10/5/17

Podemos es la referencia de un sector previamente no politizado de las clases medias y de la clase obrera urbana al que no llega el resto de la izquierda gallega. En Marea está bajo el control de nacionalistas de orientación “ruralista”... los de siempre

"Las últimas semanas se ha hablado mucho de la constitución del “nuevo sujeto político” catalán, el nuevo partido impulsado por Ada Colau y los Comunes y su crisis con Podemos. Por desgracia, ha pasado bastante desapercibida la nueva fase en la que ha entrado En Marea, el “nuevo sujeto político” gallego, que ha culminado recientemente un largo proceso de constitución interna.

Se me ocurren dos razones. La primera es que las cosas que ocurren en Galicia importan menos, quizás porque en ese país de países llamado España hay naciones “sin Estado” de segunda clase. La segunda es que el proceso no ha terminado de forma excesivamente glamurosa, sino que más bien ha culminado (temporalmente) tal y como la “nueva política” juró que no iba a terminar jamás: escasa discusión pública, maniobrerismo interno, guerra de camarillas y vuelta a las viejas dinámicas de aparato. Esto, lejos de ser noticia, es algo tan habitual que ya ni genera interés.

La izquierda gallega ha sido presentada desde AGE (Alternativa Galega de Esquerdas) como un ejemplo de confluencia, innovación y unidad. Sin embargo, el “implacable laboratorio de la historia” puede terminar invirtiendo los términos del ejemplo, convirtiendo a En Marea en un gran experimento fallido. Pero, ¿qué ha pasado?

La situación: génesis y geografía

En Marea ha elegido una nueva coordinadora, constituyéndose como partido político. Expliquemos un poco el organigrama de la formación: la gente votó en unas primarias un “consejo” formado por 35 personas, el cual, a su vez, ha elegido la coordinadora. Este órgano dirigirá el partido, administrando los fondos y el desarrollo de la política cotidiana: es decir, será el motor del “aparato” del nuevo partido. 

 Hasta ahí todo normal: la crisis estalla porque Luis Villares, el juez candidato, decidió conquistar la portavocía del nuevo partido pactando con las dos listas minoritarias en el Consejo, arrastrando a un sector de la mayoría, y excluyendo la lista con la que se había presentado a las primarias. Una maniobra digna de la política de la restauración, en la que liberales y conservadores cambiaban de alianzas de forma extremadamente flexible. La “parlamentarización” de la política también ha llegado a los nuevos sujetos: lo importante es sobrevivir, sea como sea.

En Marea nació en las elecciones del 20 de diciembre de 2015 como candidatura unitaria, con la vocación de ser un sujeto de “sujetos”. Progresivamente fue evolucionando hacia un espacio de encuentro entre los diferentes dispositivos de la izquierda gallega, con la idea de convertirse en una herramienta que superase las anteriores líneas partidarias, no disolviéndolas, pero sí generando estructuras comunes lo suficientemente fuertes y estables como para que todos los actores tuvieran que participar en ellas. Sin embargo, el proceso ha terminado al revés.

 Ni las Mareas municipalistas, ni el sector mayoritario de Anova, ni Izquierda Unida, ni Podemos forman parte de la nueva dirección, lo cual dice mucho no sólo de la pluralidad, sino de la escasa representatividad de la coordinadora.

En el caso de Podemos Galicia, la imbricación más sólida que ha tenido con En Marea es el famoso tuit de Pablo Iglesias con el que cerraba el pacto para las elecciones gallegas que finalmente ganó Feijóo. El equipo dirigente de Podemos en Galicia combina en dosis igualmente peligrosas el mesianismo autorreferencial y una osadía impensable en cualquier otro partido-sucursal: es evidente que Podemos sólo existe en Galicia gracias al impulso estatal. 

Falto de raíces y de cuadros, con una base militante menguada, con un Consejo Ciudadano totalmente inoperativo y partido en dos, Podemos ha desarrollado en Galicia una política basada en una agitación interna que tensa a sus escasas bases frente al peligro del nacionalismo y la disolución, lo cual se traduce en la percepción de que, de alguna forma,

 En Marea le ha robado el espacio y la visibilidad que a Podemos le correspondían por derecho propio. Aunque la forma de expresarse de este fenómeno adquiere en ocasiones tintes delirantes, hay parte de verdad en el asunto.

A pesar de que de Podemos Galicia se han ido yendo los militantes más susceptibles de implicarse en la construcción de un proyecto como En Marea –la mayoría de las veces silenciosamente y sin ir hacerlo público–, es una realidad que Podemos tiene en Galicia un electorado propio que no tiene ninguna otra marca, aunque comparta espacio con otros actores.

 Ni Galicia es una isla al margen de las dinámicas estatales ni Galicia es una provincia de Madrid: Podemos es la referencia de un sector previamente no politizado de las clases medias y de la clase obrera urbana al que no llega el resto de la izquierda gallega. De alguna forma confusa y turbulenta, la dirección de Podemos Galicia lo intuye y se aferra a ello para generar una situación que le permita seguir justificando su existencia. 

Siendo consciente de que Pablo Iglesias jamás permitiría una ruptura de la alianza electoral con En Marea, toda su política está condicionada por aquella máxima de Gramsci: “No se considera lo suficiente el hecho de que muchos actos políticos se deben a necesidades internas de carácter organizativo, o sea, que están vinculados a las necesidades de dar coherencia a un partido, a un grupo, o a una sociedad”.

Los componentes originales de AGE, IU y ANOVA tampoco pasan por su mejor momento. IU siempre ha sido una organización pequeña en Galicia, muy vinculada a ciertos sectores del movimiento obrero a través de CCOO. 

Aunque no han sufrido muchas perdidas, han visto cortocircuitado un cierto crecimiento organizativo previo a la irrupción de Podemos. Su opción estratégica parece ser la de “aguantar”: no moverse demasiado, no implicarse mucho en nada, mantener posiciones institucionales y, si cabe, si En Marea colapsa, estar listos para explorar un “Unidos Podemos” versión gallega.

ANOVA, la escisión “movimentista” del BNG liderada por Xosé Manuel Beiras, vive en una crisis político-existencial desde su nacimiento. Dividida y desarmada, muy mermada a nivel militante, se ha convertido en un “quiero y no puedo” cuyo futuro como organización quizás esté muy ligado al inevitable destino biológico de Beiras.

 Para que nos hagamos una idea de la profundidad del desastre en el que vive ANOVA. En ANOVA hay una mayoría, una minoría y una escisión. Son precisamente su minoría y su escisión (CERNA, un grupúsculo cuya cara pública más visible es una exdiputada tránsfuga) las que han permitido dar a Luis Villares ese golpe de mano, proclamándose portavoz a cambio de dar el control de En Marea a estas camarillas. 

Todo ello con un Xosé Manuel Beiras agotado y cansado, cuyo ciclo político merecería terminar de otra forma. Teórico brillante, político de talento, abierto a los nuevos movimientos como pocos, lector de Giovanni Arrighi, Fanon y Michael Lowy en un país en el que la izquierda ha leído demasiado a Mao y Stalin, su genialidad teórica sólo es comparable a su incapacidad como organizador. 

Aupando y sosteniendo a Villares con su autoridad moral, sólo ha conseguido el efecto contrario al que se proponía: hoy En Marea está más lejos de ser un espacio unitario y amplio, mientras que los cuadros más valiosos y capaces de ANOVA están cada vez más dispersos o replegados.

La pata municipalista es la que quizás mejor resista el impasse en el que se encuentra En Marea, aunque no sin dificultades. El espacio municipalista más dinámico del panorama gallego, la Marea Atlántica coruñesa, ha sido desde el principio el motor político del proceso constituyente del nuevo sujeto político gallego. 

Poniendo a su servicio todo su capital político, alcaldía y alcalde incluidos, a lo que se añade un núcleo de cuadros forjado durante años en los movimientos sociales, su derrota simboliza la tragedia de En Marea. 

La Marea Atlántica coruñesa ha jugado un papel de dinamizador que no se ha visto excesivamente recompensado por los resultados: incapaces de “colar” ni un diputado para la lista del Parlamento gallego, su proyecto de generar espacios de base fundamentados en lo local ha sido sistemáticamente taponado por los demás agentes (a excepción de un sector de ANOVA y una minoría de Podemos crítica con la dirección actual). 

Se han visto obligados a resistir en minoría en el gobierno de Coruña, mientras han luchado por mantener vivo el asamblearismo municipalista. Sin embargo, su capacidad para vertebrar el municipalismo gallego sigue siendo un factor muy relevante, aún más si ponemos encima de la mesa que, aunque empequeñecidas, las candidaturas locales son de los únicos espacios de base unitarios que consiguen mantener, hasta cierto punto, el espíritu original del movimiento.

Las fracturas de fondo

Aunque las discusiones en En Marea se han resuelto de una forma completamente aparatera, hay una serie de factores políticos que han estado en el fondo de las tensiones, crisis y maniobras. Todo el espacio político gallego ha sido removido en un ciclo convulso y extremadamente violento. El 15M generó un nuevo espacio social, en el que el protagonismo fue de una nueva generación procedente de las clases medias urbanas en proceso de precarización. 

La política gallega, por mucho que lo negaran los dinosaurios, cambió para siempre: nuevas gramáticas y nuevos repertorios de movilización que ponían en el centro a segmentos de la ciudadanía anteriormente al margen de la vida pública

La oleada de participación del 15M se reprodujo con fuerza, aunque con otros componentes, en los orígenes de Podemos. Círculos dinámicos, amplios y tumultuosos, incapaces de ser gobernados. El “cierre” de Podemos en Vistalegre no provocó un trasvase de toda esa energía ni a los espacios municipalistas (mejor organizados, pero menos multitudinarios). 

En Marea, por su parte, nació como una coalición electoral, sin espacios de organización estables por abajo, iniciando su proceso constituyente en un momento de reflujo de la participación popular. Llegó tarde, pero no podía darse antes: dependía de la voluntad instituyente de sus piezas, de su capacidad para priorizar el tejer pacientemente y de forma generosa nuevas estructuras políticas. El discurso del “desborde ciudadano” no se ha correlacionado en ningún momento con un amplio flujo, no se ha correspondido con el ánimo popular.

Así, la esquizofrenia publicitaria tan común en la “nueva política” ha terminado siendo una trampa: cuando lo que se correspondía con la realidad era combinar la articulación hegemónica en lo electoral con la construcción de estructuras de proximidad, militantes y sólidas, el delirio plebiscitario-competitivo en el que ha estado inmerso En Marea ha llevado a una situación extremadamente embarazosa.

 La participación ha decaído bruscamente: 1500 personas participaron en las últimas primarias para escoger el Consejo. Al no existir estructuras sólidas ni desborde ciudadano, los menguados partidos (ninguno cuenta, siendo muy generosos, con más de 100 activistas) han podido hacer y deshacer como han querido ante la pasividad de la base social de En Marea. 

El modelo de hiperliderazgo directamente importado de Podemos ha terminado, como no podía ser de otra forma, en ridículo: la única figura de carisma comparable a Pablo Iglesias es Xosé Manuel Beiras, pero, como todo repetición termina en farsa, el poder ha terminado concentrado en una figura con un perfil político tan bajo como Luis Villares.

Por otro lado, hay una fractura propia de toda la sociedad gallega que también se ha reproducido en En Marea. La minoría que ha tomado el control del nuevo partido tiene un proyecto y una composición más vinculados a una orientación política “ruralista”. Esto significa que consideran que lo fundamental es implantarse en este ámbito, nicho de votos tradicional del Partido Popular, para así comerle terreno en sus propios feudos. 

Aunque este argumento tiene un núcleo de verdad, también es cierto que para construir una mayoría social hay que basarse en los sectores más dinámicos socialmente: y esos se encuentran en las ciudades, como se demostró tanto en el 15M como en las victorias municipalistas. 

Este hecho contrasta con el romanticismo irreductible y moralizante de ciertos sectores del nacionalismo gallego más conservador, hoy atrincherados en la coordinadora de En Marea: la línea política de la actual dirección de En Marea lleva a marginar de la construcción del proyecto a los sectores urbanos sin tener bases sólidas en el rural. No parece la mejor estrategia para sumar una mayoría alternativa al PP.

Sin embargo, hay esperanza, a condición de no caer en la frustración y de aprender de los errores. Todos los procesos, por muy tortuosos que sean, clarifican. En la Marea gallega existe una mayoría activista transversal en todos los partidos y dispositivos que apuesta por la construcción de un partido-movimiento de nuevo tipo. 

Ese espacio cuenta con diputados y diputadas y con muchos de los militantes más cualificados de la izquierda gallega: En Marea sigue siendo su creación, aunque usurpada por las maniobras palaciegas de camarillas que se mueven cómodas en la política de despachos y acuerdos oscuros, pero incómodas en el debate democrático, en la asamblea, en el intercambio de ideas.

 Organizar esa mayoría, evitar jugar en el terreno de juego que propone el “thermidor” burocrático y generar unas estructuras lo suficientemente sólidas como para convertirse en un espacio común: las razones para retomar el proyecto original de En Marea siguen vigentes. Las posibilidades, aunque ensombrecidas y un poco más tristes, también."            

 (Brais Fernández forma parte de la redacción de Viento Sur y es editor en Sylone. Es militante de Anticapitalistas. CTXT )

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