"El 25 de mayo de 2003, el Partido Comunista regresaba al pleno
municipal de Ferrol con dos concejales. Lo hacía dentro de su vehículo
electoral, Esquerda Unida, y de la mano de una candidata de 32 años,
Yolanda Díaz. Su segundo en la lista era Fernando Miramontes, militante
antifranquista torturado tras las huelgas del 72, fallecido el pasado
enero.
Entre ellos se tendía un hilo rojo, el que cose generaciones
políticas y transmite experiencias. En Ferrol, ciudad obrera que se
enfrentó al franquismo con determinación y fiereza, resistió incluso los
embates del fascismo. La nueva vicepresidenta del Gobierno nunca deja
de recordar que se debe a esa herencia familiar, sentimental y
políticamente.
Miramontes, al igual que el padre y el tío de Díaz –Suso y
Xosé–, perteneció a lo que el historiador José Gómez Alén denomina
segunda generación de líderes obreros de Ferrol tras la Guerra Civil.
"La primera es la que baja del monte, de la guerrilla, a las fábricas, a
partir de 1948, tras el giro estratégico del partido", explica, "es
decir, la de Paco Balón, Filgueiras o Julio Aneiros. Ellos transmiten su
saber a los aprendices.
Su saber técnico, pero también la solidaridad,
cómo comportarse ante un accidente laboral, etcétera". Trabajadores del
astillero estatal Bazán, comunistas clandestinos y arquitectos de las
primeras Comisiones Obreras de Galicia, son los que introducen en la
política antifascista a los entonces jóvenes, los hermanos Díaz, Rafael
Pillado, Miramontes, Amor Deus, Riobó, Leonardo Dopico.
"Recuerdo la oficina técnica de Astano, donde trabajaba mi padre, a la
que llamaban la Oficina Roja", hace memoria la propia Yolanda Díaz para
elDiario.es, "por las tardes íbamos con él a las reuniones. A veces yo
me quedaba con mi madre, pero siempre estaba en medio de encuentros y
asambleas, en salas en las que había muchísimos hombres, especialmente
hombres pero también mujeres, hablando de política. Se fumaba mucho. Y
recibí mucho cariño".
Los que describe Díaz eran ya los años posteriores
al 10 de marzo de 1972, cuando una huelga obrera por el convenio
colectivo desembocó en una feroz ola de represión política que se cobró
la vida de Amador Rey y Daniel Niebla,
miembros de Comisiones asesinados por la policía franquista, y llevó a
la cárcel a decenas de militantes, entre ellos Suso Díaz.
"El 10 de marzo fue un punto de inflexión", sintetiza Gómez
Alén. Suya es la teoría de que el movimiento obrero fue la vanguardia de
la fuerza democratizadora que se abría paso en la sociedad gallega de
entonces. La jornada de la muerte de Amador y Daniel, que desde 2006 se
conmemora oficialmente como el Día da Clase Obreira Galega, confirmaba
además para aquellos jóvenes comunistas que "su línea estratégica contra
la dictadura era correcta". Se trataba de la mancha de aceite, una
tesis según la cual una sucesión de huelgas generales locales se
extendería y acabaría por acorralar al régimen.
La de Ferrol en 1972 lo hizo. Transcendió primeramente a Vigo, que en septiembre de aquel mismo año vivió un paro industrial de 15 días.
Fue allí donde se forjaron las bases del combativo sindicalismo
nacionalista contemporáneo, aunque esa es ya otra historia. Y su eco
llegó a Europa. "Algunos dirigentes comunistas pasaron siete años en
prisión. Suso salió algo antes. Si de algo quedaron convencidos es de
que aquel era el camino", señala Gómez Alén. El nivel de conflictividad
social en la España de los 70 se cuenta entre los más elevados de la
Europa de la segunda mitad del pasado siglo. Pero hasta llegar a aquel
Cabo de Hornos habían sucedido muchas cosas.
Las luchas que sedimentan la historia de la ciudad
"En la historia nunca hay rupturas, sino continuidad. En Ferrol
ya hubo una insurrección republicana en 1872 y huelgas obreras a
principios del XX. La construcción naval comenzó en el XVIII. Eso va
generando un poso social que no desaparece", argumenta el historiador.
Todo procede de algún sitio, y la historia funciona por sedimentación.
Ni siquiera cesuras tan abismales como el alzamiento fascista del 36
consiguieron apagar la llama. Las luchas de ayer alimentan las de
mañana. Su colega Ricardo Gurriarán coincide. "En Ferrol, como en Vigo,
estaba la industria, especialmente la naval. Es ahí donde en los 60
empieza a asomar el nuevo comunismo. Siempre con un puente hacia la
vieja guardia que había sobrevivido", señala.
Durante el mandato municipal de Ferrol en Común –coalición entre
parte de la izquierda nacionalista y la izquierda federal que gobernó
de 2015 a 2019–, el poeta Marcos Abalde guiaba una emocionante ruta por
la ciudad bajo el título Ferrol rebelde. Un paseo por cen anos de historia obreira.
Arrancaba precisamente en 1872 y finalizaba con otro mártir
antifascista, Moncho Reboiras, militante de la Unión do Povo Galego
–nacionalista y comunista–, al que los grises mataron en un portal en
1975.
El itinerario se detenía en la casa natal de Pablo Iglesias,
relataba las protestas anarquistas en los astilleros contra la Gran
Guerra o permitía ver como el escudo de la II República aguantó cuatro
décadas de fascismo en la fachada del actual edificio de Correos.
Emergía el otro Ferrol, contrario a la imagen de cuna del Caudillo y
reserva del ejército. De nuevo el hilo rojo.
Por eso cuando en Bazán –hoy Navantia– reaparece la organización
obrera antifascista, todo parece encajar. En la década de los 60 había
más de 100 militantes del clandestino Partido Comunista solo en esa
empresa, que además era militar, sostiene Gómez Alén. Y una biblioteca
organizada por ellos mismos. "El prestigio que tenían sus dirigentes
como trabajadores, como personas solidarias, que ayudaban a los
aprendices, es lo que facilita la incorporación de los jóvenes a las
filas de partido y del sindicato", añade.
Más allá de la caída del muro
Ese tejido fabril, laboriosamente construido, se extendió hacia
la sociedad civil y, una vez caída la dictadura, a la política. Sus
células salpicaban no solo la ciudad, sino también la comarca industrial de la que esta es núcleo,
Ferrolterra. A juicio de Gurriarán, esta capilaridad es la que explica
la persistencia del comunismo ferrolano.
Incluso a pesar de las
sucesivas crisis que atravesó esa tradición política: la Transición y
sus pactos, el sorpasso del PSOE, la caída del Muro de Berlín y
el bloque soviético o la consolidación de la izquierda nacionalista
gallega como contenedor de voto más allá de la socialdemocracia entre
las más agudas. "Sabías que en Ferrol siempre había votos comunistas,
por mal que fueran la cosas", dice Gómez Alén, "esa masa social
resistió, mantuvo una estructura".
No todos aquellos nombres permanecieron en el partido. Rafael Pillado,
al igual que otros significados carrillistas, ingresó en el Partido
Socialista, cuya militancia abandonó en 2012. Y Xosé Díaz, hermano de
Suso y tío de Yolanda, pasó al campo nacionalista. Pero todos y todas
–la propia vicepresidenta del Gobierno menciona a Sari Alabau entre las
mujeres– encarnaron la política emancipadora, democrática, en el corazón
de la larga noche de piedra. Y marcaron la biografía de una Yolanda
Díaz que compartió intimidad casi familiar con algunos de ellos, como
Amor Deus o Riobó.
Por eso, su aprendizaje fue político pero también
humano, si es que existe diferencia clara entre las dos ideas. "Las
nuevas generaciones no darían crédito de la grandeza de sus vidas.
Personas que para no delatar a un compañero o compañera se tiraban
contra una pared y quedaban inconscientes. No solo comunistas, también
de otras culturas políticas, como Paco Rodríguez [líder histórico del
UPG y más tarde diputado en el Congreso por el BNG], que compartió celda
con mi padre. Lo dieron todo por nosotros, se lo jugaron todo",
concluye Díaz." (Daniel Salgado, eldiario.es, 19/03/21)