"No se hablaba todavía del 8 de marzo como Día de la
Mujer Trabajadora porque eso llegaría en el 1911, y ahora el calendario
marcaba el año del Señor de 1909. El derecho a voto había sido ejercido
por primera vez por todas las mujeres censadas en las elecciones de
Finlandia, que todavía no era ni independiente.
El PSOE había sido
fundado por Pablo Iglesias exactamente 30 años antes, y en la calle el
socialismo ganaba terreno al anarquismo. Ferrol revivía de la mano de
los ingleses (un centenar de sus técnicos se encontraban trabajando en
los astilleros) y se disponía a comenzar otra época de vacas gordas.
Es en ese contexto, con los obreros viviendo en
pésimas condiciones en el barrio de Esteiro y en las aldeas de los
alrededores, cuando surge La Unión Femenina. Juana Casteleiro y
Casteleiro, su primera secretaria y una de las impulsoras, certifica que
el 24 de septiembre de dicho año se constituye la sociedad bajo la
presidencia de Amparo Tojo, domiciliada en San Nicolás 45, en una
asamblea a la que asistieron otras 19 féminas.
Pero en este caso no se trataba de una asociación
de damas de beneficencia ni de señoras de la burguesía local, sino de
Cargadoras y Descargadoras del Muelle del Ferrol (sic). O sea, de
mujeres duras y aguerridas, auténticos animales de carga que ya tenían
el visto bueno del gobernador civil a su reglamento desde hacía 48 horas
y que no perdieron el tiempo: constituyeron la sociedad y fijaron su
local social en el número 8 principal de la calle de San Amaro.
La cosa empezó tan sobre ruedas que la presidenta
«dio las gracias a las reunidas por el buen orden y armonía que ha
reinado». Eso sí, tuvieron ayuda en la redacción del acta: Amparo Tojo
sabía escribir malamente, y todo apunta a que los conocimientos de Juana
Casteleiro no iban mucho más allá.
El objeto de La Unión Femenina era «mejorar las
condiciones a sus afiliadas y ayudar siempre que sea posible a las demás
Sociedades constituidas con igual fin». La edad mínima exigida para
entrar en ella era de 15 años (o sea, rechazaban el trabajo infantil), y
la máxima de 60, y del pago de la pertinente cuota quedaban exentas las
que por enfermedad no pudiesen trabajar. Es más, la entidad abriría una
suscripción voluntaria para socorrer a esas mujeres.
Eso sí, se exigía que nadie trabajase «por un
jornal menor que el establecido por la sociedad», y si tal cosa hiciese
sería expulsada. En la documentación no aparecen referencias al mundo
político, pero sí se especifica que las asociadas deben de cuidar
«siempre las buenas formas de urbanidad y cultura».
En realidad, el trabajo de carga y descarga de
los buques por parte de las mujeres es algo tradicional en los puertos
de Galicia, y se remonta a siglos atrás. En muchas ocasiones, en las
zonas bajas, las mujeres tenían que meterse en el agua puesto que las
pequeñas embarcaciones llegaban a un punto en que no tenían calado, de
manera que embarrancar podía significar un corrimiento de la carga y su
posible pérdida. Pequeñas embarcaciones, por cierto, que antes se habían
acercado a las grandes para ir vaciándolas.
No se sabe mucho de esa sociedad que en realidad
era un sindicato, excepto que el original del reglamento se deterioró en
los días siguientes y hubo que solicitar otro al gobernador civil de la
provincia. Y, por supuesto, que era ella la que a través de su
presidencia negociaba los jornales con la patronal correspondiente.
La técnica Rosa Millán, que diseñó hace unos años
rutas en femenino por Ferrol, asegura que unas 200 cargadoras y
descargadoras habían ayudado antes en la construcción del dique de la
Campana, y presenta el dato de que las mujeres transportaron nada menos
que doce millones de cestas «llenas de piedras (de unos quince kilos
cada una)», y asegura que «ellas eran preferidas a los hombres en este
trabajo por su fuerza, su pericia y su responsabilidad».
La Unión Femenina tuvo una larga vida que reclama
una investigación: en 1933 se menciona su existencia, con otro nombre,
en cuatro ocasiones, y una más en 1934, según el profesor Gerard Brey.
Curiosamente, no se cita en la estupenda tesis sobre el movimiento y la
cultura obreras de la magnífica tesis de ese gran hispanista francés. Y,
así, en 1925 sigue Amparo Tojo en la junta directiva, pero ahora como
depositaria, mientras que la presidencia la ocupa Josefa Gómez.
Es esta, junto con la secretaria Rosa Incera
(quien también sabe firmar) la que con su rúbrica asegura que la junta
general ordinaria del 25 de enero de ese año aprobó las cuentas de 1924:
142,00 pesetas de ingresos y 72,25 de gastos. El acta facilita otro
dato: eran 70 las asociadas, lo cual habla de la actividad que se
desarrollaba en el muelle, algo normal si se tiene en cuenta que la
antecesora de la hoy Navantia daba trabajo directo a más de 3.000
obreros y técnicos. Corrían otros tiempos. (...)" (La Voz de Galicia, 10/03/2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario