"Hace 50 años en Ardemil, una aldea del municipio coruñés de Ordes,
los que gastaban gafas no inspiraban ninguna confianza. De los cortos de
vista había que sospechar, porque podía ser que en realidad tuviesen
una “vista muy fuerte” y precisasen de las lentes para contenerla.
El
mal de ojo, ese presunto superpoder que da la envidia, causaba estragos
tremendos en la salud de los hombres y del ganado, y era necesario
recurrir a los amuletos y al saber de los curanderos para protegerse. En
1965, un danés larguirucho se presentó en Ardemil becado por la
Universidad de Copenhague y otros dos centros científicos de su país.
Una investigación suya sobre prácticas brujeriles que se creían extintas
en un pueblo de Dinamarca había causado revuelo, y a sus 34 años Gustav
Henningsen, antropólogo y folclorista, empezaba a forjarse esa fama de
“mayor experto en el estudio de la brujería moderna” que hoy le precede
allá adonde va.
El sonriente Henningsen usaba gafas de pasta, y al principio en
Ardemil los vecinos, precavidos, trataron de evitarlo. Tuvo que ganarse a
pulso la confianza. Acordarse de saludar siempre diciendo “San
Antonio”, una fórmula que parecía limpiar el aire de sospechas.
Y sobre
todo aprender a preguntar con largos y enrevesados rodeos para llegar al
alma de los paisanos sin que saltasen las alarmas. Al final, la mayoría
comprendieron que sus gafas no eran señal de nada que no fuese miopía:
“Como usted no vive del ganado”, justificaban, “no necesita envidiar el
de los demás”.
Al cabo de 20 meses, regresó a Dinamarca cargado con unas 150 horas
de grabación en cinta magnetofónica y 3.196 clichés tomados con su
Rolleyflex en esta aldea y en otros lugares de Galicia como el Santuario
do Corpiño (Lalín, Pontevedra), escenario habitual de los exorcismos a
endemoniados practicados en el seno de la Iglesia Católica.
Hace siete
años, Henningsen donó sus archivos sonoros a la Universidad de Santiago.
Y una parte de sus fotos de rituales para sanar los males causados por
meigas y hechiceros se exponen hasta el fin de semana que viene en el
también compostelano Museo do Pobo Galego (Galicia Máxica. Reportaxe dun mundo desaparecido).
Al principio, Henningsen aspiraba a estudiar los paralelismos entre
las creencias brujeriles que sobrevivían en su país, las de algún lugar
de España y las de Irlanda. Pero sobre la marcha cambió de plan porque,
como dice, siempre ha sido “infiel” a sus proyectos.
Renunció a Irlanda
cuando, al acabar su etapa galaica, se topó en los archivos con la
figura fascinante y olvidada del inquisidor Alonso de Salazar, un
religioso que llegó a ser acusado de ejercer de abogado de las brujas y
que al final logró que las quemas se aboliesen en España 100 años antes
que en el resto de Europa.
Hace medio siglo Henningsen —casado ya entonces con Marisa Rey,
española con la que vive en Sevilla desde que se jubiló de los Danish
Folklore Archives— llegó a Galicia de rebote. Su sueño era investigar en
el Euskadi de los akelarres, “el territorio más interesante en la
historia de la brujería”.
Pero antes contactó con Caro Baroja para
orientarse, y este le recomendó desplegar su labor científica en el
noroeste porque el País Vasco estaba “muy pateado”: Galicia era más
desconocida para los antropólogos y sus tradiciones estaban “mejor
preservadas”.
Así cayó primero en Ardemil, un paisaje diezmado por la emigración.
El aparato de radio, colocado en un pedestal, cuidadosamente protegido
por una cortinilla, era para Henningsen “el símbolo de que aquellas
gentes vivían conscientes de que el mundo, a su alrededor, se les había
escapado” y ellos quedaban atrás.
Desde esta base de operaciones, con
sucesivos becarios que le enviaba su universidad, fue documentando todo
tipo de ritos, sus gestos, sus palabras mágicas, algunos todavía en
práctica 30 años después. Había fórmulas ancestrales para curar todo
tipo de males; se podía descubrir al brujo haciendo oscilar un péndulo; y
también leer en la ceniza la identidad de quien causaba las desgracias.
Aquel que vio Henningsen era un mundo de cerdos con collares y vacas
lecheras con diademas cargadas de amuletos. Las de carne no tenían ese
problema. Todo el mundo sabía que no despertaban envidia." (
Silvia R. Pontevedra
, El País, Santiago
11 ENE 2016)
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