"(...) ¿Cuántos incendios hay?
Depende no de cómo se mire, sino de cómo se cuenten. El
domingo se llegaron a producir alrededor de centenar y medio. Toda cifra
que se pueda dar ahora no valdría a la hora en que ustedes lo lean.
Según la información oficial (tengan presente lo de oficial) de la
Consellería de Medio Rural, a las 10,30 del lunes, había 32 incendios
activos, 17 de ellos en “situación 2” (peligro para bienes y personas), 4
estabilizados, 11 controlados y 5 extinguidos.
Pero solo se
contabilizan los de más de 20 hectáreas, es decir, los que cercaron
Vigo, o los que se produjeron en plena ciudad que obligaron a desalojar
400 viviendas ―según el Ayuntamiento, estaban activos por la mañana 6
focos― no aparecen en la estadística.
Por si no tienen claro cuánto son
20 hectáreas, en vez de pasarlo a la medida campo de fútbol, quizá sea
más útil saber que hay distritos (la circunscripción de gestión forestal
en Galicia. Hay 19) en los que pueden pasar veranos sin que se produzca
ninguno de esa extensión. Depende del tipo de cultivo y de la
ordenación territorial.
¿No son raros incendios en octubre?
En cuatro meses en Galicia puede crecer de todo, y pese a
lo verde que pueda parecer, la maleza que se ha acumulado desde la
primavera no tiene la humedad necesaria, y la tierra tampoco. Los
manantiales no se abastecen.
Estos días se ha dado el fatídico factor
30: más de 30º de calor, vientos de más de 30 kilómetros por hora y
humedad de menos del 30%. O se han rozado: en Baiona, la madrugada del
sábado una tuitera se escandalizaba de estar a 24º. No es el primer
“otoño caliente”, nunca peor dicho, y si éste lo está siendo no es
precisamente por sorpresa.
¿Por qué arde Galicia?
La respuesta correcta es porque plantan fuego, pero eso
intentaré contestárselo después. La pregunta tendría que ser también por
qué arde/queman bosques en Portugal –de ahí importamos los incendios,
según Alberto Núñez Feijóo― otras zonas de España, Italia, Grecia…
A. Demasiado combustible. Galicia arde
porque la vegetación es omnipresente y hay una enorme masa forestal. El
48% del territorio son bosques, que aportan el 45% de la producción
española. Pero sobre todo porque el monte está a monte, como
aquí se dice. Es decir, dejado no se sabe si de la mano de dios, pero
desde luego sí de las del hombre.
La despoblación del rural, primero por
la emigración a Europa y después a las ciudades, y más recientemente,
por las directrices pactadas con la UE, hace que los jabalíes lleguen al
entorno de las ciudades.
Un terreno no habitado/cultivado arde más,
porque vale menos y porque no hay gente para reducirlo en cuanto se
produce. El hecho de que los cuatro fallecidos superasen los 70 años es
revelador de quien queda en el campo, o en el entorno aldeano periurbano
no residencial.
B. Los eucaliptos. Esta planta que trajo
de Australia un benedictino de Tui en el XIX, con las mejores
intenciones, es ahora el más abundante en los montes gallegos. Tanto que
puebla el doble de la superficie que tenía en 1986, y no es que de cien
hectáreas haya pasado a doscientas. Este árbol, un auténtico yonqui del
agua, ocupa (recuerden el “ocupa”) 425.000 hectáreas de bosque.
El Plan
Forestal de Galicia, que data de 1992, establecía como previsión
245.000 hectáreas… para 2032. La responsable del área ha argumentado que
era “una estimación”, no una obligación, y que la Xunta ya no promueve
la plantación de eucaliptos desde hace dos décadas (hasta entonces, en
algunos casos, desbrozaba el terreno y lo plantaba gratis et amore).
Desde 2012 (aquí viene el “ocupa”) la Ley de Montes sí
prohíbe plantar eucaliptos en terreno agrícola, en los márgenes de los
ríos, en la proximidad de las casas y limitaba su presencia en zonas de
Red Natura y en áreas de especial interés paisajístico (un 10% del
territorio). Pueden comprobar el cumplimiento de la ley en su propia
casa, con Google Earth o incluso con Google Street.
Lo malo del eucalipto es que no depende del ser humano
para expandirse ―o sí, pero no de forma legal―. Es un un árbol pirófito o
pirófilo, los que se ven beneficiados de alguna forma por el fuego. Es
muy combustible, las llamas contribuyen a expandirlo, y sobre todo,
eliminan la competencia. Por esa razón, pese a que uno de cada dos
incendios en España se producen en Galicia, las autoridades se ufanan en
asegurar que la superficie arbolada crece. Se encargan de ello las
llamas.
El eucalipto, pese a Fray Rosendo Salvado, el monje de Tui, era
un árbol residual en Galicia, más propio de jardines y ornato urbano,
hasta que en 1957 se plantó ―en todas las acepciones― la planta de Ence
en plena ría de Pontevedra. ENCE es un grupo español que es el segundo
productor mundial de pasta de celulosa y primer propietario de
plantaciones de eucalipto de Europa.
En su consejo de Administración
está una exministra de Medio Ambiente (Isabel Tocino) y un exconselleiro
del ramo (Carlos del Álamo). La factoría, condenada por diversas
infracciones medioambientales (y eso que el olor no es delito ni falta),
y advertida de traslado por diversas administraciones finalizaba su
concesión en 2017.
El pontevedrés Mariano Rajoy utilizó
discrecionalmente sus poderes de presidente en funciones para
renovársela. Para finalizar, a raíz de los incendios de Pedrogão, en los
que murieron 64 personas al comienzo de este verano, el gobierno de
Portugal estableció una moratoria en la plantación de eucaliptos.
Inquirido al respecto sobre una medida similar, el presidente gallego,
con su demostrada habilidad de soslayar el fondo de los asuntos,
contestó que aquí no se podrían producir situaciones semejantes. Tomando
buena nota, las celulosas portuguesas decidieron expandirse allende la
frontera, Galicia y Zamora, sobre todo.
C. Lo demás. No solo arden eucaliptos,
claro. También otras especies. Asimismo, el fuego ha sido un sistema de
creación de pastos tradicional, pero ahora lo practican más los masais
que los gallegos. Otra causa puede ser para que salgan a la luz los
marcos.
No los que traían los emigrantes en Alemania, la mayoría
volatilizados en la privatización de las cajas, sino las piedras que
dividen las propiedades, ya difícilmente indistinguibles de por sí, y
que ahora están cubiertas de maleza. Si tienes unas propiedades y los
árboles no te dejan ver sus límites, el fuego lo resuelve.
Agotado lo
antropológico (sobre todo porque hasta comienzos de los 70, que era
cuando el campo estaba habitado, no se producían apenas incendios),
queda el sospechoso número uno: el urbanismo. Quizá en otras partes, el
interés por construir en Ancares o Xurés es, desgraciadamente nulo. La
nueva normativa prohíbe la recalificación de terrenos quemados, excepto
que antes del fuego fuesen objeto de planeamiento, entre otras
excepciones. Y no todo lo que se construye se hace precisamente de forma
legal, claro.
Es más, en el informe de la fiscalía superior de Galicia
de 2006 (el único intento serio de la justicia por establecer las causas
de incendios, y que coincidió con el bipartito PSdeG-BNG), no solamente
se concluía que la intencionalidad era inferior a la que se creía (del
87% se bajaba al 60%) y tampoco se descubrió que obedeciese a
motivaciones económicas como madereras o urbanísticas. El fiscal, Carlos
Varela, matizaba que, sin embargo, “no se descartaba que en un futuro
puedan aparecer indicios de lo que hoy se descarta”.
¿Quién o quiénes queman?
Esta mañana telefoneé a mi aldea, la sede del clan, para ver cómo
estaba la cosa. “Bien, de momento no ardió nada, aunque no se respira
con la ceniza”, me contestó un vecino, “pero como venga ‘o tolo’ estamos
arreglados”. No se refería a un “loco” concreto, sino a cualquiera que
prendiese fuego.
Cuando, con la confianza que dan las redes sociales,
escribir algún reportaje desplazado, o la de, en alguna ocasión, ser
miembro del Gobierno, se critica la presunta omertà que reina
en el campo, se olvida que una cosa es presumir, o incluso saber con
certeza, quien prende, y otras tener pruebas para acusar a alguien con
el que te cruzas a diario.
Sin esa traba, en Vigo señalaron a los
ocupantes de una moto negra, cuya matrícula se facilitó en redes. Los
dos motoristas pasaron por comisaría, hasta que se determinó que no
tenían ninguna relación con los incendios que asolaban la ciudad.
El informe del fiscal Varela establecía que la mayoría de los
incendiarios eran gente mayor, algunos con problemas de alcoholismo o
inestabilidad mental. A mí me parece que esa sería la misma estadística
que haría un león ―vamos, una leona― sobre las gacelas que caza: viejas,
lisiadas…
Es decir, es la estadística de aquellos a quien se pudo
detener. Ancianos que no sopesaron el peligro a la hora de quemar
rastrojos, o sus fuerzas para controlar el fuego (hay bastantes casos de
muertes en ese momento), borrachos con el mechero alegre… Es más
difícil detener a alguien que va plantando velas o artefactos
incendiarios con retardo (basta con un cigarrillo, cerillas y cinta
aislante) que no provocarán el fuego hasta que esté en su casa o en la
taberna comentando la jugada.
Lo que parece claro es que, pirómanos y amantes del espectáculo de la
extinción ―que los hay, y la difusión de imágenes los motiva―, lo
lógico es que quien planta fuego lo haga por un beneficio económico, sea
para sí o por encargo. La teoría del brigadista es la más extendida: lo
importante es que no falte trabajo.
Y en este sentido, hay fanboys de
la autoridad que señalan a los cerca de 500 trabajadores antiincendios
no renovados como los culpables de la proliferación (en este año, en
todo caso, claro). Pero un brigadista cobra tanto si está en su casa
como si está arriesgando el pellejo en un incendio. Y el contingente de
trabajadores se fija en el plan anual, no depende de si arde más o menos
(lo que no deja de tener su aquel, la verdad).
Lo que sí es cierto es
que han sido detenidos miembros de dispositivos antiincendios (uno este
mes y algún otro en veranos anteriores).
No se saben (no se han dado a conocer), sin embargo, los motivos por
lo que los incendiarios plantan fuego. Y hay testimonios de personas
―mismo en programas de televisión― a las que les han ofrecido dinero por
prender lumbre. En el caso que me contaron, remuneración según
resultados.
Quizá no sean precisamente los brigadistas los que más dependan de
que haya fuego.
Según contaban un agente forestal Xosé Arca y un miembro
de una brigada helitransportada, David Iglesias a la web Quinteiro do
Umia, hace años los trabajadores antiincendios estaban contratados por
la Xunta, fijos que fuera de la temporada de fuegos, hacían trabajos de
desbroce y limpieza, y otros discontinuos que reforzaban en la temporada
de incendios. Cuando el bipartito, en 2005, adjudicó esos trabajos a
Seaga.
La vuelta del PP al poder supuso que los trabajos de prevención y
extinción se fueran externalizando. “Yo tengo compañeros que antes
tenían 40 obras [de limpieza y desbroce] en una comarca. Ahora no está
abierta ninguna”, decía Arca.
También que fuesen los ayuntamientos los
que contratasen trabajadores, cada uno con los criterios que quiera, una
fuente obvia de clientelismo en lugares donde las principales
aportaciones del PIB son las pensiones de los viejos.
La parte del león del gasto no la llevan los hombres que combaten las
llamas con apagafuegos. Los servicios aéreos también han sido
progresivamente externalizados. El dispositivo de este año cuenta con 25
helicópteros (sobre 6.000 euros la hora).
Y después está el
aprovechamiento de lo ardido: la madera quemada tiene menos valor, pero
lo tiene, y si está quemada, tiene que venderse sí o sí, con lo que una
razón para incendiar también es remover el apalancamiento de los
propietarios de bosques. O vendes o vendes (por menos).
Motivaciones las hay múltiples. Lo que parece más raro es que haya
tramas organizadas (excepto que, además de estar muy bien organizadas,
sean lo suficientemente extensas como para quemar Portugal, Galicia y
Asturias, por no salir de la costa atlántica de Península). Lo de “los
terroristas” lo dejamos para la parte política.
¿Gestión, politización?
El domingo a media tarde, twitter se llenaba de impotencia.
Cientos de personas, sociedades, empresas, alertaban de incendios y
pedían medios. El dispositivo que siempre se anuncia bombo y platillo al
comienzo del verano resultó ser insuficiente. O ineficiente.
“Los
trabajos de prevención programados para el año 2017 todavía sin hacer,
la mayoría de las casetas de vigilancia de incendios cerradas, las
brigadas de extinción en casa o bajo mínimos, distritos con la mitad de
los agentes forestales que había hace diez años...174 millones de euros
en 2017 convierten a Galicia en el territorio de Europa que más dinero
invierte en la extinción de incendios.
¿Dónde está la prevención? ¿Dónde
el cuidado de nuestros montes? ¿Dónde entierran el dinero? Aviones,
helicópteros, asistencias técnicas, el ejército, técnicos que hacen de
emisoristas, aviones no tripulados, guardia civil a caballo, policía
montada, multitud de cargos de libre designación con la administración
forestal más politizada de la Unión Europea…” Este panorama lo pinta
desde su whatsapp, desde Ourense, un trabajador forestal Xosé Santos
Otero.
Todas las fuentes sindicales del sector lamentan la inexistencia
de un mando único, que produce una enorme descoordinación. “Una vez le
pedimos agua para la motombomba a un camión cisterna de la UME [Unidad
Militar de Emergencia]. Se lo tenían que consultar a un mando, y este a
otro… Acabábamos antes yendo a cargar al río”, contaba el agente Xosé
Arca. La situación de descontrol, y no solo por la gente luchando con
sus propios medios, recuerda enormemente otro fiasco del Estado: el Prestige.
Lo recuerda porque, además de la gestión, la información es otro
caballo de batalla. La innovación comunicativa de Feijóo fue sustituir
la información en tiempo real de todos los fuegos activos por la
difusión, intermitente, de los incendios que únicamente superasen las 20
hectáreas. Así el ciudadano no se sobresalta sin necesidad.
Sin
embargo, cuando pasa lo del domingo, el ciudadano pasa a ser advertido
por todos los medios públicos y concertados que “Galicia sufre un ataque
mortal de los terroristas que queman el monte”. En esas informaciones,
que una de las dos autovías de acceso a Galicia tuviese que ser cortada,
con vehículos atrapados en túneles, tenía misma relevancia tipográfica o
de tiempo que la polémica por dos desafortunados tuits de Pablo
Echenique y Albano Dante Fachin. Menos mal que están las hemerotecas.
“Es indigno culpar de los fuegos a la sociedad civil” y “Con nosotros no
moría gente en los incendios, y con ellos, cuatro personas”. Lo decía Alberto Núñez Feijóo, jefe de la oposición, en 2006." (Xosé Manuel Pereiro , CTXT, 16/10/ 17)
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