19/3/18

La noruega Arnhild Utheim, única superviviente del hundimiento de un crucero en 1948 frente a la costa gallega, vuelve al lugar donde el mar le perdonó la vida

 La noruega Arnhild Utheim, la única superviviente del naufragio del 'Thalassa', en Baiona. EL PAÍS)

"Ese relicario de naufragios que es Galicia reserva un lugar especial para la historia de Arnhild Utheim. En la mañana del último día de 1948, cuando tenía 10 años, amaneció vestida tan solo con un chaleco salvavidas en una playa de cabo Silleiro, en Baiona (Pontevedra). Los soldados que allí la encontraron no entendían sus balbuceos.

 Aquella pequeña acababa de emerger del océano embravecido hablando noruego. El Thalassa, un yate de 28 metros de eslora en el que viajaba con toda su familia y otra decena de personas hacia las islas Galápagos, se había partido en dos contra las traicioneras piedras submarinas de A Punta do Lobo. Todos menos ella habían muerto.

Siete décadas después y con 80 años, Arnhild vuelve a la playa a la que fue arrojada por la galerna para empezar una vida muy distinta a la que había soñado con su familia. Esa “cama de rocas” sobre las que se durmió exhausta después del naufragio y en la que despertó no sabe cuánto tiempo después, “incómoda y dolorida”, con dos intrigados militares gallegos caminando hacia ella. 

“Sé que me abrigaron con una manta, pero de ese día ya no recuerdo nada más”, admite por teléfono horas antes del homenaje a las víctimas del Thalassa que celebraron ayer el Ayuntamiento de Baiona y el hotel Talaso Atlántico.

Arnhild, acompañada de sus padres, Arne y Svanhild, y de sus dos hermanos de 9 y 14 años, Erling y Skjalg, formaba parte de una expedición de emigrantes noruegos golpeados por la Segunda Guerra Mundial, que aspiraban a ganarse el pan a orillas del Pacífico montando una fábrica de salazón.

 Después de festejar la Nochebuena en el Náutico de Vigo con cena y danzar de acordeones en la cubierta, la familia y su tripulación, cargados con la maquinaria para su proyecto de negocio en las Galápagos, soltaron amarras rumbo a la ciudad portuguesa de Oporto. Pero el fuerte temporal de aquella madrugada del 31 de diciembre les hizo cambiar de opinión. Trataban de regresar al puerto vigués huyendo de la tempestad cuando a la una y media de la madrugada las rocas de Punta do Lobo reventaron el casco del Thalassa.

Cuando los soldados que la encontraron en la playa le acercaron un papel en blanco, la pequeña Arnhild entendió el gesto y escribió su nombre con trazos ensangrentados por las heridas de sus manos. En el pueblo le curaron a la niña náufraga los cortes y contusiones y una semana después regresó a Noruega para ser criada por una tía suya.

 “Mi tía era muy estricta y no quería ni oír hablar de lo ocurrido. Hasta 21 años después no supe absolutamente nada de Baiona”, cuenta Arnhild sobre la cárcel de silencio en la que fue encerrada. “Luego tuve suerte con mis trabajos, con mis jefes, he tenido un buen esposo y una buena hija, la vida me ha sonreído. Lo que he echado en falta ha sido a mi familia más cercana”.

Días después del naufragio, cuando Arnhild ya estaba en Noruega, el mar devolvió a tierra los cuerpos inertes de algunos de los que emprendieron con ella la fatídica travesía. Tardó mucho tiempo en saber, por el férreo mutismo de su tía, que uno de aquellos cadáveres recuperados era el de su madre, a la que pudo identificar por una fotografía publicada en la prensa. Fue 21 años después de volver a nacer, cuando con ayuda del Consulado de Noruega buceó en los archivos, reconstruyó la tragedia y pisó por primera vez Baiona.

El cuerpo de su madre fue enterrado en el cementerio de este municipio gallego en una fosa común con el resto de víctimas. Una vecina llamada Carmen se encargó de cuidar con esmero la tumba, una tarea que heredó su hija Flora cuando ella murió. “La gente de aquí me ha dado mucho calor”, agradece Arnhild.

Tanto impresionó el hundimiento del Thalassa a los habitantes de la comarca que otra pequeña nacida en la zona solo siete meses después fue bautizada como Arnilda en honor a la superviviente noruega. 

Su padre había sido uno de los marineros que recogieron lo que quedó del barco. Una maqueta elaborada por José Rodríguez Fernández tras un laborioso trabajo de documentación muestra desde ayer en Baiona cómo era aquel crucero que curvó el rumbo de la niña náufraga."               (Sonia Vizoso, El País, 15/03/18)

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