"Te levantas por la mañana, sales de casa y te chocas con ellos en la
puerta. Les hablas mal y les da igual. Vuelven al día siguiente. Aquí
decimos que son una pesadilla, una plaga. Pero ellos vienen de fuera, y
no saben con quiénes se han topado.
Hay gente mayor y sola a la que se
le puede mentir y engañar, pero los de aquí somos bravos y no sabes cómo
de tacaños”. La que describe la situación con tanta vehemencia es Ana
Varela, secretaria de Petón do Lobo, una asociación vecinal de Corcoesto
(Cabana de Bergantiños) que estaba moribunda y resucitó para defender
los intereses de los parroquianos contra el proyecto de una enorme mina
de oro a cielo abierto.
Nació como un colectivo cultural, pero ha
cambiado su fin por la defensa del medioambiente. La secretaria explica
que porque este, y el de llevar en activo más de dos años, son
requisitos imprescindibles para enfrentarse a la minera en los
tribunales si es que surgen “los problemas”.
Cuando habla de “pesadilla”, Varela se refiere a los emisarios que
Edgewater Exploration y su filial gallega Mineira de Corcoesto han
destacado en la zona desde hace meses para tratar de cerrar acuerdos de
compraventa con todos los propietarios afectados.
A finales del año
pasado, incluso antes de que la firma obtuviese el visto bueno de Medio
Ambiente (paso previo a un permiso definitivo de Industria que aún está
por llegar), en todas las casas recibieron una primera carta. Desde
entonces han llegado “otras dos más”.
Y las tres son semejantes, cuentan
los vecinos: si alcanzan un acuerdo ahora, la empresa les pagará 1,20
euros por metro cuadrado de monte; si no, en el período de expropiación
forzosa, con el beneplácito de la Xunta en la mano, la compañía
canadiense solo pagará la mitad.
Este colectivo que asegura representar a
más de medio centenar de afectados cree que, después de seis meses de
campaña, los extranjeros solo han logrado la firma de “tres personas”.
La versión de la empresa es muy distinta: “No hemos cuantificado el
número de vecinos que firmaron el preacuerdo, pero son muchos”, afirma
una portavoz.
“La mayoría no quieren ni escuchar a Edgewater”, describe el
presidente de Petón, Ismael López: “Les cierran la puerta en las
narices”, “escapan corriendo al verlos”. “Uno los amenazó con el sacho”,
asegura la secretaria. Pero también hay quien tira de retranca en estos
trances: “Si me ponéis un local en Carballo, grande, para una sala de
fiestas, cerramos ya mismo el trato”, les soltó la vecina Carmen Calvo.
“Andan tres juntos.
Un encargado de la empresa y dos peritos”, describe
Ana Varela. “Lo último, desde hace dos semanas, es que vienen con una
cámara, sacan fotos de las casas desde varias perspectivas y luego se
presentan con un álbum. Le van diciendo a cada cual que su casa se puede
caer”.
Y “realmente, es posible que eso pase”, sigue comentando la
secretaria, “porque son edificaciones muy viejas” y porque “va a haber
una gran voladura a diario”. Según el colectivo vecinal, después de
informarlos de los peligros que se ciernen sobre sus hogares, los
voceros de la empresa “piden a cada propietario la firma y el DNI”.
“Nadie se explica por qué”.
Edgewater niega pedir nada de esto. Aunque efectivamente reconoce que
“representantes de la empresa están visitando las casas más próximas a
la futura mina para informar de que, si están de acuerdo, un aparejador
revisará la vivienda para certificar el estado previo al comienzo de los
trabajos”.
“Se trata”, sigue la portavoz oficial, “de una iniciativa
habitual, que además responde a una demanda expresa de los vecinos”. Así
“podrán reclamar” si aparece “algún desperfecto”. No obstante, defiende
la minera, “las casas no corren ningún riesgo”.
Estas visitas se producen en las aldeas de Montefurado (cinco
inmuebles, 10 habitantes) y Fonterremula (ocho casas, 12 personas), que
se hallan, según mediciones de Petón, a 12 metros del perímetro de la
explotación de oro a cielo abierto.
A Rectoral, el tercer núcleo más
próximo a la mina, agrupa 15 casas y se enclava a 70 metros, pero es el
más cercano a Picotos Norte, el lugar donde se espera que empiecen en
primer lugar las megadetonaciones para romper la roca que esconde el
metal precioso.
“Nos minan la moral. Juegan con el cansancio
psicológico”, se queja Ana Varela. “La gente anda deprimida", abunda
Ismael López. “Te vienen diciendo que el vecino de abajo ya dio el sí, y
luego vas tú, le preguntas y te lo niega todo: ‘¿Yo? ¡Qué va! ¡Yo no
vendo!”. (El País, 25/06/2013)
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