El fundador del Grupo, Isaac Díaz Pardo / ANXO IGLESIAS
"En el último cuarto de siglo pasado, en Galicia no había demasiado
problema a la hora de practicar lo que entonces se empezó a llamar “la
elegancia social del regalo”. Los productos de Sargadelos y O Castro
servían para todo. Una vajilla era el regalo estrella en una boda de
clase media y los profesionales liberales coleccionaban las enormes
jarras con las figuras de las letras y las artes.
Las recreaciones de
los monumentos locales eran las predilectas de los gabinetes de
protocolo como obsequio institucional y los intelectuales acumulaban en
sus estanterías decenas de palomas, barcas y otras representaciones
cerámicas que les entregaban en colegios y asociaciones de vecinos como
detalle de agradecimiento por dar un recital o una conferencia.
Había colgantes y pendientes, ceniceros y dedales de la blanca
cerámica tintada con el característico azul cobalto. Todo se podía
comprar en tiendas propias en Milán, Oporto, Barcelona o Madrid. Hoy, el grupo está en suspensión de pagos.
Sargadelos, en la costa lucense de Cervo, fue uno de los primeros
intentos de revolución industrial en Galicia a comienzos del siglo XIX,
primero con unos altos hornos y después con la cerámica.
Resucitó en los
años 60 del siglo XX de la mano de dos galleguistas exiliados.
Impregnados del espíritu de la Bauhaus, Isaac Díaz Pardo, un artista
precoz marcado por la guerra y la represión y Luis Seoane, pintor,
ensayista y editor, crearon el Laboratorio de Formas de Galicia para
diseñar objetos que aunasen cultura y funcionalidad, arte e industria.
Apoyados por lo que había sobrevivido a la posguerra del empresariado
simpatizante del nacionalismo, Sargadelos no era estrictamente un grupo
empresarial, pero agrupaba a una decena de sociedades. Además del
Laboratorio, de las Cerámicas de O Castro-Sada (A Coruña) y
Sargadelos-Cervo, estaba —y está— el Museo de Arte Contemporáneo Carlos
Maside, la editorial Edicións do Castro…
A mediados de los 70 se
construyó en Santiago un imponente edificio de hermosa factura, el
Instituto Galego da Información, destinado a ser la sede del futuro
diario Galicia. Decenas de “Galerías Sargadelos”, propias o
franquiciadas, en todas las ciudades gallegas y en las principales
villas, eran auténticos centros culturales, o embajadas de Galicia en el
exterior.
El primer plato se resquebrajó recién iniciado el milenio. Díaz Pardo, que ya sobrepasaba los 80 años, quiso concentrar la dirección y la propiedad de las empresas en una Fundación,
que tendría el 51% de las acciones de todas, con dos de sus tres hijos
Xosé y Camilo, en la presidencia y en la vicepresidencia.
Se negó el
mayor accionista individual (un 20% de la propiedad), el empresario
Segismundo García, secundado por la familia Vázquez, descendientes de
dos antiguos trabajadores de Sargadelos-O Castro a los que Díaz Pardo
había compensado su dedicación con un paquete accionarial. En mayo de
2006, en la junta de Cerámicas do Castro, la empresa madre, el
presidente fundador solo tuvo el apoyo del 31% del accionariado.
A partir de ahí, los resultados de las batallas que dio Isaac Díaz Pardo
en las salas de juntas o en las salas de vistas de los juzgados, fueron
los mismos que los de la campaña de Rusia de Napoleón, en concreto los
de la segunda parte. Fue sucesivamente arrinconado y despojado de la
gerencia del grupo. Se refugió primero, laboral y residencialmente en el
IGI, y después en el viejo edificio de O Castro donde nació todo, las
caballerizas del pazo de su suegro que éste le había cedido para
levantar su sueño.
Fueron inútiles los intentos de conciliación y
mediación oficiosos y oficiales. Banners en las webs y
manifiestos ciudadanos pedían la continuidad de Díaz Pardo. En 2008, los
tres expresidentes gallegos, incluido Manuel Fraga, reclamaron al
entonces titular de la Xunta, el socialista Emilio Pérez Touriño “la
intervención del poder público para salvaguardar el patrimonio de O
Castro-Sargadelos”.
Díaz Pardo murió con 91 años en enero de 2012. (...)
El actual presidente del Consejo, José Luis Vázquez Montero, niega
que la situación de la empresa sea crítica, y reduce los cinco millones
de euros que se han difundido como la deuda del grupo a “poco más de dos
millones a los bancos y la indemnización a los trabajadores”.
“A la
empresa le ha afectado la crisis desde 2008 porque no fabrica productos
de primera necesidad, y porque lo hace de forma casi artesanal, más del
80% de los costes es mano de obra”. Vázquez Montero no quiere hablar del
origen del desacuerdo con el fundador: “Se le echa de menos, claro que
hubo un conflicto, y fue un tema doloroso…” Conflictivo y doloroso para
todos. Incluso para la propia familia del fundador,
destinada en principio a regir la fundación.
Un año antes de morir,
Isaac Díaz Pardo anunció que cedía su legado documental a la Xunta de
Galicia. 30.000 volúmenes, miles de fotografías, cartas de Rafael Dieste
y de Castelao, actas del Gobierno gallego en el exilio, mapas,
carteles, fueron enviados en un millar de cajas de cartón para ser
depositados en la inmensa —y vacía— Cidade da Cultura.
Los hijos de Díaz Pardo criticaron abiertamente la cesión,
críticas que su padre calificó públicamente de “chiquilladas”.
“Fracturar el legado no me gustó, se pierde la visión de conjunto.
Acaban de aparecer cartas de mi abuelo [Camilo Díaz Baliño, dibujante
paseado en 1936] que estarán separadas de lo demás”, asegura Xosé Díaz
Arias, el más joven de los tres hermanos, que considera además la
decisión paterna “forzada, muy forzada”.
Pero tampoco hay unanimidad
entre los tres. Xosé y el primogénito, Camilo, trataron de validar en
los tribunales un testamento manuscrito de su padre que dejaría sin
participaciones en Sargadelos al hermano mediano, Rosendo. En resumen,
todos los propietarios de Sargadelos están en desacuerdo con el resto,
aunque en su día establecieron pactos más o menos duraderos.
En lo que
sí están de acuerdo es en que la empresa tiene salida, porque las marcas
no han perdido su prestigio. El problema ha sido la sucesión. En
palabras de Xosé Díaz Arias, “lo que ha pasado es que Sargadelos estaba
configurado a la imagen de su fundador. Fue su criatura, su obra de
arte, y al faltar el demiurgo, gestionar esa obra es muy difícil”. (El País, 15/03/2014)
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