" El juicio ha terminado siendo otra rúbrica a la evidencia: la
corrupción y la ineptitud de gobernantes de la derecha nunca serán
castigadas en los tribunales. Y, lo que es mucho peor, indica que el
poder judicial no es un poder autónomo como asegura la Constitución y,
protegiendo a los poderosos, niega el derecho a la justicia a la
ciudadanía. En este caso es evidente que no ha habido justicia y que la
impunidad la pagamos todos.
Pero no es una sentencia absurda; es
coherente con el sumario que se fue instruyendo durante una década. El
juzgado de Corcubión, un pueblo en la Costa da Morte, sin medios para
afrontar una instrucción monstruosa; jueces provisionales; la Fiscalía
del Estado que ignoró conscientemente que el Estado somos los ciudadanos
y no los responsables políticos; políticos que siguieron contando con
el respaldo de la población...
Cómo no iban a salir impunes los
responsables de las irresponsables decisiones que transformaron un
naufragio peligroso en una enorme catástrofe ecológica. Esas personas no
llegaron a ser imputadas ni a sentarse en el banquillo, la justicia las
absolvió de antemano y los ciudadanos les dieron también su plácet. (...)
Lo ocurrido en torno al Prestige fue revelador de muchas cosas.
Desde luego que hizo conscientes, especialmente a los gallegos, de que
el mar en esta esquina de la península es una gran autopista con mucho
tráfico de chatarra peligrosa (Nunca máis consiguió que el Parlamento
Europeo legislase sobre la distancia de navegación de la costa y sobre
el blindaje de los petroleros).
Pero también desnudó el modo de entender
y ejercer el poder por parte de la derecha: su intención primera fue
ocultar la existencia de la marea negra, "que se la coman los gallegos".
Creían vivir aún en un tiempo en que se podía ocultar algo
encerrándolo en un territorio; para ello utilizaron perversamente los
medios de comunicación públicos y aquellos que les eran adictos negando
la evidencia. Afortunadamente hubo medios que rompieron el muro y las
imágenes que mostraron eran tan impresionantes que atrajeron a la costa a
decenas, luego cientos, luego miles de personas, mayoritariamente
jóvenes, que negaban la versión oficial y que enviaban fotos con sus
teléfonos móviles. Cada foto era una denuncia del engaño del Gobierno.
Hasta que no les quedó más remedio que enviar medios y ayuda.
También descubrimos entonces la utilidad de una nueva herramienta para
la movilización, Internet. Para buscar en las páginas webs oficiales de
otros países información sobre la evolución de la mancha día a día, para
enviar el manifiesto Nunca máis a personas de todo el mundo que lo
firmaron, para mantenernos en contacto...
Fue una experiencia de fusión
entre los creadores de cultura y las personas de otros oficios bien
distintos. Y fue el comienzo de una movilización ciudadana contra un
modo de ejercer el poder que se continuó inmediatamente contra la guerra
de Irak. Todo eso y mucho más fue real, no fue una pesadilla.
También es real que Aznar, que entonces no se molestó en interrumpir sus
viajes entre Europa y EE UU haciendo de portavoz de Bush con los
europeos y prefirió ignorar y negar aquella molestia, sigue impune de
esta y otras fechorías. Y que Rajoy, que acudió a administrar el
desastre y las mentiras, está ahí en algún lugar.
Y que Álvarez Cascos,
del que ignoramos a qué se dedicó durante los seis días en que pasearon
el barco arriba y abajo pero que finalmente dictaminó que lo mandasen
"al quinto pino", disfruta de medallas y prebendas. Todo eso también es
real.
Como que aquella fue la oportunidad para que la nueva
generación que mandaba en el PP desde la calle Génova de Madrid apartase
al fin a un incómodo Fraga, echase a un díscolo Cuíña y colocase en su
lugar en la Xunta a quien ahora la preside, Núñez Feijóo. Aquella fue su
hora.
El agua del océano es amarga; con petróleo, más. Esta sentencia son otras dos tazas de ese caldo amargo." (Suso de Toro, eldiario.es, en Rebelión, 14/11/2013)
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