2/7/13

Vecinos de Corcoesto denuncian presiones de la minera para vender

"Te levantas por la mañana, sales de casa y te chocas con ellos en la puerta. Les hablas mal y les da igual. Vuelven al día siguiente. Aquí decimos que son una pesadilla, una plaga. Pero ellos vienen de fuera, y no saben con quiénes se han topado. 

Hay gente mayor y sola a la que se le puede mentir y engañar, pero los de aquí somos bravos y no sabes cómo de tacaños”. La que describe la situación con tanta vehemencia es Ana Varela, secretaria de Petón do Lobo, una asociación vecinal de Corcoesto (Cabana de Bergantiños) que estaba moribunda y resucitó para defender los intereses de los parroquianos contra el proyecto de una enorme mina de oro a cielo abierto.

 Nació como un colectivo cultural, pero ha cambiado su fin por la defensa del medioambiente. La secretaria explica que porque este, y el de llevar en activo más de dos años, son requisitos imprescindibles para enfrentarse a la minera en los tribunales si es que surgen “los problemas”.

 Cuando habla de “pesadilla”, Varela se refiere a los emisarios que Edgewater Exploration y su filial gallega Mineira de Corcoesto han destacado en la zona desde hace meses para tratar de cerrar acuerdos de compraventa con todos los propietarios afectados. 

A finales del año pasado, incluso antes de que la firma obtuviese el visto bueno de Medio Ambiente (paso previo a un permiso definitivo de Industria que aún está por llegar), en todas las casas recibieron una primera carta. Desde entonces han llegado “otras dos más”.

 Y las tres son semejantes, cuentan los vecinos: si alcanzan un acuerdo ahora, la empresa les pagará 1,20 euros por metro cuadrado de monte; si no, en el período de expropiación forzosa, con el beneplácito de la Xunta en la mano, la compañía canadiense solo pagará la mitad.

 Este colectivo que asegura representar a más de medio centenar de afectados cree que, después de seis meses de campaña, los extranjeros solo han logrado la firma de “tres personas”. La versión de la empresa es muy distinta: “No hemos cuantificado el número de vecinos que firmaron el preacuerdo, pero son muchos”, afirma una portavoz.

“La mayoría no quieren ni escuchar a Edgewater”, describe el presidente de Petón, Ismael López: “Les cierran la puerta en las narices”, “escapan corriendo al verlos”. “Uno los amenazó con el sacho”, asegura la secretaria. Pero también hay quien tira de retranca en estos trances: “Si me ponéis un local en Carballo, grande, para una sala de fiestas, cerramos ya mismo el trato”, les soltó la vecina Carmen Calvo. “Andan tres juntos. 

Un encargado de la empresa y dos peritos”, describe Ana Varela. “Lo último, desde hace dos semanas, es que vienen con una cámara, sacan fotos de las casas desde varias perspectivas y luego se presentan con un álbum. Le van diciendo a cada cual que su casa se puede caer”.

 Y “realmente, es posible que eso pase”, sigue comentando la secretaria, “porque son edificaciones muy viejas” y porque “va a haber una gran voladura a diario”. Según el colectivo vecinal, después de informarlos de los peligros que se ciernen sobre sus hogares, los voceros de la empresa “piden a cada propietario la firma y el DNI”. “Nadie se explica por qué”.

Edgewater niega pedir nada de esto. Aunque efectivamente reconoce que “representantes de la empresa están visitando las casas más próximas a la futura mina para informar de que, si están de acuerdo, un aparejador revisará la vivienda para certificar el estado previo al comienzo de los trabajos”. 

“Se trata”, sigue la portavoz oficial, “de una iniciativa habitual, que además responde a una demanda expresa de los vecinos”. Así “podrán reclamar” si aparece “algún desperfecto”. No obstante, defiende la minera, “las casas no corren ningún riesgo”.

Estas visitas se producen en las aldeas de Montefurado (cinco inmuebles, 10 habitantes) y Fonterremula (ocho casas, 12 personas), que se hallan, según mediciones de Petón, a 12 metros del perímetro de la explotación de oro a cielo abierto. 

A Rectoral, el tercer núcleo más próximo a la mina, agrupa 15 casas y se enclava a 70 metros, pero es el más cercano a Picotos Norte, el lugar donde se espera que empiecen en primer lugar las megadetonaciones para romper la roca que esconde el metal precioso.

 “Nos minan la moral. Juegan con el cansancio psicológico”, se queja Ana Varela. “La gente anda deprimida", abunda Ismael López. “Te vienen diciendo que el vecino de abajo ya dio el sí, y luego vas tú, le preguntas y te lo niega todo: ‘¿Yo? ¡Qué va! ¡Yo no vendo!”.    (El País, 25/06/2013)

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