"Pocos políticos suelen acabar en el mismo lugar en el que comenzaron,
excepto aquellos sin recorrido o los de trayectoria tan dilatada en el
tiempo como reducida en el espacio, porque acaban echando raíces en el
sillón.
Pero en ese club selecto está Francisco Vázquez, como simbolizan
esas dos imágenes. La del cartel electoral del joven candidato
socialista “por el pueblo” a la alcaldía de A Coruña en 1983, que
conquistaría con el 60% de los votos.
Su aspecto de entonces, joven
tiburón engominado de mirada fija y determinada, ya permite entrever que
tenía una carrera y unos cadáveres detrás: había sido secretario
general del partido en Galicia, diputado en Cortes y en el Parlamento
autonómico, del que dimitió para montar una manifestación contra el
acuerdo de todos los partidos, incluido el suyo, de designar a
Compostela como capital administrativa de la comunidad.
Y al lado, 33
años más tarde, la imagen de su retrato recién colgado en la galería de
primeros ediles del palacio municipal de María Pita.
Las dos imágenes reflejan algo más que el transcurso del tiempo (del
tiempo hacia atrás, si comparamos las caracterizaciones), y no son
siquiera el símbolo de la acomodación de las ideas al paso de los años y
de las tentaciones. Normalmente las personas y las sociedades
evolucionan. Sin embargo, en el caso de Paco Vázquez, todo estaba ya
ahí.
En los 23 años que gobernó desde ese edificio que ahora decora (dos
mandatos más que Fraga, exactamente los mismos que Pujol y que Rita
Barberá), Vázquez ha sido a la vez republicano (el que prestaba la
bandera para los actos), el alcalde con uno de los callejeros más
trufados de franquismo, y católico de los de toda la vida (férreo
antiabortista, por ejemplo).
Socialista de la rama guerrista, candidato
del PP a Defensor del Pueblo y devoto del Imperio Británico en una
pieza.
Y furibundo antinacionalista y a la vez el primer secretario
general del PSdG-PSOE que firmó un pacto global con el BNG para apoyarse
en los ayuntamientos. Todo ello sin despeinarse.
Un aleph
político que todo lo contiene, el alfa y el omega, el primero y el
último, el principio y el fin. "El alfa y el omega por quien solo el fin
se convierte en principio y el fin de nuevo en el principio original
sin ninguna interrupción", como expresó Clemente de Alejandría en su
tercer libro (Stromata, IV, 25).
Por eso, después de un cuarto de siglo de demiurgo local, es raro que
haya escogido pasar a la historia, aunque sea en formato pinacoteca
municipal, con los avíos de embajador en el Vaticano, un cargo à la Trillo
que disfrutó apenas cinco años.
Una hemorragia de dorados y recamados
que, más que el alcalde “por el pueblo”, le hace parecer un generalote, o
una imitación de los retratos de Goya de Fernando VII o del duque de
San Carlos. Sin embargo, Francisco Vázquez, dijo el pintor, Rafael
Cidoncha, quería ver su vida reflejada en la pintura. Y lo logró." (Xosé Manuel Pereiro, CTXT, 07/01/17)
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