La ciudad descubrió que tenía una memoria histórica brincando en sus papilas gustativas: el singular sabor a mantecado y al chocolate con churros de la infancia infinita, ahora perdida. Y fue así como la jubilación de Manuela Viso sembró el caos. (...)
Manuela Viso y Ramiro Gómez son conscientes de que al colgar el cartel de "cerrado" a su negocio pusieron el candado a la última evidencia de una ciudad hace años naufragada. Inexistente. Aquel "Ourense perdurable" de la Xeración Nós resultó falaz. Ni rastro de los "artistiñas" (desaparecidos o dispersos por el mundo); ni rastro, siquiera arquitectónico, de los cafés de variedades (Auria o La Bilbaína); ni del Bar Tucho, "O Volter", que acogió a los revolucionarios del arte gallego de los 70. Ni rastro del café Cortijo. Ni del Hotel Parque. Ni de la cafetería Alaska. Ni rastro tampoco del relevo generacional: la ciudad propulsa al exterior a sus valores.
"El cierre de La Ibense pone fin al siglo XX en Ourense", escribió hace unos días en La Región el profesor orensano Alfonso Vázquez Monxardín. Una década después, Ourense entra en el siglo XXI desprovista de sí misma, sin rastro del patrimonio inmaterial del sabor a mantecado.
"Aguantamos todo lo que pudimos", insiste la heladera, heredera de la fórmula magistral de sus suegros que iniciaron el negocio en la ciudad, con el producto de Jijona, en 1944. La marca La Ibense se asentó en otras ciudades gallegas, pero sólo la familia de Ramiro Gómez (sus padres primero y después él y su mujer) la mantuvieron intacta, aferrada al origen, durante décadas.
"Leche de vaca fresca diaria, hervida y pasteurizada", un madrugón continuo y la fórmula magistral hicieron del establecimiento orensano una referencia.
"Con cariño, empezando la jornada a las seis de la mañana y con buena materia prima: jamás usamos un sucedáneo", Manuela mantuvo durante estos años el siglo XX aferrado a la rigurosidad de su negocio.
Ni en Ourense ni en el resto de Galicia los helados eran iguales. Manuela Viso se afanó casi medio siglo en los suyos sabedora, sin embargo, de que los más rentables eran los "de aire" que ahora proliferan. Y eso aunque no sepan más que a su propia esencia volátil, y no dejan rastro alguno en la memoria, mientras su mantecado transportaba a quien lo tomaba al sólido origen de las cosas.
Mientras Viso y su marido se preparan ahora para devolver la franquicia del local (ni sus hijos ni sus nietos quieren mantener la tradición: "Es muy sacrificado") guardan como un tesoro la fórmula magistral con la que iniciaron los suyos el negocio en la primera mitad del siglo XX. "Esa época ya no existe; eso se acabó" comenta resuelta la heladera dando carpetazo a tanta afección emocional cuando se le sugiere que su negocio cierra un siglo y dispara la nostalgia.
"Eso es el pasado", sentencia sin dar pábulo a los lamentos de tantos orensanos que ahora sienten la orfandad del mantecado que les transportaba al calor de la infancia (las primeras comuniones, los cumpleaños y santos, las primeras pandillas). En la era de los productos de aire, la pequeña heladería de la posguerra era una pieza firme de aquel Ourense perdurable, aferrado a las raíces de su historia, que resultó mortal de necesidad.
"Ya no podremos quedar más en La Ibense", recita el epitafio de Monxardín y repiten a coro los internautas. "Ahora pondrán algo que dé dinero", especula la heladera jubilada mientras recoge los bártulos, a la vista de una calle del Paseo igual a cualquier otra de cualquier ciudad de España." (El País, ed. Galicia, Galicia, 12/02/2010, p. 16)
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