"(...) Desde luego, si Alberto Núñez Feijóo, el candidato del Partido Popular,
tuviese un animal heráldico que lo representase en esta contienda, sería
la liebre.
Tan seguro está de que la meta de la mayoría absoluta está
en el saco que el pasado mayo negaba que fuese a adelantar las
elecciones porque no le parecía aceptable “aprovecharse de una situación
que nunca se vio en la comunidad, con una oposición fragmentada y
dividida, con unas peleas internas impropias, con las crisis que
persisten en el PSOE, las convulsiones de las mareas de Podemos y la
situación comprometida del BNG.
Adelantar sería lo fácil". Un ejemplo de
fair play inédito desde que el delantero del Lazio Miroslav
Klose, en un partido contra el Nápoles, pidió al árbitro que no le
validara un gol porque el balón le había dado en la mano. Bueno, quizás
también influyó que no quería compartir fecha electoral y destino con
Mariano Rajoy.
En contra de lo que se suele creer y soltar como axioma en tertulias,
en Galicia el PP es siempre el partido más votado, pero no dispone de
un voto masivo. Lo tiene en algunas zonas y lo tuvo en el cénit de
Fraga, con apoyos que llegaron al 52% de los votantes en 1993.
Pero
incluso en pleno fraguismo, la mayoría de las ciudades y buena parte de
las villas estaban gobernadas por coaliciones PSdeG-BNG. Aquellos eran
los buenos viejos tiempos. En estos dos primeros rounds de las
elecciones generales, la suma del voto progresista (PSdeG-PSOE, En
Marea, BNG) tuvo el 20D un 50,65% de los votos, y la de PP y C's un
46,18%. En la segunda vuelta, las derechas tuvieron un 50,12% y las
izquierdas un 47,32%.
En las autonómicas en las que el PP recuperó el
poder y Feijóo se encaramó a el, en 2009, lo hizo con menos votos que la
suma de los dos partidos a los que derrotó: obtuvo 798.427 (46,68%)
contra 795.200 de PSdeG y BNG (31,02 y 16,01%, respectivamente). En las
de 2012, Feijóo lo tuvo más fácil.
Perdió más de cien mil votos, y sólo
superó en unos 15.000 la suma de la oposición, pero ésta se había
dividido en tres opciones (al menos en tres que tuvieron escaños) y
gracias a ello la mayoría “popular” en el Parlamento pasó de un diputado
a cuatro. Como suele reiterar el politólogo Antón Losada, “aquí lo que
pasa es que el PP es una máquina muy bien engrasada a la hora de
afrontar unas elecciones, y la oposición se hace oposición a sí misma”.
Dicho en otras palabras, Alberto Núñez Feijóo tenía razón en su
radiografía de las opciones rivales (aunque habría que tomar con más
reservas la argumentación del no adelanto: lo acabó haciendo cuando lo
marcó el lehendakari Urkullu). Cuando el presidente gallego se
jactó de no meter el gol a puerta vacía, los socialistas acababan de
nombrar candidato, Xoaquín Fernández Leiceaga, pero todavía no se habían
desatado los jaleos localistas que caracterizan el partido en Galicia
desde que Paco Vázquez era inspector de Trabajo y defendía la
autodeterminación.
En Marea no sabía cómo presentarse, si de la mano de
Podemos, bajo su paraguas o quedamos como amigos. Ni quién sería el
candidato, si Xosé Manuel Beiras o no, y quién se lo dice, hasta que
finalmente se posó el mirlo blanco, el magistrado Luis Villares. En el
BNG sí lo tenían claro. Ana Pontón, joven pero con experiencia en la
cámara, ya había sido designada candidata a la presidencia, pero cuando
te ves reducido a la esencia por decantación, la claridad ilumina más
hacia dentro que hacia afuera.
Si el PP mantiene la mayoría absoluta –y prácticamente todas las
encuestas así lo prevén, aunque esto últimamente tiene tanta solidez
como el no adelantar para no aprovecharse de los rivales—, el interés de
la noche del 25S estará en cuál será la segunda fuerza (el 20D fue En
Marea; el 26J, el PSdeG recuperó por los pelos) o si el BNG logra los
cinco diputados necesarios para tener grupo parlamentario. Incluso si
Cidadáns-Partido da Cidadanía consigue superar la barrera del 5% y
entrar en el Parlamento.
Sería la primera vez desde las elecciones de
1989 en que una fuerza de centro o centroderecha distinta del PP entra
en la Cámara, aunque el partido que lo consiguió en aquel momento,
Coalición Galega, era nacionalista. El 20D, C’s –entonces Ciudadanos,
sin adaptaciones regionales— consiguió un congresista, que no renovó (ni
el candidato, ni el escaño) en junio. (...)
Se queda por amor a Galicia, porque está comprometido con ella. En la
presentación de su candidatura, lloró, y por si alguien no lo había
pillado, recalcó el parecido con el patrón: "Empieza a pasarme lo que le
pasaba a otro presidente de Galicia. Empiezo a leer los periódicos como
él, a arrancar sus hojas como él y a ser tan impaciente como él.
Pero
creo que desde Perbes [allí está enterrado Fraga] estará de acuerdo con
lo que hemos hecho”. La imagen de campaña es su cara emergiendo del mapa
de Galicia. El lema es Feijóo. En Galicia si (la primera O es
también el mapa de Galicia), y las siglas del partido no aparecen por
ninguna parte. El periódico de campaña se llama Galicia, Galicia, GALICIA!
El
candidato recorre el país con un banco azul de jardín (una idea que
había puesto en práctica en los anteriores comicios Compromiso por
Galicia, un pequeño partido nacionalista) denominado Faladoiro (tertulia),
para departir con la gente, o al menos sacar fotos con ella (esto sí
que sería inimaginable en Fraga). Y –otra vez-- el mapa detrás, esta vez
con la bandera.
Tal despliegue patriótico (es obligado aquí traer a colación el desacuerdo
entre Ambrose Bierce y el doctor Samuel Johnson sobre si el patriotismo
era el primero o el último recurso) quizá signifique que, en el fondo,
después de tanta carrera en vano, la liebre esté cansada para afrontar
esta. O que quizá desconfíe de que los otros corredores puedan ser, en
vez de tortugas, galgos." (Xosé Manuel Pereiro, CTXT, 07/09/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario