La única fotografía de los acontecimientos del 10 de marzo de 1972 en
Ferrol. La imagen es cedida por la Fundación 10 de Marzo de CC OO
"Existe un relato, el dominante, que habla de un tardofranquismo
institucional en el que proliferan demócratas camuflados y de una
Transición con padresy diseñada en pasillos de palacios. Pero
frente a esta poética del salón noble existió la realidad de las calles,
los monos azules, la asamblea ilegal, la violencia. “La democracia no
la ha traído el Rey, ni los ponentes de Franco, ni la oligarquía: la
trajeron las fuerzas del trabajo, los resistentes, los estudiantes”.
Lo
comprobó en su propia piel Rafael Pillado, dirigente de las clandestinas
Comisiones Obreras de Ferrol cuando, un diez de marzo de hace 40 años,
la Policía Armada asesinó a los obreros de Bazán Daniel Niebla y Amador
Rey. (...)
“La conciencia democrática que germinó dentro de los muros de Bazán
acabó trasladándose a toda Galicia”, considera el historiador José Gómez
Alén, uno de los escasos investigadores del movimiento obrero gallego y
coautor de una monografía sobre aquellos acontecimientos.
El astillero público negociaba entonces su convenio colectivo. Un año
antes, en 1971, militantes comunistas y de Comisiones infiltrados en el
Sindicato Vertical habían copado los puestos del jurado de empresa de
la factoría de Ferrol. No así en San Fernando (Cádiz) ni en Cartagena,
donde se encontraban otras plantas importantes de Bazán.
Al iniciar
conversaciones con la empresa, los gallegos exigen separarse del
conjunto de la compañía y pactar sus propias condiciones laborales. La
dirección acepta, pero enseguida rectifica. “Hubo un tirón de orejas”,
aventura Gómez Alén, “y Martín Villa, secretario general del sindicato
oficial, lo echa atrás”. Saldo, siete despedidos: Manuel Amor Deus y el
propio Rafael Pillado entre ellos. (...)
Es 9 de marzo y los trabajadores se concentran en la fábrica. Allí
fichaban unos 6.000 empleados fijos y casi 2.000 en las auxiliares.
Reclaman la readmisión de los represaliados. “A las cinco de la tarde,
la policía entra y desaloja la factoría; salimos en manifestación por
toda la ciudad, paramos autobuses, pedimos ayuda”, rememora Rafael
Pillado.
Esa misma noche, los obreros organizan la respuesta a la
represión de la empresa y de la policía. A las ocho y media de la mañana
del 10 de marzo de 1972, después de comprobar el cierre patronal de
Bazán, una columna de 4.000 personas se planta en los Cantones frente a
la sede del Sindicato Vertical.
“Acordamos paralizar la ciudad y
dirigirnos hacia el barrio de Caranza, que en aquel momento estaba en
construcción”, recuerda, “y contábamos con que se sumasen los de
Astano”. Entonces irrumpen los grises.
“Los manifestantes respondimos con piedras e hicimos escapar a la
policía, que se refugió en el cuartel”. Pero tras esa retirada, un
reguero de sangre: los cadáveres de Amador Rey y Daniel Niebla, un
histórico dirigente obrero como Julio Aneiros al borde de la muerte y
más de un centenar de heridos. Dos viúdas —la de Niebla murió y la de
Rey y sus dos hijos vuelven a sufrir ahora el incierto futuro del naval
gallego. Nunca nadie fue juzgado por los hechos.
A los pocos días de la matanza, llegaron las detenciones. “A mí me
detienen el día 14”, relata Pillado quien, junto a Aneiros, Manuel Amor
Deus o José María Riobó, pasó más de cuatro años en cárceles de la
dictadura repartidas por la geografía peninsular. “Utilizaron la
política de dispersión para que no colaborásemos”, dice, antes de
concluir: “Pero todo aquella acción fue muy importante para conseguir la
democracia”.
Fueron los últimos presos obreros del franquismo. Los que con su resistencia en la tierra del Caudillo ocuparon las portadas de The Guardian, de Le Monde, del New York Times.
“Estoy en condiciones historiográficas, es decir, científicas, de
afirmar que la clase obrera gallega, y la de Ferrol en particular se
colocó en primer plano de las luchas sociolaborales por la democracia”,
asegura Gomez Alén. Aquel sindicalismo entendía de política y recogía la
experiencia de Bazán en la República, cuando los operarios se opusieron
con armas en la mano al levantamiento fascista del 36.
“En los sesenta
llegaron a tener dentro una vietnamita”, explica, “todavía hoy continúa
siendo una factoría con un elevado nivel de sindicación de los
trabajadores y eso responde a una tradición”. Y en este punto coinciden
de nuevo investigador e investigado.
“Porque la Transición no fue una
operación de ingeniería de unas cabezas pensantes”, resume el
historiador, “sino el resultado de la presión desde abajo de un sector
de la sociedad, de los obreros”. (El País, Galicia, 09/03/2012)
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