25/11/22

El centenario de Fraga... diez años después de su muerte se va desvaneciendo el recuerdo del mayor superviviente político de la dictadura... su mayor legado, el impulso del Xacobeo... En el plano negativo, su herencia se percibe en la manifiestamente mejorable calidad de la democracia en Galicia... y en que no sólo no se aprovechase el gran maná de los fondos europeos para ordenar este país, sino que se incrementase su caos, sin que sirviesen para conseguir el ansiado salto cualitativo en el desarrollo económico. El monumento al despilfarro se halla en el monte Gaiás, en la Cidade da Cultura

Anxo Lugilde @anxoluxilde

1. Estos son los destacados de mi texto de hoy del centenario de Fraga, el político al que dediqué más tiempo: "Cien años después de su nacimiento y diez después de su muerte se va desvaneciendo el recuerdo del mayor superviviente político de la dictadura"... "El centenario de Fraga, el político que triunfaba fracasando" (abajo)

2. "El azar de las efemérides ha juntado los cien años del nacimiento de Fraga con el vigésimo aniversario de la marea negra que le impidió morir en el poder"

3. "Fraga no logró ser el franquista que liderase la transición, pero después, pese a su posición minoritaria, se convirtió en uno de los redactores de la Constitución"

4. "Fundador de AP/PP, Fraga fracasó en sus asaltos electorales a la Moncloa y se hizo fuerte en Galicia con más del 50% de los votos"

5. "Fraga pasó de ser un iracundo político en Madrid a, con los años, ofrecer una cierta imagen de cascarrabias abuelete de los gallegos"

6. "Dotado de un destacado intelecto, Fraga acabó como un hombre de otro tiempo, con diatribas conta el condón, la igualdad de género y la homosexualidad"

7. "Marcado por su muy estricta madre vasco francesa, María Iribarne, en Fraga no cabía la idea de una retirada. "'Soy una bicicleta, si paro me caigo'"

8. "Su discípulo Feijóo se enfrenta ahora en la sede de la calle Génova que creó Fraga al riesgo de fracasar como él o acabar ganando como Rajoy"

9. Si Feijóo fracasa en Madrid, como Fraga, yo no descartaría que acabase regresando a Galicia, como Fraga, aunque quizá para ello el PPdeG debería perder antes la Xunta. Son muchas hipótesis juntas pero ya lo vimos (esto ya no es del texto).

10. En el legado de Fraga en la Xunta destacan el Xacobeo, que situó a Galicia en la globalización, y la consolidación del autogobierno. También el desaprovechamiento del maná de los fondos europeos para lograr un salto en el desarrollo y una democracia de muy baja calidad

11. La primera vez que vi a Fraga fue en las fiestas de Vilalba de 1990, cuando hacía prácticas en La Voz de Galicia. Me escondí detrás de un cámara de la TVG para no tener que darle la mano. Me vio y dijo: "Usted, venga aquí". Me estrechó la mano y se marchó raudo y veloz

12. La última vez que vi a Fraga fue en Madrid, en el Senado, en 2010, cuando lo entrevisté para mi tesis. Me trató muy correctamente, todo el tiempo en gallego. El problema fue que había incoherencias, como dar por viva a gente ya fallecida, por lo que estimé inadecuado usarla

13. Hay una catarata de libros sobre Fraga, incluso alguno obra mía, en solitario o en compañía, y él dejó un torrente de volúmenes, hechos deprisa y corriendo. De los que leí, para mí el que mejor retrata su personalidad es el de @FjaureguiC, que lo siguió en la oposición

14. "La extinción de Manuel Fraga". Éste fue el obituario que hice en El Progreso cuando se murió. Fueron unas horas tremendas, porque, como nunca hago como en Sostiene Pereira, no tenía preparado ni éste ni el de La Vanguardia. "La extinción de Manuel Fraga" (abajo)

2:11 p. m. · 23 nov. 2022
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 "El centenario de Fraga, el político que triunfaba fracasando.

Existe aún una parte significativa de la sociedad española que cree el disparate de que el Prestige no perjudicó al PP gallego. Se trata de un error generado por muy desenfocados análisis de las municipales de 2003, centrados sólo en algunos pueblos de A Costa da Morte. Como si intentase desterrar tal dislate, el azar de las efemérides ha acumulado el vigésimo aniversario de la peor marea negra, que se conmemora estos días, con el centenario este jueves del nacimiento del más longevo superviviente político de la dictadura, Manuel Fraga, cuya carrera política duró casi seis decenios. Dejó escrito que el Prestige fue el principal factor de su salida en el 2005 del cargo que ocupó más tiempo, el de presidente de la Xunta. Lo hizo durante 15 años, si bien su puesto más determinante fuese el de ministro de Franco durante un septenio.

Sin la catastrófica gestión de la manera negra por el Gobierno popular de José María Aznar y sin también la conmoción que supuso en Galicia el saber que Fraga se había ido a Castilla de cacería en esos días teñidos de chapapote, el león de Vilalba, como era conocido este político en honor a sus rugidos y a la villa lucense donde nació el 23 de noviembre de 1922, estaría en condiciones de alcanzar su sueño de morir en el poder. Después de entrar en la Xunta por la mínima en 1989, gracias a un todavía hoy polémico recuento de Ourense y la diáspora, Fraga tocó techo en 1993 con 43 escaños, cinco por encima del umbral de la mayoría absoluta

El azar de las efemérides ha juntado los 100 años de su nacimiento con el vigésimo aniversario de la marea negra que le impidió morir en el poder

A partir de ahí empezó a perder uno en cada elección, hasta los 41 con los que compareció en las urnas en el 2005, cuando bajó a 37. Si hubiese mantenido el ritmo anterior, de dejarse un escaño por convocatoria, habría gobernado hasta 2017.

Lo de Fraga 2017 resulta un juego de hiperbólica ciencia ficción política. No hay manera de saber lo que hubiera pasado a partir del 2002 sin el Prestige. Y él murió el 15 de enero de 2012 en Madrid, en el piso de una de sus cinco hijos, Isabel, médico de profesión. Quizá la crisis financiera se lo hubiese llevado por delante o lo hiciese el estado de guerra perpetua en el PP gallego para preparar su sucesión o, efectivamente, presidiese la Xunta hasta su último día.

Sobre lo que no hay duda ninguna es que tal era su objetivo. Lo dijo en innumerables ocasiones, con frases como "hay que morir con las botas puestas" o los "grandes toreros mueren toreando" o cuando, en su última campaña electoral, proclamaba su disposición a servir a Galicia "hasta el último suspirito".

No logró ser el franquista que liderase la transición, pero después, pese a su posición minoritaria, se convirtió en uno de los redactores de la Constitución

Acercarse a la figura de Fraga cien años después de su nacimiento, cuando estaba empezando la dictadura de Primo de Rivera, haciendo juegos numéricos tiene todo el sentido, porque él era ante todo una persona cuantitativa. No estudió Matemáticas, sino que se doctoró en Derecho y Políticas, pero todo lo convertía en cifras. Nada lo expresó mejor que su gusto por juntar a miles de gaiteiros en la compostelana plaza del Obradoiro para celebrar sus tomas de posesión, con independencia de que el más gallego de los instrumentos musicales no es precisamente un tambor que suene bien tocado en masa, sino que más bien genera una cacofonía.

Su obra ensayística resulta ingente, con alrededor de un centenar de títulos, sin que haya ninguno de gran fama, que condense su pensamiento, sobre todo por estar escritos con su estilo apresurado, de grandes zancadas. A comienzos de los 90, con casi 70 años y antes de sufrir un desgaste de cadera, alguna vez se vio a los escoltas correr para seguir el ritmo del patrón, como le llamaban en el Partido Popular, la fuerza política que fundó en 1976 en Madrid, bajo el nombre de Alianza Popular.

Fundador de AP/PP, fracasó en sus asaltos electorales a la Moncloa y se hizo fuerte en Galicia con más del 50% de los votos

Sí fueron un éxito de ventas sus libros de memorias, sobre todo los dos primeros tomos. Se trata en realidad de dietarios de sus actividades de cada día en la escena pública, salpicados en ocasiones de comentarios jugosos y algunas revelaciones, pero deslabazados por su propio formato y por la falta del enfoque más profundo que se podía esperar de su nunca discutida gran capacidad intelectual. Ésta llevó al expresidente Felipe González a proclamar que a Fraga le cabía "el Estado en la cabeza" y al exministro Pío Cabanillas Gallas, a afirmar que era casi un súper hombre en todos los aspectos, "de los que nace uno en décadas".

Si bien ya en democracia no hablaba mucho de su jefe por antonomasia, el tirano Francisco Franco, gallego como él, y le reprochaba su inmovilismo, Fraga también elogiaba su papel de hombre de Estado. Parecía llamado a ser ministro de Educación, pero en 1962 llegó, a los 39 años, al Ministerio de Información y Turismo, que en realidad era el departamento de propaganda del franquismo. Así uno de sus logros es que incluso hoy se le siga llamando con el falso nombre de Información, aunque informaba poco y cuando lo hacía, como de la ejecución del comunista Julián Grimau, era mucho mejor que no lo tuviese que hacer. Ganó popularidad fomentando el turismo, la "industria sin chimeneas", sobre todo con su famoso baño en la costa almeriense con el embajador estadounidense, tras un accidente con una bombas nucleares norteamericanas.

Pasó de ser un iracundo político en Madrid a, con los años,  ofrecer una cierta imagen de cascarrabias abuelete de los gallegos

Aprovechó la oportunidad de que aún estuviese en vigor la draconiana Ley de Prensa de 1936, de guerra, con la que, por ejemplo, el Gobierno nombraba a los directores de los periódicos. Sin ser ninguna maravilla, el salto cuántico sobre el texto anterior de su norma de 1966 le dio una pátina de reformista, acentuada con su caída en 1969, enfrentando con los ministros del Opus Dei, y su forzado alejamiento del poder, con un breve paso por la empresa privada y su estancia de embajador en Londres.

El sueño de Fraga de liderar la transición debía de ser en realidad imposible. Y si tenía alguna opción remota la frustró su papel de vicepresidente segundo en el llamado primer Gobierno de la monarquía, ya sin Franco, pero con el durísimo Arias Navarro al frente, mientras Fraga, en lo que hoy es el Ministerio del Interior, daba miedo con frases como "la calle es mía" y sus nunca ocultadas pulsiones represivas. Su proyecto de reforma política poco ambiciosa fracasó. Y el sucesor de Arias, Adolfo Suárez le ocupó el centro. Según sus biógrafo que le atribuyen ese papel aperturista, perdió su crédito al aliarse con la línea dura del franquismo en su nueva formación política, AP. Eran los llamados ‘Siete Magníficos’, por el título de una película de la época y por ser otros tantos jerarcas de la dictadura. AP fueron vapuleada en las urnas en 1977 y 1979. Fraga, sin embargo, inasequible al desaliento, se ganó un papel como "padre de la Constitución", al ser uno de sus redactores. Y acabó logrando su objetivo de formar el embrión de "mayoría natural" agrupando a toda la derecha, unión que en los últimos años saltó por los aires, con Ciudadanos y Vox, después de haber sido la clave que permitió al PP gobernar en solitario, ya sin Fraga, entre 1996 y el 2004 y del 2011 al 2015.

Dotado de un destacado intelecto, acabó como un hombre de otro tiempo, con diatribas conta el condón, la igualdad de género y la homosexualidad

El periodista Fernando Jáuregui escribió uno de los libros que mejor lo retratan, titulado "la historia de un fracaso admirable". Sin embargo, esos fracasos alimentaron los éxitos de Fraga que, aunque fuesen más modestos, le permitieron sobrevivir sobreviviendo. No lideró la transición, pero estuvo en primera línea en el parto constitucional. La UCD primero lo aplastó, pero él se cobró venganza al derrotarla en Galicia en 1981 y sustituirla en España a partir de 1982 como el gran partido conservador. No pasó de jefe de la oposición, barrido por Felipe González en 1982 y 1986, pero encontró su sitio en Galicia, en la Xunta. Allí sació sus ansias de estadista y donde, frente a su pasado negador de cualquier descentralización y el uso de la lengua propia, hasta se hizo más autonomista y más galleguista, por ejemplo, de lo que fue luego Alberto Núñez Feijóo. E incluso menos restrictivo con la libertad de expresión, aunque lo fuese bastante.

"Don Mauel, deje de atacar a las mujeres y a los maricones. Espere a que pasen las elecciones", le exhortaba desesperado su director de campaña del 2005. Paradójicamente, el hombre de la censura del franquismo, invocaba su derecho a la libertad de expresión para decir lo que le venía en gana. Era un personaje de otro tiempo, el que había bramado ya en los 80 contra el condón. Sufría grandes achaques de salud, imposibles de ocultar tras su dramático desmayo en la tribunal del Parlamento en octubre del 2004

Marcado por su muy estricta madre vasco francesa, María Iribarne, no cabía la idea de una retirada. "Soy una bicicleta, si paro me caigo"

Pese a que el mejor resultado lo obtuvo en 1993. En el 2001, apenas un año antes del Prestige, Fraga había alcanzado su nirvana. Sus dos rivales, BNG y PsdeG, estaban empatados en escaños y competían por reunirse con él. Incluso mantenía una sorprendente buena relación, de catedrático a catedrático, con el nacionalista Xosé Manuel Beiras, que poco antes le llamaba "la peste Fraga", por el libro de Albert Camus, y "Fragagá", por su edad. Por primera vez, ya nadie discutía su legitimidad, pese a su origen dictatorial. Hasta que con el Prestige entró en caída libre. Perdió por primera vez unas elecciones ante la suma de PSOE y BNG, las municipales de 2003, a las que siguieron las generales del 2004, con la victoria socialista de Rodríguez Zapatero, preludio de una derrota autonómica de la que no le salvó ni un sistema electoral muy favorable.

En la cabeza de Fraga, marcado por su muy estricta madre vasco francesa, María Iribarne, no cabía la idea de una retirada. "Soy una bicicleta, si paro me caigo", aducía. Y Mariano Rajoy, presidente popular, se limitó a exigirle que en el 2004 nombrase vicepresidentes. Al caer en el 2005, se apartó de la batalla de su sucesión. Se dijo que apoyaba al candidato autóctono, Xosé Manuel Barreiro, pero meses antes, como había pasado siempre antes, se puso del lado de la calle Génova, al ungir a Feijóo como vicepresidente primero.

El recuerdo de Fraga se desvanece hoy, aunque sean algo populares en Youtube los vídeos de sus salidas de tono, como uno hilarante abroncando al colaborador que quería enderezarle la corbata en un plató de televisión. Incluso en Galicia cada vez se habla menos de él, como se vio en la campaña del 2020 o en estos años posteriores. Sin embargo, la autonomía está moldeada por él, con la recuperación de la peregrinación a Santiago, el Xacobeo, como su gran logro, junto a la consolidación del autogobierno, así como el hecho de ser el único presidente con un proyecto de país que ejecutó, con independencia de sus efectos perversos, como el de potenciar el caciquismo. En la parte negativa destaca también el desaprovechar el maná europeo para un salto económico y la democracia de baja calidad que legó.

Su discípulo Feijóo se enfrenta ahora en la sede Génova que creó Fraga al riesgo de fracasar como él o acabar ganando como Rajoy

El mayor discípulo de Fraga, auque acabasen fatal, fue José Manuel Romay Beccaría, que estuvo 20 años con él hasta ser ministro con Aznar. Romay fue el maestro de Feijóo, convertido así en alumno indirecto de Fraga, hasta que entre el 2003 y 2005 fue el número dos en la Xunta y el magisterio del patrón ya fue directo. En estas últimas semanas aciagas en la sede central de la calle Génova, en la sede inaugurada por Fraga, a Feijóo parece habérsele aparecido el fantasma del patrón, con el riesgo de no llegar a la presidencia del Gobierno como sí hizo Rajoy. Esa sigue siendo la gran cuestión del tercer gallego al frente del PP, ¿será como Fraga o como Rajoy?

De Fraga ya apenas se habla, pero 100 años después de su nacimiento, sigue estando ahí, subyacente. Sin él no se entiende bien ni la España ni, sobre todo, la Galicia recientes."             (Anxo Lugilde , La Vanguardia,  23/11/22)


"La extinción de Manuel Fraga.

 ¡Usted, venga aquí! Usted era yo, un periodista en prácticas. Estábamos en la casa consistorial de su Vilalba, el 31 de agosto de 1991, día de San Ramón. Me había escondido detrás de un cámara muy alto de la TVG. Pero como me temía, Manuel Fraga Iribarne me había descubierto. Pensé, y sigo pensando, que el cuantitativo patrón de la derecha galaica tenía algún objetivo numérico que alcanzar, en plan de le daré la mano a 2,7 millones de gallegos, haré 2.367 kilómetros de autovía, llamaré 100.000 veces a América para inaugurar otros tantos teléfonos rurales, llenaré el mundo de Pelegríns o inundaré Galicia de millones de toneladas de cemento… Creo que me dijo algo así como “buenas tardes”, me dio la mano y siguió para adelante, sin perder más tiempo. Era el presidente legítimo de mi país, pero también era, para mí, el máximo exponente de la supervivencia del franquismo.

 Fue la primera vez que lo vi en persona, aunque ya llevaba más de media vida en mi vida, como en la de todos. Mi último encuentro con él fue hace dos años, en enero de 2010, en Madrid. Fui a hacerle una entrevista para mi tesis doctoral. El Fraga que me recibió en el Senado había cambiado bastante a mis ojos. Seguía sin creerme la versión de su propaganda de que, en clave española, era el padre de la democracia y, en clave gallega, el fundador de la Galicia moderna. Pero en lo primero había llegado a la conclusión de que, desde su pasado franquista, se había implicado tan activamente en la transición a la democracia que creía en ello, pues no conocía otra manera de hacer las cosas. Y en cuanto a su papel en Galicia, desde luego continuaba aborreciendo los halagos extremos en plan Jaime Pita, que le llamó el fundador de todo, pero consideraba que si los gallegos le habían votado tan masivamente tantas veces, como nunca a nadie, pues Fraga merecía mi sincero respeto e incluso cierta admiración. Además, sus sucesores habían ido cambiando la valoración que tenía de la gestión del león de Vilalba. Con el bipartito aprendí que el clientelismo no es ni de derechas, ni de izquierdas, sino gallego, mientras el voraz uso de la propaganda y el control de los medios de comunicación dejaban de ser patrimonio del fraguismo. Y con Núñez Feijóo llegué a la conclusión de que, en comparación, Fraga era un galeguista que trabajaba en equipo.

Su mano ya no tenía en 2010 la energía con la que me ordenó estrecharla en 1991. Era fría, como casi todo en aquel pequeño despacho del Senado. Estaba empezando a extinguirse, porque la suya no es una muerte normal, sino más bien algo parecido a la extinción de una especie. Pío Cabanillas Gallas, el genial político al que se le atribuyen las más divertidas anécdotas sobre Fraga, afirmó hiperbólicamente de quien fue su jefe en el Ministerio de Información y Turismo franquista que era física y mentalmente un ser extraordinario, de los que nace uno en varias décadas.

 Desde el jueves, cuando Xosé Manoel Beiras volvió a hacer una de sus espectrales apariciones públicas en la eterna crisis del Bloque, intentando a los 75 años mandar en la parte que puede del frente nacionalista, no he parado de acordarme de una frase que le escuché en 1991. Decía de Fraga, que tenía 69 años, que era un “diplodoco do cuaternario antediluviano que só co axeitado tratamento de carbono 14 chegou á presidencia da Xunta porque en Madrid non o quixeron”. Faltaban todavía más de dos lustros hasta el histórico abrazo entre Fraga y Beiras, a finales del 2001, en aquel tiempo en que tanto el líder del BNG como el del PSOE, Pérez Touriño, competían por reunirse con el ‘león de Vilalba’.

Fue su momento de mayor gloria en Galicia. Es verdad que entonces contaba con 41 escaños en el Parlamento gallego y que en 1993 había llegado a 43. Pero en 2001 ya nadie cuestionaba la legitimidad democrática de sus arrolladores triunfos. Sus rivales, empatados a 17 diputados y peleados por enseñar la cabeza, se habían rendido ante un Fraga que iba cediendo un escaño por elección, un ritmo que le hubiera servido para cumplir el que era su sueño, que el día de ayer le hubiera llegado como presidente de la Xunta. Lo reconoció en varias entrevistas, como cuando habló de que los grandes toreros mueren en la plaza o que hay que morir con las botas puestas. Camino de las elecciones del 2005 hablaba de que pretendía estar en su puesto hasta el último “suspirito”.

 Pero entonces, como afirma en su libro “Final en Fisterra”, ya había sucedido el hecho decisivo que terminó con el fraguismo, el Prestige. Como suele ocurrir, lo determinante no fue la marea negra en sí misma, sino la gestión que hizo de ella. Tardó 190 horas en pisar las zonas afectadas, frente, por ejemplo, a las apenas diez horas en que se demoró en aparecer en el destrozado puente de As Pías en 1998. Y le cazaron yéndose de cacería en plena emergencia, lo que destruyó el mito de su absoluta entrega a Galicia.

Entre aquellas imágenes de Vilalba de 1991 y la de Madrid de 2010 hay otras muchas imborrables, como una, bajándose de un helicóptero en la ensenada de A Malata, en Ferrol, cuando él andaba con sus grandes zancadas y los guardaespaldas corrían para ir a su ritmo. Fraga era el movimiento. “Soy como una bicicleta, si paro me caigo”, dijo muchas veces, en una profecía que se cumplió, pues la muerte no tardó en llegarle tras dejar los cargos públicos que ocupó casi ininterrumpidamente durante 60 años.

En perspectiva, de sus quince años largos de presidente de la Xunta destacaría la evidente consolidación del autogobierno que supusieron sus mandatos. Se ve muy claramente en la progresión de las tasas de participación en las autonómicas, aunque éstas también reflejen la mejora técnica de los censos. El prestigio de su figura ante buena parte de la sociedad prestigió a la autonomía. Y a diferencia de sus sucesores, al llegar al poder aplicó su idea de lo qué hacer de Galicia, de la que quedó como mayor legado el impulso del Xacobeo, que nos situó en el mapa turístico internacional. En el plano negativo, su herencia se percibe en la manifiestamente mejorable calidad de la democracia en Galicia y en que no sólo no se aprovechase el gran maná de los fondos europeos para ordenar este país, sino que se incrementase su caos, sin que sirviesen para conseguir el ansiado salto cualitativo en el desarrollo económico. El monumento al despilfarro se halla en el monte Gaiás, en la Cidade da Cultura.

Fraga fue el hombre al que más votaron los gallegos, que hasta ahora nunca le han concedido a nadie tantos triunfos arrolladores. En la pequeña política de hoy, la suya parece una figura de un tiempo bastante lejano."                     (Anxo Lugilde , El Progreso, 16/01/12)