Cobertizo bajo el que duermen una quincena de personas sin techo en Santiago, a 200 metros de la Catedral. / ÓSCAR CORRAL
"Si ve que alguien es de fiar, Godofredo sonríe con su boca despoblada
e invita a pasar al pequeño rincón en el que guarda toda su intimidad.
El alero que forma la dársena de Juan XXIII, a 200 metros de la catedral
de Santiago, el arzobispado y el Hostal de los Reyes Católicos, a solo
10 del hotel monumento San Francisco, cobija historias humanas
inimaginables para quien transita en coche oficial por la avenida que
corre sobre el.
En este refugio con cubierta de hormigón se alinean en
bultos perfectamente definidos las escasas pertenencias de cada uno de
los 15 transeúntes que aquí habitúan dormir. La llamada “zona vip” es la
de techo más bajo, donde no se cabe de pie, porque entra menos la
lluvia.
Los guiris se apean de los buses y “flipan por colores”. “Sacan el
móvil y hacen fotos con disimulo” para mandar a casa. Solo uno entre
estos moradores al raso tiene colchón. Los demás mullen el suelo con
esteras o se apañan con cartones que piden en las tiendas de souvenirs.
“Caprichos de Santiago”, rezaban aquellos sobre los que yacía Andrés Canet Requena, Caniche,
el guitarrista callejero de 42 años que amaneció muerto, amoratado, con
un líquido fluyendo de su boca y su nariz, en este lugar el viernes
pasado. La noche anterior, sus amigos llamaron al 061 y una médico, “sin
hacerle reconocimiento” alguno, determinó que se trataba de “un
colocón”. “Abrigadlo, que duerma y mañana estará como nuevo”, afirman
que dijo estos testigos.
“Aquí hay de todo como en botica, pero Caniche era de los buenos”,
lamenta Godofredo, que vino de Asturias, trabajó de “camarero, técnico
de montaje y albañil” y cotizó “22 años” hasta que se hizo autónomo.
Luego le fue mal y quedó a la intemperie. Su montón de enseres es de los
más limpios y ordenados de la dársena. Incluso se ha levantado un
tabique de cartón, impoluto, tras el que elabora pulseras y llaveros de
cuero abrigado del viento y de esta lluvia compostelana que cae casi en
horizontal.
Pese a la pérdida de un compañero, hoy Godo tiene razones
para estar contento porque mañana va al dentista. La Cruz Roja le va a
pagar los puentes que completarán su sonrisa. Ángel, “descendiente de
los condes de Lemos, marinero de altura y decorador”, es ahora su
inseparable socio en el negocio de los curtidos.
Lo de negocio
va en cursiva porque pese a que estos dos hombres de mediana edad
trabajan trenzando de sol a sol, cuando van a las ferias a vender lo
único que se ganan son multas.
La última les cayó en Noia, 40 euros por desplegar su mercancía
artesana sin licencia municipal. La Policía Local de Santiago también
les acaba de dar un toque. Los agentes les entregaron un papel azul en
el que les advierten de que si los pillan queriendo vender una vez más
les requisan todo.
De nada vale que en Vieiros, el centro de transeúntes
de Cáritas en Santiago, les enseñen un oficio si luego la
Administración quiere sacar tajada de los que tienen cero patrimonio.
“Los políticos nos impiden despegar”, se queja Ángel, impecablemente
vestido, “si nos dejasen vender, tendríamos lo justo para vivir. No
pedimos más”.
En Juan XXIII hay gente con inquietudes. “Somos Los Hombres de Piedra”,
dicen con orgullo, citando el título de la revista de historias de la
calle que edita en un PC del albergue de los curas el vasco Andoni
Moreta, otro compañero de dársena al que todos reconocen un cierto
liderazgo. Nada más morir Andrés Canet, Moreta colgó un vídeo de su
amigo músico.
Ángel es socio de la magnífica biblioteca que construyó el
Estado al otro lado de la calle. En realidad, aquí la mayoría se han
hecho el carné de lectores. Primero, porque nada más levantarse por las
mañanas (en la dársena se madruga bastante) si están a tope los baños de
la estación de bus pueden ir a asearse allí.
Y segundo, porque en este
lugar hay “personas con cerebro y con cultura”, ávidas de novelas de
aventuras y periódicos en papel. Por si esto fuera poco, en la
biblioteca Ánxel Casal hay calefacción y café de máquina a buen precio.
El día que vino Benedicto XVI hubiera habido una foto de premio que
se quedó sin hacer. El Papa y su pompa llegaron a la catedral por la vía
que pasa sobre la dársena de los desheredados. El alero que cobija a
estos sin techo, además, ofrece una estupenda vista de la residencia
oficial del presidente de la Xunta.
Monte Pío es justo lo que queda
enfrente, y luce mucho, con sus líneas horizontales, su bandera y sus
jardines, en las puestas de sol. Con fijarse un poco, los vagabundos
pueden saber a qué hora llega a casa Feijóo, lo mismo que antes Touriño y
Fraga, porque todo ese tiempo, y más, lleva instalada en el lugar esta
colonia. Ángel, precisamente, fue el vecino de plaza que certificó el
fallecimiento de Caniche.
El compañero de cueva “había estado tocando la
guitarra todo contento” por la tarde, pero luego se sintió mal y se
acostó bajo su par de mantas. Había tomado, al parecer, lo que otras
veces: cuatro litros de vino, metadona, porros y varios Trankimazín.
Pero todos se dieron cuenta de que aquello no iba, y telefonearon al
061.
“La médico, o la enfermera, que no sabemos lo que era, lo meneó un
poco con la mano sin destaparlo. Lo llamó, ‘Caniche, Caniche’, pero él
no podía ni hablar”, cuentan varios residentes de la dársena. “Si se lo
hubieran llevado al hospital, a lo mejor lo habrían salvado con un
lavado de estómago”. Pero no lo hicieron. La sanitaria determinó que no
era necesario. Bastaría con dejarle dormir la mona.
“Si fuese un niño de papá en el botellón no lo habrían dejado tirado
con el coma etílico, como a un perro”, lamentan en Juan XXIII. Según la
versión de Sanidade, la ambulancia no se lo llevó porque el propio
Caniche denegó de palabra la asistencia.
Los amigos, sin embargo,
aseguran que no podía hablar y que el que contestó a las preguntas del
equipo médico fue su amigo inseparable, el chico del perro blanco de
lanas que conoció hace un par de meses transitando por el Camiño da
Costa a Santiago.
A Caniche le murieron hace poco la madre y un hermano.
Ahora, de la familia, natural de Valencia, en Compostela queda vivo el
hermano mayor, también toxicómano, que habita un piso de Cáritas con su
mujer. Todavía con las cenizas del muerto calientes, Pablo Canet anunció
que denunciaría a los facultativos para que el caso no se repita.
“Las zorras y las aves tienen cuevas y nidos”, reivindica una pintada
que alguno hizo en el techo. Ángel señala el rincón cubierto de ramos
de flores silvestres que improvisaron los amigos de Caniche y manda una
invitación: “Si alguien quiere conocer la cruda realidad, que venga
aquí”. (El País, 10/05/2013)
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