La calle de Carmen Curuxeiras, en Ferrol, parte del Camino Inglés
compostelano, cerrado al paso por el riesgo de derrumbe de sus
edificios. / Gabriel Tizón
"La noche del 15 de enero, Rosario M. y su pareja tuvieron que salir
con lo puesto de su casa, en la tercera planta del número 12 de la calle
de Carmen Curuxeiras. El edificio, el penúltimo aún habitado de esa
calle que se desmorona, comenzaba a ser apuntalado por fuera y por
dentro. A sus vecinos del segundo no les fue mejor.
Para Alonso Cerrada y
su mujer, desalojar a toda prisa el piso en el que vivían alquilados ha
resultado una pesadilla que les tiene desbaratada la vida. Eran seis en
la casa: el matrimonio, los suegros, dos niños de dos y tres años, y un
tercero en camino. Se fueron sin tiempo de hacer acopio de pañales y
mudas, lo imprescindible para ir tirando con los familiares que los
realojaron. Lo mismo le ocurrió a la propietaria del primero, Mariluz,
que vivía sobre un garaje vacío.
De golpe, Carmen Curuxeiras, una calle corta en forma de semicírculo
en el corazón medieval de una ciudad que nació en torno a un castro,
perdía a sus nueve últimos habitantes, con excepción de los que residen
en un inmueble rehabilitado en una esquina. Y no es una vía marginal,
precisamente.
Por ella discurre el primer tramo del Camino Inglés que conduce a Santiago de Compostela,
aunque desde hace un año los peregrinos estén obligados a zigzaguear
por desvíos porque la calle, excepto para sus pocos inquilinos, está
cortada ante el peligro que representan las fachadas y cornisas que se
deshacen como arena.
La calle es la arteria más enferma de Ferrol Vello,
un barrio protegido, a cuatro pasos del mar, que camina muy rápido
desde la decadencia hacia la ruina absoluta ante la pasividad de los
propietarios, que no rehabilitan sus edificios, y la inacción del
Ayuntamiento, que ha tardado décadas en empezar a exigírselo.
En diciembre de 2011, la oficina municipal de rehabilitación hizo
recuento de daños. Ferrol Vello suma 195 inmuebles con 489 viviendas y
184 bajos, el 85% anteriores a 1960. Casi la mitad de las casas (212) y
locales (94) están vacíos. La asociación vecinal es más pesimista y
estima que por cada tres viviendas habitadas hay siete vacías o
derruidas.
Rosario compró su piso en 2007 y no duda: fue la peor decisión de su
vida. En agosto, los cuatro propietarios se rascaron el bolsillo “con
mucho esfuerzo” para estrenar tejado y reparar la fachada. Una factura
de 20.000 euros que no les sirvió de mucho.
La noche del desalojo,
relata esta vecina, los bomberos ferrolanos, la Policía local y los
técnicos municipales no les dieron opción y apuraron su salida por el
temor de que todo el inmueble se viniera abajo a causa de una profunda
grieta lateral, tan ancha como honda. Por precaución, evacuaron dos
edificios más y precintaron la calle.
Cinco familias desahuciadas de sus
casas por la ruina.
“Tirados en la calle, con todas nuestras vidas ahí metidas y pidiendo
préstamos a amigos y familiares para pagar los gastos”, resume Rosario,
desempleada al igual que su pareja.
Irónicamente, la casa que amaga con desplomarse es una de las más
modernas de la calle, y la culpa, dicen sus dueños, la tuvo otra ya
derruida. La viga podrida y solitaria que flota sobre el solar de lo que
fue el número 14 perforó la pared medianera del número 12 y lo hirió de
muerte.
“Lo denunciamos en 2007, este problema no era nuevo”, se quejan
los afectados. “Es impensable que un deterioro así ocurriese en ninguna
otra ciudad de Galicia o de España, que cuidan de su patrimonio. Mejor o
peor, la rehabilitación del casco viejo se ha hecho en todas las
ciudades. Esto no tiene perdón”, argumentan.
El desalojo del 12 fue el último capítulo del declive urbanístico de
un barrio a un paso del mar que empeora cada invierno. Y este ha sido
especialmente nocivo.
La Praza Vella, que es la espina dorsal de Ferrol Vello, parece un
escenario de posguerra. Un decorado casi irreal de edificios abatidos
por la bomba del tiempo y el abandono donde la ruina es la reina.
Esqueletos de casas con las vigas al aire, tejados colonizados por la
maleza y cascotes de ladrillo y azulejo sembrados por el suelo en zonas
cerradas al paso.
Degradado, despoblado y columpiándose entre la ruina y
la podredumbre. Así es el casco viejo de una ciudad con una crisis
encima de otra. A la sistémica, Ferrol le suma la del sector naval,
con poco trabajo en una ría que vive por y para sus astilleros
públicos; la urbanística, con docenas de inmuebles deshabitados cuya
propiedad se reparten tres constructores locales, y la demográfica.
Con 71.232 vecinos en 2013, la urbe ha perdido 16.497 desde 1980 (el 30%) y carga con el triste récord
de tener la tasa de paro más alta de Galicia (32%) con 20.745
desempleados en la comarca.
Para rematar, un tercio de los pequeños
comercios del centro ha cerrado sus puertas en los últimos tres años,
según los cálculos de la patronal (Acof), porque sin barcos que
construir no hay nóminas que gastar. Ferrol Vello sintetiza el declive
de la séptima ciudad gallega, que pasó de abanderada en la lucha obrera
contra el franquismo a la parálisis permanente acomodada en la cultura
de subvenciones que ya no fluyen.
La intervención urgente en Carmen Curuxeiras es la consecuencia
directa del abandono de los propietarios en un barrio con las políticas
de rehabilitación atascadas y un plan integral de rehabilitación que
enfila la recta final de su redacción. En febrero de 2011, el Gobierno
gallego declaró Ferrol Vello como bien de interés cultural (BIC), pero
esta protección urbanística no se tradujo, lamentan sus residentes, en
nuevas líneas de ayuda.
“Ha sido un atraso”, apuntan desde el Gobierno
local. El rigor y las precauciones que introducen hacen de cada intento
de rehabilitar una odisea en un laberinto de burocracia.
Apenas una docena de tascas sobreviven en un barrio portuario que fue
pródigo en tabernas y pensiones.
Un paseo por sus calles es como un
viaje en el tiempo por los escaparates de un despacho de suministros
navales, la relojería García o la carnicería Manuel, en Benito Vicetto,
abandonados hace décadas. La Crema fue de los últimos en cerrar. “Una
pastelería deliciosa”, cuenta una vecina que aún se relame pensando en
sus famosas milhojas. Resistió lo que pudo, pero acabó claudicando.
En
la parte baja de Ferrol Vello no hay otra tienda donde comprar pan.
Tampoco cajeros, ferreterías o supermercados. Ni siquiera un bazar
chino. Apenas un par de restaurantes nuevos y un bodegón se han atrevido
a apostar por el barrio para sus negocios. “Era un barrio precioso y se
muere. Por no decir que ha muerto ya”, termina Manuel A., tan enamorado
de su zona como desencantado por una agonía a la que ninguna
Administración pone fin." (El País, 02/03/2014)
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