23/4/13

Si quería ser promocionado por la Xunta de Fraga tendría que cambiar de estilo, “ir más con la moda”

 
 A la izquierda, Ignacio Ramonet, a la derecha, Ángel Lemos, y en el centro su amigo Simeón, en Redondela, en 1933

"En el salón de su casa de A Estrada, cuando su amigo Laxeiro iba de visita, los dos pintores, el célebre y el ignorado, hacían terapia colectiva. A Ángel Lemos parece ser que no le hacía mucha falta sincerarse, pero al artista de Lalín lo liberaba bastante: “Ángel, non me deixan pintar os meus nenos”, asegura una hija de Lemos, Natalia, también pintora, que le oía confesar a Laxeiro. 

“Lo obligaron a estar en la vanguardia para triunfar, y accedió”, describe ahora ella, “mi padre, no. Moriría sin ser conocido, pero se conocía a sí mismo y fue fiel a sus principios”. “En los años noventa, el conselleiro de Cultura [Xesús Pérez Varela], le dijo ‘señor Lemos, nos interesa su figura [un republicano que en pleno frente, bajo el fuego cruzado, corrió desde las filas de Franco para cambiarse de bando], pero esto que usted pinta es demasiado realista”. 

Si quería ser promocionado por la Xunta de Fraga, le aconsejaba el político, tendría que cambiar de estilo, “ir más con la moda”.

 Ángel Lemos (Vigo, 1917-A Estrada, 2002) vivió una vida de novela y con su trabajo artístico sacó adelante a los ocho hijos que nacieron de sus dos matrimonios, pero no fue un pintor de éxito. Sin embargo, el suyo es el primer caso en Galicia que prospera en un juzgado de una denuncia por falsificación, presentada ante la policía nacional (Grupo de Delincuencia Organizada de A Coruña) por la familia del pintor muerto. 

El 14 de marzo, tras siete años de investigación, el juzgado de lo Penal número 3 de Vigo declaró culpable de un delito contra la propiedad intelectual y otro de tentativa de estafa al marchante Carlos Vila Rodríguez, gerente de las salas de arte Alpide.

En enero de 2006, el galerista estrenó el segundo de sus locales, en la calle López de Neira, con una retrospectiva del pintor, fallecido cuatro años antes. La muestra, que supuestamente era una promesa que Vila le había hecho a Lemos en los últimos años de su vida (antes de cortar su relación en 2000), se prolongó dos meses.

 Los cuadros, pagados al artista por el que podría entenderse como su mecenas a unas 25.000 pesetas, se pusieron a la venta, según la sentencia, a precios comprendidos entre 300.000 (1.800 euros) y 350.000 (2.100 euros). En los primeros días de la exposición, Natalia Lemos visitó la galería Alpide con su madre. Desde el primer instante ambas tuvieron la convicción de que siete de los cuadros expuestos, (Lavandeiras, Regreso del mercado, Fiesta de San Xoán, Meigas, Meigas —adornos en campaña—, En Santiago chovendo y Sendero) no eran del hombre que tantas veces habían contemplado pintar. 

“Me parecieron horribles. La pincelada no era la de mi padre, y esos colores él jamás los habría usado”, argumenta la hija, que aprendió pintura, como varios de sus hermanos, a la vera de Ángel Lemos.

 Así que les hizo fotos allí mismo a los lienzos que le parecieron sospechosos y a los dos días buscó instantáneas de las mismas obras que conservaba en casa para “cotejar”. Dos meses después, formuló la denuncia en la policía nacional. Pasado el tiempo, no se presentó como acusación en el juicio porque “no quería recibir nada a cambio”. 

Como apunta el propio magistrado en la sentencia, la aspiración de la hija, únicamente, es proseguir con el trabajo de catalogación de la obra de su padre, un afán que persigue desde 2001.  (...)

A los 14 años, Lemos huyó con su amigo Ignacio Ramonet con el sueño de ser actores en París. A los 17, embarcó como polizón rumbo a América, pero fue descubierto, preso en Portugal y devuelto a Vigo. En Toledo cambió de frente. Después vivió escondido y fue encarcelado en Ferrol. 

 La traición a Franco lo perseguía y, junto a las penurias de postguerra, lo empujó de nuevo a emigrar, como polizón, a Buenos Aires. Dejaba atrás esposa y cinco hijos, y no regresó hasta que murió el dictador."         (El País, 04/2013) 

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