14/3/14

Las descargadoras de los muelles ferrolanos ya se asociaron en 1909

Descarga en el agua. fotos: archivo esperanza pIñeiro - andrés Gómez

"No se hablaba todavía del 8 de marzo como Día de la Mujer Trabajadora porque eso llegaría en el 1911, y ahora el calendario marcaba el año del Señor de 1909. El derecho a voto había sido ejercido por primera vez por todas las mujeres censadas en las elecciones de Finlandia, que todavía no era ni independiente. 

El PSOE había sido fundado por Pablo Iglesias exactamente 30 años antes, y en la calle el socialismo ganaba terreno al anarquismo. Ferrol revivía de la mano de los ingleses (un centenar de sus técnicos se encontraban trabajando en los astilleros) y se disponía a comenzar otra época de vacas gordas.

Es en ese contexto, con los obreros viviendo en pésimas condiciones en el barrio de Esteiro y en las aldeas de los alrededores, cuando surge La Unión Femenina. Juana Casteleiro y Casteleiro, su primera secretaria y una de las impulsoras, certifica que el 24 de septiembre de dicho año se constituye la sociedad bajo la presidencia de Amparo Tojo, domiciliada en San Nicolás 45, en una asamblea a la que asistieron otras 19 féminas.

Pero en este caso no se trataba de una asociación de damas de beneficencia ni de señoras de la burguesía local, sino de Cargadoras y Descargadoras del Muelle del Ferrol (sic). O sea, de mujeres duras y aguerridas, auténticos animales de carga que ya tenían el visto bueno del gobernador civil a su reglamento desde hacía 48 horas y que no perdieron el tiempo: constituyeron la sociedad y fijaron su local social en el número 8 principal de la calle de San Amaro.

La cosa empezó tan sobre ruedas que la presidenta «dio las gracias a las reunidas por el buen orden y armonía que ha reinado». Eso sí, tuvieron ayuda en la redacción del acta: Amparo Tojo sabía escribir malamente, y todo apunta a que los conocimientos de Juana Casteleiro no iban mucho más allá.

El objeto de La Unión Femenina era «mejorar las condiciones a sus afiliadas y ayudar siempre que sea posible a las demás Sociedades constituidas con igual fin». La edad mínima exigida para entrar en ella era de 15 años (o sea, rechazaban el trabajo infantil), y la máxima de 60, y del pago de la pertinente cuota quedaban exentas las que por enfermedad no pudiesen trabajar. Es más, la entidad abriría una suscripción voluntaria para socorrer a esas mujeres.

Eso sí, se exigía que nadie trabajase «por un jornal menor que el establecido por la sociedad», y si tal cosa hiciese sería expulsada. En la documentación no aparecen referencias al mundo político, pero sí se especifica que las asociadas deben de cuidar «siempre las buenas formas de urbanidad y cultura».

En realidad, el trabajo de carga y descarga de los buques por parte de las mujeres es algo tradicional en los puertos de Galicia, y se remonta a siglos atrás. En muchas ocasiones, en las zonas bajas, las mujeres tenían que meterse en el agua puesto que las pequeñas embarcaciones llegaban a un punto en que no tenían calado, de manera que embarrancar podía significar un corrimiento de la carga y su posible pérdida. Pequeñas embarcaciones, por cierto, que antes se habían acercado a las grandes para ir vaciándolas.

No se sabe mucho de esa sociedad que en realidad era un sindicato, excepto que el original del reglamento se deterioró en los días siguientes y hubo que solicitar otro al gobernador civil de la provincia. Y, por supuesto, que era ella la que a través de su presidencia negociaba los jornales con la patronal correspondiente.

La técnica Rosa Millán, que diseñó hace unos años rutas en femenino por Ferrol, asegura que unas 200 cargadoras y descargadoras habían ayudado antes en la construcción del dique de la Campana, y presenta el dato de que las mujeres transportaron nada menos que doce millones de cestas «llenas de piedras (de unos quince kilos cada una)», y asegura que «ellas eran preferidas a los hombres en este trabajo por su fuerza, su pericia y su responsabilidad».

La Unión Femenina tuvo una larga vida que reclama una investigación: en 1933 se menciona su existencia, con otro nombre, en cuatro ocasiones, y una más en 1934, según el profesor Gerard Brey. Curiosamente, no se cita en la estupenda tesis sobre el movimiento y la cultura obreras de la magnífica tesis de ese gran hispanista francés. Y, así, en 1925 sigue Amparo Tojo en la junta directiva, pero ahora como depositaria, mientras que la presidencia la ocupa Josefa Gómez.

Es esta, junto con la secretaria Rosa Incera (quien también sabe firmar) la que con su rúbrica asegura que la junta general ordinaria del 25 de enero de ese año aprobó las cuentas de 1924: 142,00 pesetas de ingresos y 72,25 de gastos. El acta facilita otro dato: eran 70 las asociadas, lo cual habla de la actividad que se desarrollaba en el muelle, algo normal si se tiene en cuenta que la antecesora de la hoy Navantia daba trabajo directo a más de 3.000 obreros y técnicos. Corrían otros tiempos. (...)"           (La Voz de Galicia, 10/03/2014)

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