bosque. O el cadáver de una vaca, muerta al ahogarse con su propia lengua, inflamada después de comerse una pera con una asiática dentro —porque también comen fruta—. “Son como buitres, les vale todo”, asegura un apicultor de la zona. “Incluso se comen entre ellas cuando una muere”. ¿Pero tienen depredadores?

Salvador Rebollo le pone nombre y apellidos a uno: halcón abejero. Profesor titular de Ecología de la Universidad de Alcalá de Henares (UAH), Rebollo colocó cámaras junto a su equipo en nidos de Galicia, precisamente la zona más habitada por las aves. Y comprobaron que los adultos llevaban a los nidos trozos de panal de avisperos de velutina. Aún sin publicación científica, el grupo de la UAH cree haber llegado a una conclusión: “Al menos en nuestra zona de estudio, el abejero se ha especializado en consumo de asiática. Se alimenta de las larvas, una presa fácil y que ofrece muchísima energía”, asegura Rebollo.

 De confirmarse la hipótesis, ellos ven “un aliado perfecto, que actúa quirúrgicamente, trabaja gratis y se organiza solo”. Ahora cree que debe facilitarse su incorporación al sistema de control biológico de plagas. Para ello reclama que se usen menos pesticidas en la erradicación de nidos, porque puede contaminar la cadena alimentaria. Según el grupo de la UAH, las 700 parejas de abejero en Galicia pudieron destruir el pasado año un número equiparable al retirado por los grupos de control de plagas. Lolo Andrade, por su parte, apunta a otro aliado natural, el tejón, autóctono en casi toda España y que puede atacar en la fase primaria de los nidos.

En lo que coinciden los actores es en que el combate de la plaga debe ampliar miras. “La estrategia debería ser coordinada a escala internacional”, afirma Rebollo. Apicultores como Loureda piden que se investiguen parásitos contra la especie y se desarrollen feromonas para atraer machos e impedir la fecundación. 

Hay un científico que ya la ha hecho, Xesús Feás, pero no le puede dar uso. “La feromona la descubrieron los chinos, y yo la he sintetizado y la he aplicado a un producto físico con dispensador. ¿El problema? Que está en mi casa, donde trabajo por mi cuenta porque me quedé sin apoyo institucional para seguir investigando. Y así es imposible”, lamenta. "                   (Arturo Lizcano, El País, 21/07/19)

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