13/2/24

La pregunta es: ¿A qué país votan los galegos? ¿Al realmente existente? ¿O al imaginario? Madrileños y galegos, que sufren las mismas políticas, votan con deseos diferentes: el voto de unos es neoliberal, el de los otros conservador... En Madrid Ayuso promete libertad y quita servicios públicos, árboles, impuestos a los ricos... En Galiza el PP promete "tradición" y hace más o menos lo mismo: ha sustituido el caciquismo por el clientelismo, el campo por el extractivismo forestal, los servicios públicos por el turismo, el mar por el tráfico de drogas... ¿Cómo no va ser conservador un pueblo largamente vapuleado cuya lengua, cuyo campo y cuyo mar están amenazados? (Santiago Alba Rico)

 "(...) La pregunta es: ¿a qué país votan los galegos? ¿Al realmente existente? ¿O al imaginario? Las Galizas inexistentes son también plurales; son sin duda más de una. Entre ellas, la más aparentemente compacta es la que vota desde hace décadas —con una fugacísima excepción en 2005— al PP. En Madrid Ayuso promete libertad y quita servicios públicos, árboles, impuestos a los ricos; gentrifica ciudades, deja morir ancianos en las residencias, cierra consultas médicas y abre circuitos de Fórmula 1. En Galiza el PP promete "tradición" y hace más o menos lo mismo: ha sustituido el caciquismo por el clientelismo, el campo por el extractivismo forestal, los servicios públicos por el turismo, el mar por el tráfico de drogas. 

Madrileños y galegos, que sufren las mismas políticas, votan con deseos diferentes: el voto de unos es neoliberal, el de los otros conservador. Los madrileños que votan al PP, digamos, viven en el país que les gusta, lo que es trágico para el resto de los madrileños. Los galegos que votaban a Fraga, luego a Feijóo y ahora a Rueda viven en un país (me atrevo a decir) que no es el suyo, lo que es trágico para todos. Ana Pontón, candidata del BNG y quizás futura presidenta de la comunidad autónoma, decía en una entrevista que "Galiza no es conservadora". Y si lo fuera, ¿qué? ¿Por qué no habría de serlo? ¿No estaría bien que los madrileños también lo fueran un poco? ¿Que se empeñaran en proteger y conservar algo real, aunque fuese imaginario? 

Lo que me llama la atención de mis amigos galegos, sabios y casi todos de izquierdas, es precisamente que son conservadores: quieren conservar lo que se les ha quitado, lo que les queda, lo que nunca han tenido: el país imaginario, de lengua y de tierra, en el que viven clandestinamente. Escuchando a Pontón, de hecho, me parece que a lo que no se atreve (y con buen criterio electoral) es a disputar el concepto "conservador", pero que sus propuestas, sus anhelos, sus afectos lo son. Haríamos bien los madrileños en reivindicar la verdadera libertad frente a Ayuso; y los galegos quizás en defender el verdadero conservadurismo frente a Rueda

¿Cómo no va ser conservador un pueblo largamente vapuleado cuya lengua, cuyo campo y cuyo mar están amenazados? ¿Castelao no fue conservador? No fue solo conservador, desde luego, y nosotros, ni en Galiza ni en Madrid, debemos serlo tampoco. O sí: porque también forman parte de nuestra historia, de nuestra "tradición", toda una serie de derechos conquistados recientemente y ya amenazados por la erosión reaccionaria: derechos laborales y derechos civiles, derechos sexuales, derechos culturales. Hoy hay que ser más conservadores que nunca: conservadores frente a la revolución neoliberal que nos quiere dejar sin suelo y conservadores frente a la ofensiva libertariana-reaccionaria que nos quiere dejar sin cuerpo. 

¿No es esa acaso la única forma de concebir un "nacionalismo" y un "patriotismo" de izquierdas? ¿O lo llamaremos —al revés— "globalismo terrícola"? ¿O "internacionalismo pedestre"? Me cuenta mi amigo Alexandre Carrodeguas, inspirador de buena parte de este artículo, que el fundador de la cerámica de Sargadelos, Isaac Díaz Pardo, artista e intelectual galleguista muerto en 2012, se definía a sí mismo como "conservador libertario".

Las elecciones autonómicas galegas se han celebrado siempre, también para los galegos, en un país "remoto y brumoso", desconocido, entregado de antemano al partido-régimen que lo mangonea desde hace cuarenta años. Esta vez es diferente. Esta vez las elecciones ocurren más cerca de todos nosotros, galegos o no, por dos motivos, uno bueno y otro ambiguo. El bueno es que, por primera vez en cuatro décadas, hay esperanzas de que el PP pierda el gobierno. El segundo es ambiguo porque de alguna manera Galiza, en campaña electoral, se hace visible únicamente como pieza en disputa de la política nacional. (...)

El "galleguismo" fraguista generó un autonomismo débil, como lo demuestra la abstención endémica en los comicios autonómicos (51%). Pero hoy hay mucha gente que quiere que Galiza se ocupe de sí misma; y hay mucha gente que quiere que Galiza ayude a mejorar España. Esa convergencia espontánea puede ayudar al resultado inesperado que muchos esperamos: que cada uno vote, pues, a quien más le convenza sin hacer cálculos, pero sin exigir una correspondencia ideal con los propios programas ideológicos. Que los galegos, entusiasmados o no, fatalistas o no, acudan a las urnas: por ellos mismos y por mí, que no puedo votar.  (...)"                       (Santiago Alba Rico, Público, 11/02/24)

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