3/6/21

Exalumnos de los maristas de Vigo denuncian el horror de un colegio con cuatro pederastas en los años sesenta... era un secreto a voces... pero en Vigo el tema es un tabú, todo el mundo se conoce y nadie quiere remover el pasado

 "Son abogados, médicos, profesores, en torno a los 70 años, que aún recuerdan con asco y terror los abusos sexuales y la violencia sistemática que denuncian haber sufrido en el colegio El Pilar de los maristas de Vigo en los años sesenta. 

EL PAÍS ha recogido el testimonio de siete exalumnos, más uno que lo ha contado públicamente en un blog, contra al menos cuatro religiosos: el director del centro entre 1964 y 1969, según los datos de la orden, Agustín Antón del Cueto, que tenía el nombre religioso de hermano Pablo y era apodado El Cerilla (porque tenía el pelo blanco y con la sotana negra parecía como los fósforos de entonces); el hermano Luis, llamado El Chosco (tuerto, en gallego); el hermano Castañón; y el hermano Miguel, muy conocido en la ciudad porque era muy activo en los equipos deportivos y fue uno de los fundadores, en 1969, del histórico equipo de voleibol Club Vigo. Todos han fallecido, según la información de la congregación.

“Lo tengo metido dentro desde la infancia, ha sido un peso toda la vida y quiero liberarme, hacerlo público antes de no estar aquí”, confiesa Javier Álvarez-Blázquez, de 67 años. “Los abusos estaban institucionalizados, la mayor parte de los niños los sufríamos, estos cuatro profesores eran auténticos depredadores, en un ambiente sórdido y cuartelario, con una violencia habitual y sádica; ese colegio era una organización pederasta”. Estos antiguos alumnos están convencidos de que muchos otros sufrieron lo mismo que ellos, en las generaciones que pasaron por el colegio con los mismos profesores. Creen que las víctimas pueden ser centenares. Con estos nuevos casos de abusos a menores, el total de los conocidos en la Iglesia en España, según la contabilidad que lleva EL PAÍS, asciende a 316, con 833 víctimas.

 La orden, tras ser contactada por este periódico, confirma que estos cuatro religiosos estuvieron en el centro en esos años y ha abierto una investigación: “Nos ponemos a disposición de quienes hayan podido sufrir cualquier situación de maltrato o abuso. La existencia de víctimas es un recuerdo permanente de que les fallamos en el pasado. Condenamos cualquier tipo de situación de maltrato o abuso y trabajamos día a día para que no vuelvan a producirse”. Los maristas facilitan un correo electrónico donde se puede enviar las denuncias, también de forma anónima: contigo@maristascompostela.org. No obstante, no aclaran si harán públicos los datos y las conclusiones de su investigación. Tampoco han querido dar detalles, por el momento, de los años que estos cuatro docentes estuvieron en el centro y de sus destinos anteriores y posteriores.

 Este colegio ya tuvo un caso de abusos en 2009: un religioso de 69 años, Fernando Vecino, que se ocupaba de labores de secretaría, fue condenado a dos años de cárcel y al pago de 14.000 euros de indemnización por realizar tocamientos a dos niñas. No obstante, con el proceso ya en marcha, el colegio le hizo un homenaje por sus “50 años al servicio del Señor”. Finalmente, condenó los abusos tras la sentencia. Los maristas han afrontado uno de los mayores escándalos de pederastia en España, el de un colegio en Cataluña, y el pasado mes de diciembre acordaron una indemnización de 400.000 euros a 25 víctimas, aunque los casos ya habían prescrito. Acusaban a 18 profesores, tanto religiosos como seglares.

 Quienes ofrecen testimonios sobre abusos en los años sesenta afirman que eran un secreto a voces, igual que cuáles eran los religiosos pederastas, y que hasta se hacían burlas entre alumnos. Luego se han comentado en reuniones y cenas de antiguos compañeros. “Una vez éramos cerca de 60, se preguntó a quiénes les habían agredido sexualmente y muchos levantaron la mano”, recuerda Blázquez. Luego han ido hablando entre ellos hasta animarse a contarlo, pues aseguran que en Vigo el tema es un tabú, todo el mundo se conoce y nadie quiere remover el pasado. Son conscientes de que estas revelaciones causarán una gran conmoción y reacciones contrarias. “No tengo ánimo de revancha, sí de justicia. Y me revienta que digan que los abusos en la Iglesia solo son unos pocos casos en España, son miles”, explica E. F. Otros exalumnos contactados por este periódico confirman la violencia rutinaria, aunque guardan buen recuerdo de sus años escolares, pero desconocían los abusos sexuales y se declaran sorprendidos y desolados al saberlo.

 El marista que recibe más acusaciones es el hermano Castañón, cinco testimonios. Ocurría a menudo en plena clase: “Nos metía mano a todos, te sentaba en su regazo y te metía la mano en los pantalones, en los genitales, mientras hacías la cuenta. Yo tenía 10 años”, recuerda E. F. “Eran muchos los que nos toqueteaban, el hermano Miguel, El Chosco... La sensación era siempre de estar a merced de que viniera alguno y te tocara”. El hermano Castañón desapareció de pronto un día. Corrió el rumor de que le habían sorprendido cometiendo un abuso, y que incluso otro religioso, que apareció con una mano vendada, le había dado una paliza. “No se podía contener”, resume otro exalumno. Según recuerdan estas personas, se dijo que lo habían enviado a León, aunque luego volvió al colegio de Vigo al cabo de unos años.

“De mí abusaron Castañón y El Chosco”, relata Blázquez. “Tendría siete años cuando todo empezó. El señuelo que normalmente utilizaban era invitarme a un caramelo o a un refresco en el recreo y, con este reclamo, me llevaban al laboratorio o a una de las clases de la planta baja. Me sentaban en sus rodillas y empezaban a sobarme por fuera y por dentro del pantalón corto manoseando mis genitales. Recuerdo especialmente el aliento fétido, los jadeos del Chosco y su sotana rota, sucia y maloliente. Era un niño muy pequeño y no entendía lo que estaba pasando. Tampoco podía soportar la burla que nos hacían los compañeros de cursos superiores a los que salíamos del laboratorio o de las clases en las que se llevaban a cabo los abusos. Ellos sabían bien lo que estaba pasando porque, sin duda, ya lo habían sufrido en su momento”. Otro alumno relata que Castañón le llevaba con su hermano al laboratorio y les masturbaba a los dos: “Recuerdo su respiración excitada”.

Tres testimonios, en total, acusan al hermano Luis, el Chosco. Celso X. López Pazos rememora: “Con cualquier pretexto nos llamaba para que fuéramos a hablar con él, en el recreo o nos enganchaba al acabar las clases. Me acercaba hacia él agarrándome por las muñecas y me balanceaba hacia su cuerpo que estaba con las piernas abiertas. Y así 5 o 10 minutos mientras me hablaba de no sé qué. Supongo que me usaría como un objeto sexual para excitarse. Este método del balanceo era generalizado”.

Otros tres exalumnos señalan al director, El Cerilla, que combinaba los tocamientos con auténticas palizas. E. F. cuenta que un sábado por la tarde, jugando en el colegio, se cayó en el barro. El director le llevó a su habitación, le desnudó y le metió en la bañera. “Luego me fue secando con una toalla, se recreó, yo estaba muy asustado, duró unos 15 minutos”, recuerda. La experiencia de López Pazos fue distinta: “Con 10 u 11 años, el director me llamó a dirección. Una vez en su despacho, me bajó los pantalones cortos, me puso en sus piernas, se sacó una de las zapatillas negras de goma y comenzó a pegarme en las nalgas. Muy fuerte. Al acabar comenzó a acariciarme las nalgas como para consolarme por el dolor sufrido”.

Con otro exalumno, que prefiere no revelar su nombre, las agresiones eran habituales: “Era sadismo puro. Yo era guapillo, y en la reválida de cuarto comencé a sentir su acoso. Continuamente me hacía llamar, incluso en mitad de una clase y me aterrorizaba entrar en aquel edificio. El motivo era el mal comportamiento, que ahora imagino inventado; no recuerdo haber hecho nada. Me bajaba los pantalones, me ponía en su regazo y con una regla fina me daba 20 varazos, siempre eran 20. El dolor era insoportable y tenía que disimular los negrones porque si mi madre los veía, pues lo de siempre, algo harías. Esta situación duró varios meses, hasta que un día no me dejé: ‘Usted no me toca’. Me dijo que entonces me expulsaría y luego, con dulzura: ‘No te resistas y todo pasará rápido’. Pero yo me fui, en casa dije que me habían expulsado, y desde ese día la relación con mis padres fue un verdadero infierno”. Este religioso, Agustín Antón del Cueto, falleció en 2006 y también pasó por centros maristas de otras ciudades: A Coruña, Segovia, Oviedo, Santiago de Compostela y León, según la información de la orden.

Un profesor con un látigo en clase

Dos personas acusan al hermano Miguel, que había combatido en la Guerra Civil y todos lo describen como un individuo muy violento, que golpeaba brutalmente con su bastón a los niños en la cabeza. “Disfrutaba creando pánico en los niños, no era normal, era una mala bestia”, describe una de estas personas. Otra, Juan Lojo Montojo, recuerda: “Un domingo me castigó, yo tenía 11 o 12 años, me puso a estudiar y al cabo de una hora me dijo que me sentara en su regazo. Entonces me metió la mano por el culo, los genitales, y cuando acabó me dio un beso y un caramelo”. 

Este religioso llevaba muchas actividades del colegio, del coro a los equipos deportivos, de balonmano y voleibol. E. F. corrobora: “No desaprovechaba ocasión para tocarte, se frotaba, te pellizcaba los pezones, si lo veías escapabas”. En los años setenta, el hermano Miguel, que ya ha fallecido, fue trasladado a A Coruña. Estas acusaciones contrastan con los elogios y el recuerdo afectuoso que tienen de él quienes lo conocieron en el Club Vigo de voleibol.

Además de los abusos, todos recuerdan una violencia constante. Uno de los maristas, apodado El Lupi, tenía incluso un látigo de sintasol que utilizaba asiduamente en clase. Varios recuerdan una práctica que relata Blázquez:

 “La tortura más dolorosa era la del corro en el patio. Un hermano nos hacía formar un círculo y elegía a uno de nosotros para empezar la sesión del quirófano, como él la llamaba. El elegido tenía que pegarle un tortazo al que estaba a su derecha y éste, a su vez, al siguiente. Podía haber una vuelta o más dependiendo del grado de satisfacción del hermano. Ahora bien, el tortazo que tenías que darle al compañero debía ser muy fuerte, porque si no venía el hermano y nos pegaba un enorme tortazo a los dos. Aquel despiadado disfrutaba viendo cómo nos atizábamos, la mayor parte de las veces llorando porque no soportábamos aquella tortura. Nunca olvidaré su sonrisa sádica”.

El exalumno que sufrió abusos con su hermano resume: “No decíamos nada en casa, tenías miedo a que te dijeran algo, teníamos miedo a todo, éramos niños temerosos. Miedo al pecado, a la muerte, al sexo, a los adultos, a todo. Era una educación perversa. Estabas metido en el terror pero no lo sabías, porque el mundo era así. El colegio era así”.               (Íñigo Domínguez, El País, 01/06/21)

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