"Las
últimas semanas se ha hablado mucho de la constitución del “nuevo
sujeto político” catalán, el nuevo partido impulsado por Ada Colau y los
Comunes y su crisis con Podemos. Por desgracia, ha pasado bastante
desapercibida la nueva fase en la que ha entrado En Marea, el “nuevo
sujeto político” gallego, que ha culminado recientemente un largo
proceso de constitución interna.
Se me ocurren dos razones. La primera es que las cosas que ocurren en
Galicia importan menos, quizás porque en ese país de países llamado
España hay naciones “sin Estado” de segunda clase. La segunda es que el
proceso no ha terminado de forma excesivamente glamurosa, sino que más
bien ha culminado (temporalmente) tal y como la “nueva política” juró
que no iba a terminar jamás: escasa discusión pública, maniobrerismo
interno, guerra de camarillas y vuelta a las viejas dinámicas de
aparato. Esto, lejos de ser noticia, es algo tan habitual que ya ni
genera interés.
La izquierda gallega ha sido presentada desde AGE (Alternativa Galega
de Esquerdas) como un ejemplo de confluencia, innovación y unidad. Sin
embargo, el “implacable laboratorio de la historia” puede terminar
invirtiendo los términos del ejemplo, convirtiendo a En Marea en un gran
experimento fallido. Pero, ¿qué ha pasado?
La situación: génesis y geografía
En Marea ha elegido una nueva coordinadora, constituyéndose como
partido político. Expliquemos un poco el organigrama de la formación: la
gente votó en unas primarias un “consejo” formado por 35 personas, el
cual, a su vez, ha elegido la coordinadora. Este órgano dirigirá el
partido, administrando los fondos y el desarrollo de la política
cotidiana: es decir, será el motor del “aparato” del nuevo partido.
Hasta ahí todo normal: la crisis estalla porque Luis Villares, el juez
candidato, decidió conquistar la portavocía del nuevo partido pactando
con las dos listas minoritarias en el Consejo, arrastrando a un sector
de la mayoría, y excluyendo la lista con la que se había presentado a
las primarias. Una maniobra digna de la política de la restauración, en
la que liberales y conservadores cambiaban de alianzas de forma
extremadamente flexible. La “parlamentarización” de la política también
ha llegado a los nuevos sujetos: lo importante es sobrevivir, sea como
sea.
En Marea nació en las elecciones del 20 de diciembre de 2015 como
candidatura unitaria, con la vocación de ser un sujeto de “sujetos”.
Progresivamente fue evolucionando hacia un espacio de encuentro entre
los diferentes dispositivos de la izquierda gallega, con la idea de
convertirse en una herramienta que superase las anteriores líneas
partidarias, no disolviéndolas, pero sí generando estructuras comunes lo
suficientemente fuertes y estables como para que todos los actores
tuvieran que participar en ellas. Sin embargo, el proceso ha terminado
al revés.
Ni las Mareas municipalistas, ni el sector mayoritario de
Anova, ni Izquierda Unida, ni Podemos forman parte de la nueva
dirección, lo cual dice mucho no sólo de la pluralidad, sino de la
escasa representatividad de la coordinadora.
En el caso de Podemos Galicia, la imbricación más sólida que ha
tenido con En Marea es el famoso tuit de Pablo Iglesias con el que
cerraba el pacto para las elecciones gallegas que finalmente ganó
Feijóo. El equipo dirigente de Podemos en Galicia combina en dosis
igualmente peligrosas el mesianismo autorreferencial y una osadía
impensable en cualquier otro partido-sucursal: es evidente que Podemos
sólo existe en Galicia gracias al impulso estatal.
Falto de raíces y de
cuadros, con una base militante menguada, con un Consejo Ciudadano
totalmente inoperativo y partido en dos, Podemos ha desarrollado en
Galicia una política basada en una agitación interna que tensa a sus
escasas bases frente al peligro del nacionalismo y la disolución, lo
cual se traduce en la percepción de que, de alguna forma,
En Marea le ha
robado el espacio y la visibilidad que a Podemos le correspondían por
derecho propio. Aunque la forma de expresarse de este fenómeno adquiere
en ocasiones tintes delirantes, hay parte de verdad en el asunto.
A pesar de que de Podemos Galicia se han ido yendo los militantes más
susceptibles de implicarse en la construcción de un proyecto como En
Marea –la mayoría de las veces silenciosamente y sin ir hacerlo
público–, es una realidad que Podemos tiene en Galicia un electorado
propio que no tiene ninguna otra marca, aunque comparta espacio con
otros actores.
Ni Galicia es una isla al margen de las dinámicas
estatales ni Galicia es una provincia de Madrid: Podemos es la
referencia de un sector previamente no politizado de las clases medias y
de la clase obrera urbana al que no llega el resto de la izquierda
gallega. De alguna forma confusa y turbulenta, la dirección de Podemos
Galicia lo intuye y se aferra a ello para generar una situación que le
permita seguir justificando su existencia.
Siendo consciente de que
Pablo Iglesias jamás permitiría una ruptura de la alianza electoral con
En Marea, toda su política está condicionada por aquella máxima de
Gramsci: “No se considera lo suficiente el hecho de que muchos actos
políticos se deben a necesidades internas de carácter organizativo, o
sea, que están vinculados a las necesidades de dar coherencia a un
partido, a un grupo, o a una sociedad”.
Los componentes originales de AGE, IU y ANOVA tampoco pasan por su
mejor momento. IU siempre ha sido una organización pequeña en Galicia,
muy vinculada a ciertos sectores del movimiento obrero a través de CCOO.
Aunque no han sufrido muchas perdidas, han visto cortocircuitado un
cierto crecimiento organizativo previo a la irrupción de Podemos. Su
opción estratégica parece ser la de “aguantar”: no moverse demasiado, no
implicarse mucho en nada, mantener posiciones institucionales y, si
cabe, si En Marea colapsa, estar listos para explorar un “Unidos
Podemos” versión gallega.
ANOVA, la escisión “movimentista” del BNG liderada por Xosé Manuel
Beiras, vive en una crisis político-existencial desde su nacimiento.
Dividida y desarmada, muy mermada a nivel militante, se ha convertido en
un “quiero y no puedo” cuyo futuro como organización quizás esté muy
ligado al inevitable destino biológico de Beiras.
Para que nos hagamos
una idea de la profundidad del desastre en el que vive ANOVA. En ANOVA
hay una mayoría, una minoría y una escisión. Son precisamente su minoría
y su escisión (CERNA, un grupúsculo cuya cara pública más visible es
una exdiputada tránsfuga) las que han permitido dar a Luis Villares ese
golpe de mano, proclamándose portavoz a cambio de dar el control de En
Marea a estas camarillas.
Todo ello con un Xosé Manuel Beiras agotado y
cansado, cuyo ciclo político merecería terminar de otra forma. Teórico
brillante, político de talento, abierto a los nuevos movimientos como
pocos, lector de Giovanni Arrighi, Fanon y Michael Lowy en un país en el
que la izquierda ha leído demasiado a Mao y Stalin, su genialidad
teórica sólo es comparable a su incapacidad como organizador.
Aupando y
sosteniendo a Villares con su autoridad moral, sólo ha conseguido el
efecto contrario al que se proponía: hoy En Marea está más lejos de ser
un espacio unitario y amplio, mientras que los cuadros más valiosos y
capaces de ANOVA están cada vez más dispersos o replegados.
La pata municipalista es la que quizás mejor resista el impasse
en el que se encuentra En Marea, aunque no sin dificultades. El espacio
municipalista más dinámico del panorama gallego, la Marea Atlántica
coruñesa, ha sido desde el principio el motor político del proceso
constituyente del nuevo sujeto político gallego.
Poniendo a su servicio
todo su capital político, alcaldía y alcalde incluidos, a lo que se
añade un núcleo de cuadros forjado durante años en los movimientos
sociales, su derrota simboliza la tragedia de En Marea.
La Marea
Atlántica coruñesa ha jugado un papel de dinamizador que no se ha visto
excesivamente recompensado por los resultados: incapaces de “colar” ni
un diputado para la lista del Parlamento gallego, su proyecto de generar
espacios de base fundamentados en lo local ha sido sistemáticamente
taponado por los demás agentes (a excepción de un sector de ANOVA y una
minoría de Podemos crítica con la dirección actual).
Se han visto
obligados a resistir en minoría en el gobierno de Coruña, mientras han
luchado por mantener vivo el asamblearismo municipalista. Sin embargo,
su capacidad para vertebrar el municipalismo gallego sigue siendo un
factor muy relevante, aún más si ponemos encima de la mesa que, aunque
empequeñecidas, las candidaturas locales son de los únicos espacios de
base unitarios que consiguen mantener, hasta cierto punto, el espíritu
original del movimiento.
Las fracturas de fondo
Aunque las discusiones en En Marea se han resuelto de una forma
completamente aparatera, hay una serie de factores políticos que han
estado en el fondo de las tensiones, crisis y maniobras. Todo el espacio
político gallego ha sido removido en un ciclo convulso y extremadamente
violento. El 15M generó un nuevo espacio social, en el que el
protagonismo fue de una nueva generación procedente de las clases medias
urbanas en proceso de precarización.
La política gallega, por mucho que
lo negaran los dinosaurios, cambió para siempre: nuevas gramáticas y
nuevos repertorios de movilización que ponían en el centro a segmentos
de la ciudadanía anteriormente al margen de la vida
pública
La oleada de participación del 15M se reprodujo con fuerza, aunque
con otros componentes, en los orígenes de Podemos. Círculos dinámicos,
amplios y tumultuosos, incapaces de ser gobernados. El “cierre” de
Podemos en Vistalegre no provocó un trasvase de toda esa energía ni a
los espacios municipalistas (mejor organizados, pero menos
multitudinarios).
En Marea, por su parte, nació como una coalición
electoral, sin espacios de organización estables por abajo, iniciando su
proceso constituyente en un momento de reflujo de la participación
popular. Llegó tarde, pero no podía darse antes: dependía de la voluntad
instituyente de sus piezas, de su capacidad para priorizar el tejer
pacientemente y de forma generosa nuevas estructuras políticas. El
discurso del “desborde ciudadano” no se ha correlacionado en ningún
momento con un amplio flujo, no se ha correspondido con el ánimo
popular.
Así, la esquizofrenia publicitaria tan común en la “nueva política”
ha terminado siendo una trampa: cuando lo que se correspondía con la
realidad era combinar la articulación hegemónica en lo electoral con la
construcción de estructuras de proximidad, militantes y sólidas, el
delirio plebiscitario-competitivo en el que ha estado inmerso En Marea
ha llevado a una situación extremadamente embarazosa.
La participación
ha decaído bruscamente: 1500 personas participaron en las últimas
primarias para escoger el Consejo. Al no existir estructuras sólidas ni
desborde ciudadano, los menguados partidos (ninguno cuenta, siendo muy
generosos, con más de 100 activistas) han podido hacer y deshacer como
han querido ante la pasividad de la base social de En Marea.
El modelo
de hiperliderazgo directamente importado de Podemos ha terminado, como
no podía ser de otra forma, en ridículo: la única figura de carisma
comparable a Pablo Iglesias es Xosé Manuel Beiras, pero, como todo
repetición termina en farsa, el poder ha terminado concentrado en una
figura con un perfil político tan bajo como Luis Villares.
Por otro lado, hay una fractura propia de toda la sociedad gallega
que también se ha reproducido en En Marea. La minoría que ha tomado el
control del nuevo partido tiene un proyecto y una composición más
vinculados a una orientación política “ruralista”. Esto significa que
consideran que lo fundamental es implantarse en este ámbito, nicho de
votos tradicional del Partido Popular, para así comerle terreno en sus
propios feudos.
Aunque este argumento tiene un núcleo de verdad, también
es cierto que para construir una mayoría social hay que basarse en los
sectores más dinámicos socialmente: y esos se encuentran en las
ciudades, como se demostró tanto en el 15M como en las victorias
municipalistas.
Este hecho contrasta con el romanticismo irreductible y
moralizante de ciertos sectores del nacionalismo gallego más
conservador, hoy atrincherados en la coordinadora de En Marea: la línea
política de la actual dirección de En Marea lleva a marginar de la
construcción del proyecto a los sectores urbanos sin tener bases sólidas
en el rural. No parece la mejor estrategia para sumar una mayoría
alternativa al PP.
Sin embargo, hay esperanza, a condición de no caer en la frustración y
de aprender de los errores. Todos los procesos, por muy tortuosos que
sean, clarifican. En la Marea gallega existe una mayoría activista
transversal en todos los partidos y dispositivos que apuesta por la
construcción de un partido-movimiento de nuevo tipo.
Ese espacio cuenta
con diputados y diputadas y con muchos de los militantes más
cualificados de la izquierda gallega: En Marea sigue siendo su creación,
aunque usurpada por las maniobras palaciegas de camarillas que se
mueven cómodas en la política de despachos y acuerdos oscuros, pero
incómodas en el debate democrático, en la asamblea, en el intercambio de
ideas.
Organizar esa mayoría, evitar jugar en el terreno de juego que
propone el “thermidor” burocrático y generar unas estructuras lo
suficientemente sólidas como para convertirse en un espacio común: las
razones para retomar el proyecto original de En Marea siguen vigentes.
Las posibilidades, aunque ensombrecidas y un poco más tristes, también."
(Brais Fernández forma parte de la redacción de Viento Sur y es editor en Sylone. Es militante de Anticapitalistas. CTXT )
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