"Galicia es “un país mítico, mucho más de lo que los propios gallegos se lo imaginan”, escribió Gabriel García Márquez. Las elecciones de hoy se han situado a la altura de las letras del maestro colombiano, que reivindicaba su condición de gallego, más o menos remota, a través de su abuela meiga de Aracataca. Son pura leyenda.
Está en juego la perpetuación máxima del PP en la Xunta, a través de Alfonso Rueda y el mando a distancia de Alberto Núñez Feijóo, al superar su marca histórica de 15 años consecutivos, los de Manuel Fraga y los de Feijóo en persona y por delegación. O la ciencia ficción nacionalista, la conquista de la presidencia por una fuerza soberanista, el BNG de Ana Pontón. Sería la materialización de mucho más que una utopía, un hecho que buena parte de los nacionalistas más irreductibles pensaron que no verían en su vida, ni como hipótesis plausible.
Además del “Viendo llover en Galicia” que Gabo publicó en El País, hay una joya de otra gran pluma latinoamericana, la de Eduardo Galeano, de Uruguay, el Estado, sin contar a Andorra y España, con la mayor proporción de sangre galaica. Fruto de su exilio en Catalunya, Galeano escribió el relato El río del Olvido, en el que exaltó a Galicia como un país de memoria, pues los gallegos “ni al irse, ni al estar, ni al volver: nunca habían olvidado nada”. Hoy las urnas rebosan de memoria.
Sin contar el referéndum europeo del 2005, se trata de la primera vez que hay unas elecciones en febrero en Galicia desde las de 1936, las postreras de la II República y aquellas en las que el nacionalismo obtuvo su primer triunfo. Su patriarca, Daniel Rodríguez Castelao, fue el más votado en la provincia de Pontevedra, dentro del Frente Popular.
La victoria española de la alianza de los republicanos de Azaña, el PSOE, el PCE, y, entre otros, el Partido Galeguista de Castelao, en Catalunya a través del Front d’ Esquerres, permitió que, por fin, se celebrase el 28 de junio, en vísperas del golpe militar, el plebiscito del estatuto de autonomía de Galicia. Faltaba toda la tramitación en Madrid, por lo que se desconoce cuándo hubieran sido las elecciones, de haberse sofocado la insurrección y evitado la Guerra Civil. Fuese en 1938 o cuándo sea, Castelao aparece a ojos de la historiografía como un potencial favorito. Ningún nacionalista volvió a tener opciones, ni Xosé Manuel Beiras, el primer gran líder del BNG, hasta las de Pontón. Solo en el recuento se podrán medir. De momento , “haberlas, haylas”.
El Frente Popular ganó en Galicia en las provincias atlánticas, mientras la derecha se imponía en Ourense y el centro, en Lugo. La geografía electoral gallega es granítica. Tras la muerte de Franco, el plebiscito de 1936, junto con una movilización social solo superada con el Prestige, propició el reconocimiento como nacionalidad histórica. La autonomía la acabó fundando el exministro de la dictadura Fraga, primero con el mando a distancia desde Madrid. A Fraga se le puede caricaturizar como un postfranquista vestido de gaitero, si bien conviene no olvidar que superó tres veces el 50 % de los votos. Su galleguismo de senectud se agrandó últimamente en comparación con Feijóo.
En las primeras autonómicas, de 1981, los populares de Fraga, rebozados en regionalismo, arrebataron a la UCD el feudo gallego. Pero el secreto mejor guardado de la política española actual consiste en que Galicia ya no es un feudo del PP. Desde 2014 el centroizquierda se impone en europeas, municipales y generales, excepto las del 2016. Incluso en julio, si bien Feijóo ganó en escaños por la sobrerrepresentación de Lugo y Ourense, PSOE, Sumar y BNG rebasaron juntos el 50 % en Galicia.
El feudo es la Xunta, inexpugnable tras el fracaso de la coalición de PSOE y BNG que derribó Feijóo en 2009. La incomparecencia progresista, la estabilidad institucional, el férreo control mediático y el blindaje que supuso la pandemia crearon una muralla como la de Lugo, que es el gran bastión popular en todo el Estado.
La clave de hoy reside en si se mantiene ese modelo o si las autonómicas se homologan con los otros procesos, con una mayoría electoral progresista. Por sí misma no garantiza el cambio, pues el sistema favorece mucho al PP. Pero abriría el escenario en el que puede ser presidenta una mujer de un BNG nacido en 1982 como antisistema. Galicia se debate entre el Macondo de Cien años de Soledad de Gabo, en el que el tiempo es circular, popular en este caso, y el Uruguay de Galeano del 2004, cuando la izquierda tomó el feudo en el que se alternaban blanco y colorados. Mitología electoral en estado puro." (Anxo Lugilde, La Vanguardia, 18/02/24)
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