"A una ciudad casi siempre la retratan sus sonidos. Dos bastaban para definir a Ferrol:
cada mañana, el bramido atronador de la bocina de los astilleros de
Bazán (actual Navantia) despertaba y ponía a todos en pie con su
potencia. Poco después, miles de trabajadores salían de sus casas y descendían en procesión hacia la zona del puerto
para una nueva jornada de trabajo.
Mientras seguían la senda del
astillero, las salvas disparadas por la Marina desde el cuartel de la
Armada atronaban en el cielo y acababan de espabilar a la ciudad. La
industria naval y la militar despertaban de la mano a los ferrolanos.
Las calles bullían aquellos años, con la alameda repleta de gente que
salía a pasear y a hacer vida en la calle. La bocina y las salvas ya no
se escuchan en la ciudad. Lo que impera ahora es el silencio. También el
pesimismo.
No es un secreto que la ciudad
languidece desde hace años a todos los niveles: industria, población,
economía y vivienda. La puntilla se produjo meses atrás cuando el pasado febrero cerró el Zara que había en la calle Real, justo enfrente del ayuntamiento.
Se trató de hacer cambiar de opinión a la empresa gallega pero no hubo
manera. Aquel lugar no era rentable, así que la empresa decidió echar el
cierre a la tienda y marcharse para instalarse en el centro comercial
de Odeón, en Narón.
El hecho llenó de desánimo a sus habitantes. Era la enésima comprobación de que puede que nada cambie en Ferrol, una urbe que ha perdido un tercio de su población en apenas treinta años.
Una ciudad cuyo casco antiguo está repleto de escombros, casas
abandonadas, viviendas derruidas y donde a las cuatro de la tarde no se
escucha un solo sonido por las callejuelas. Sus oxidados balcones apenas
se adornan con el musgo podrido que cuelga en ellos desde hace ya mucho
tiempo.
Justo cuando los restos del dictador
Franco están a punto de exhumarse, EL ESPAÑOL recorre su Ferrol natal,
antiguo Ferrol del Caudillo, en busca de las razones por las que todo se
encuentra como se encuentra: accedemos al interior del territorio de La
Armada, deambulamos por las calles vacías con los protagonistas de la
ciudad, conocemos los entresijos de los astilleros.
Comprobamos cómo, de
algún modo, el Ferrol de hoy se trata de una ciudad sin futuro, una
suerte de cadáver urbano. Los vecinos dicen de ella que es una ciudad
muerta.
Una ciudad sin gente
“Aquí solo falta la zarza esa,
sabes, la que sale en las películas de vaqueros rodando por el
desierto”. Fernando apura la cerveza junto a varios compañeros de antes
de comer con la mirada caída y la derrota en la palabra. Están en la
puerta de uno de los bares de la ciudad. Trabaja como comercial para una
marca de refrescos en la zona y conoce bien la amarga situación que se
vive en la ciudad. Todos ellos coinciden: hace bastantes años que la
ciudad no parece tener arreglo.
Uno de los efectos de esa situación
de decadencia tiene que ver con el brutal descenso de población que ha
experimentado la ciudad. En 1980, Ferrol tenía 87.691 habitantes, una
cifra menor pero considerable. El año pasado, según los últimos datos
del INE en la ciudad vivían 67 .560 personas, 20.000 habitantes menos.
Solo un 14 por ciento de los habitantes sobrepasaban la veintena. El
resto, por la falta de oportunidades, se termina marchando de allí.
Tan solo con darse una vuelta por el
centro de la ciudad uno puede advertir por qué el Zara ha decidido
marcharse. Pasear por algunos barrios de Ferrol deja la sensación de
estar en medio de un desierto urbano. En cada una de las calles salen al
paso centenares de carteles de “se vende” o “se traspasa”.
El único lugar de la ciudad con un poco de vida es la calle principal,
donde también este tipo de carteles aparecen por doquier.
Para que la tienda no se marchase de
la ciudad, el alcalde llegó a escribir una carta al propio Amancio
Ortega, los ciudadanos organizaron una hicieron recogida de firmas entre
los vecinos y salieron a la calle en plan movilización. Nada pudo
impedir que también la tienda de ropa se fuese de allí.
Los comerciantes del lugar dan
algunas razones que se sitúan en el centro del problema que tiene la
ciudad: en el centro es muy complicado aparcar, ya no quedan jóvenes que
hagan vida en la calle y muchas zonas están completamente deterioradas.
Para colmo, en las próximas fechas cerrarán el aparcamiento situado
bajo la plaza del ayuntamiento porque también se cae a cachos y hay que
reformarlo.
Hay más datos que tener en cuenta
para comprender el declive de una ciudad que llegó a ser la tercera urbe
más importante de Galicia cuando comenzaba la democracia. Durante los
últimos diez años, Ferrol ha sido la ciudad con el índice de paro más alto de toda Galicia.
El pasado mes de octubre el dato se situaba en un 19,5 %. La situación
política tampoco ha resultado habitualmente propicia.
Desde 1987, ningún
alcalde ha encadenado dos legislaturas consecutivas. El último fue el
socialista Jaime Quintanilla Ulla, que gobernó la ciudad entre 1979 y
1987, cuando comenzaron ya a notarse las heridas abiertas de la
reconversión naval, una herida que Ferrol todavía arrastra desde
entonces. Fernando termina la cerveza de un trago y tuerce el gesto
antes de marcharse calle abajo hacia su casa. “En Ferrol no hay nada.
Aquí se acaba hasta la vía del tren”
Los dos grandes pilares de la ciudad
En la rotonda de acceso al centro de la ciudad hay un cartel que reza: “Ferrol. Una ciudad abierta al mar”.
Para el visitante, esta frase resulta toda una paradoja. Muy cerca del
cartel se observa, efectivamente, la ría, y el pequeño puerto deportivo
con sus pantalanes de madera. Pero algo más allá, el mar desaparece
detrás de un enorme muro blanco que cruza la ciudad de lado a lado,
separando el territorio del Arsenal Militar de Ferrol y los astilleros
de Navantia del resto de la ciudad.
El muro oculta el mar a la gente y
lo reserva para los dos grandes pilares de la localidad. Es uno de esos
elementos arquitectónicos que definen el carácter y la idiosincrasia de
cualquier urbe. Son los soldados de la Marina y las grúas gigantes
mastodónticas de los astilleros viven con el azul de la ría. A sus
espaldas, tras esa muralla blanca, la gente, los edificios y el barrio.
El Arsenal Militar y los astilleros
siempre han sido los dos pilares fundamentales de la economía de la
ciudad. Todavía hoy, en los tiempos más complicados, esta es una máxima
que continúa inamovible. Esto es así porque, de siempre, el principal
cliente de los astilleros como Navantia es el estamento militar. No en
vano, ambas instituciones comparten el mismo espacio en Ferrol. Si el
arsenal suministra encargos, los astilleros tienen trabajo y, por tanto,
demandan más trabajadores. Y a la ciudad, en teoría, le va bien.
“Todo aquello provocaba que luego surgieran industrias privadas secundarias
que se aprovechaban de lo que producían los astilleros y el arsenal
para dinamizarlo todo: la fábrica de lápices Hispania, Fenya, Astano,
etc.”. Quien habla es Guillermo Llorca, historiador ferrolano que ha
versado en decenas de libros la historia de la ciudad. Tampoco él tiene
duda.
“Ferrol está muy polarizada: siempre ha habido una luchadora y
reivindicativa clase obrera frente a la pequeña burguesía de antaño.
Luego está la clase política, que no se ha preocupado nunca de cuidar
este lugar”.
El interior del Arsenal es otro
mundo paralelo. En la visita que realiza EL ESPAÑOL durante la mañana
del miércoles, los soldados de la marina realizan sus labores mientras
varias fragatas están atracadas en el muelle principal. “Estas son algo
más antiguas, vuelven aquí cuando terminan sus misiones. Es su punto de
retorno”, explica un capitán a este periódico.
Las fragatas pueden acabar
convirtiéndose en la salvación de la ciudad. Hace meses que se estaba
tramitando desde el Ministerio de Defensa la construcción de cinco
fragatas F-110, de última generación. El encargo supondría, según cuentan desde Navantia, una lluvia de empleos que revitalizarían la ciudad durante los próximos diez años.El cambio de Gobierno hizo que todo quedase, por el momento, paralizado. Así que las fragatas todavía no terminan de llegar." (Brais Cedeira, El Español, 07/07/18)
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