A la izquierda, Ignacio Ramonet, a la derecha, Ángel Lemos, y en el centro su amigo Simeón, en Redondela, en 1933
"En el salón de su casa de A Estrada, cuando su amigo Laxeiro iba de
visita, los dos pintores, el célebre y el ignorado, hacían terapia
colectiva. A Ángel Lemos parece ser que no le hacía mucha falta
sincerarse, pero al artista de Lalín lo liberaba bastante: “Ángel, non
me deixan pintar os meus nenos”, asegura una hija de Lemos, Natalia,
también pintora, que le oía confesar a Laxeiro.
“Lo obligaron a estar en
la vanguardia para triunfar, y accedió”, describe ahora ella, “mi
padre, no. Moriría sin ser conocido, pero se conocía a sí mismo y fue
fiel a sus principios”. “En los años noventa, el conselleiro de Cultura [Xesús Pérez Varela], le dijo ‘señor Lemos, nos interesa su figura [un republicano que en pleno frente, bajo el fuego cruzado, corrió
desde las filas de Franco para cambiarse de bando], pero esto que usted
pinta es demasiado realista”.
Si quería ser promocionado por la Xunta
de Fraga, le aconsejaba el político, tendría que cambiar de estilo, “ir
más con la moda”.
Ángel Lemos (Vigo, 1917-A Estrada, 2002) vivió una vida de novela y
con su trabajo artístico sacó adelante a los ocho hijos que nacieron de
sus dos matrimonios, pero no fue un pintor de éxito. Sin embargo, el
suyo es el primer caso en Galicia que prospera en un juzgado de una
denuncia por falsificación, presentada ante la policía nacional (Grupo
de Delincuencia Organizada de A Coruña) por la familia del pintor
muerto.
El 14 de marzo, tras siete años de investigación, el juzgado de
lo Penal número 3 de Vigo declaró culpable de un delito contra la
propiedad intelectual y otro de tentativa de estafa al marchante Carlos
Vila Rodríguez, gerente de las salas de arte Alpide.
En enero de 2006, el galerista estrenó el segundo de sus locales, en
la calle López de Neira, con una retrospectiva del pintor, fallecido
cuatro años antes. La muestra, que supuestamente era una promesa que
Vila le había hecho a Lemos en los últimos años de su vida (antes de
cortar su relación en 2000), se prolongó dos meses.
Los cuadros, pagados
al artista por el que podría entenderse como su mecenas a unas 25.000
pesetas, se pusieron a la venta, según la sentencia, a precios
comprendidos entre 300.000 (1.800 euros) y 350.000 (2.100 euros). En los
primeros días de la exposición, Natalia Lemos visitó la galería Alpide
con su madre. Desde el primer instante ambas tuvieron la convicción de
que siete de los cuadros expuestos, (Lavandeiras, Regreso del mercado, Fiesta de San Xoán, Meigas, Meigas —adornos en campaña—, En Santiago chovendo y Sendero)
no eran del hombre que tantas veces habían contemplado pintar.
“Me
parecieron horribles. La pincelada no era la de mi padre, y esos colores
él jamás los habría usado”, argumenta la hija, que aprendió pintura,
como varios de sus hermanos, a la vera de Ángel Lemos.
Así que les hizo fotos allí mismo a los lienzos que le parecieron
sospechosos y a los dos días buscó instantáneas de las mismas obras que
conservaba en casa para “cotejar”. Dos meses después, formuló la
denuncia en la policía nacional. Pasado el tiempo, no se presentó como
acusación en el juicio porque “no quería recibir nada a cambio”.
Como
apunta el propio magistrado en la sentencia, la aspiración de la hija,
únicamente, es proseguir con el trabajo de catalogación de la obra de su
padre, un afán que persigue desde 2001. (...)
A los 14 años, Lemos huyó con su amigo Ignacio Ramonet con el sueño de
ser actores en París. A los 17, embarcó como polizón rumbo a América,
pero fue descubierto, preso en Portugal y devuelto a Vigo. En Toledo
cambió de frente. Después vivió escondido y fue encarcelado en Ferrol.
La traición a Franco lo perseguía y, junto a las penurias de
postguerra, lo empujó de nuevo a emigrar, como polizón, a Buenos Aires.
Dejaba atrás esposa y cinco hijos, y no regresó hasta que murió el
dictador." (El País, 04/2013)
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