"Suso Díaz nunca te dejaba pagar la cuenta si quedabas con él en los restaurantes de menú de Santa Cruz, en Oleiros (A Coruña), donde vivía. Lo recuerdan quienes lo conocían de cerca, y la verdad es que no hacían falta muchos encuentros, ni demasiado frecuentes, para sentirse muy próximo a él. "Estás hablando con un jubilado de Astano", solía decir con sorna indisimulada cuando se apresuraba a no dejarte echar mano de la cartera para ser él quien abonaba la comida al terminar la sobremesa.
En esa frase, tan corta como convincente, asomaba su carácter generoso, y también era una especie de meme de su propia historia personal y de la de su país. En el fondo, que un obrero del sector naval, hijo de un carreteiro de una aldea de Guitiriz (Lugo) emigrado a Cuba, se hubiera jubilado con la misma pensión máxima que un juez, un médico o un alcalde, y pudiera pagar el convite a los amigos e incluso a los recién conocidos, le llenaba de orgullo. Era el mejor resumen de su vida, dedicada a la lucha sin descanso por la justicia y la igualdad.
Suso Díaz (Ferrol, 1944), exdirigente de CCOO en Galicia, padre de la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y batallador tenaz por la recuperación de la memoria democrática hasta sus últimos días, falleció el pasado martes en A Coruña víctima de un cáncer que padecía desde hacía varios años. Su sindicato rememoró en una nota la relevancia de su figura en la defensa de los derechos de los trabajadores y su implicación en todas cuantas causas justas se requirió su apoyo. Ya fuera para acudir a una manifestación feminista, presentar un libro sobre los represaliados o financiar un crowfunding para el nuevo disco de una añeja banda punk.
"Era un ejemplo de conducta, de compañerismo y de estoicismo, un hombre inusualmente generoso que nunca dejó de luchar por sus ideas y de ofrecer su ayuda a quien se lo pedía", afirma José Manuel Sande, exsenador y colaborador de Díaz hija en el Ministerio de Trabajo. "Era la memoria viva de la generación que sacó adelante la democracia en este país", subraya.
"Mira, es el padre de Yolanda"
Durante aquellas comidas en los restaurantes de menú en Santa Cruz, a Suso le hacía gracia que la gente susurrara en la mesa de al lado: "Mira, es el padre de Yolanda". Porque durante años fue al revés, y desde que la hoy vicepresidenta tenía apenas unos años de edad y lo visitaba en el módulo de presos políticos de la cárcel de la mano de un guardia de prisiones, era ella a quien miraban murmurando con admiración: "Mira, es la hija de Suso, el de Comisiones".
Suso, el de Comisiones, contaba también que nunca se sintió especialmente valiente por todo lo que arriesgó en los años de la lucha antifranquista en aquel Ferrol del Caudillo de finales de los 60 y principios de los 70, donde, recién amanecida su adolescencia, empezó a trabajar de aprendiz en los astilleros y a implicarse en la batalla clandestina contra el franquismo, en las reuniones a escondidas del sindicato y del Partido Comunista.
Ni siquiera, decía, le pareció que fuera una actitud épica o corajuda negarse a pagar la multa que le impuso la dictadura por participar en las revueltas, a pesar de que tenía mujer, dos hijos pequeños y una bebé recién nacida, y de que si no lo hacía, iban a meterlo otra vez en prisión. Disponía del dinero, pero ni por un instante se le pasó por la cabeza pagar. Paradójicamente, en aquella época convulsa la libertad se ganaba en la cárcel, y para él, su familia y sus compañeros no se trataba de una cuestión de valentía, sino de dignidad.
La muerte de Suso, en cierto sentido, deja un poco huérfanas a aquellas generaciones de trabajadores y trabajadoras que sustentaron la transición desde abajo, no desde los despachos, y que hoy observan con pavor cómo se diluye en el discurso político la conciencia de clase que allanó ese camino, el que ellos y ellas construyeron golpe a golpe de la policía franquista, verso a verso en las consignas de las asambleas obreras y en las protestas callejeras contra la tiranía.
"¿Qué diría Suso hoy?"
"Suso era un tipo extraordinario, tan cabezón como dialogante, tan bravo como cariñoso, tan federalista como galeguista”, recuerda Antón Gómez Reino, exdiputado de Podemos en el Congreso y quien compartió con los Díaz los otros años convulsos de las mareas gallegas. "Sobre todo era un defensor de los avances de la humanidad, que más allá de las diferencias ponía siempre por delante la unidad de las izquierdas. De verdad, no como mera táctica, sino como práctica sindical, política y vital", añade. "Ayer [por el martes, el día de su muerte] pensaba cuanto necesitamos esa perspectiva y esa sensibilidad hoy, ante el abismo amenazante que se avecina. Y pensaba: 'Cada vez que caigamos en nuestras pequeñas mezquindades, voy a preguntar: ¿Qué diria Suso hoy?'"
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