Susana Castro con su hija Clara en brazos
"Ha nacido Clara. La última vez que los vecinos de Froxán pudieron
anunciar un hecho semejante fue cuando vino al mundo Javier, el pequeño
de la Casa de Río, hace ya casi 27 años. El nacimiento de la niña, el
pasado día 23, es, de verdad, la noticia del siglo en este valle de O
Courel de casas apiñadas, encaramadas a la ladera como los jubilados se
arriman a la cocina de hierro para atravesar los meses de nieve.
En el
XXI no se recuerdan acontecimientos más grandes: el pueblo medieval, con
medio centenar de viviendas conservadas en buen o razonable estado, fue
declarado por la Xunta Bien de Interés Cultural (BIC) en 2007 por su
valor etnográfico. Se pavimentaron las calles y se instaló un elemental
alumbrado público, pero ser BIC no le valió de gran cosa a la localidad.
Poco antes, Susana Costa (administrativa), y Toño Visuña (soldador
primero y cocinero del Real Club Marítimo de Barcelona después),
abandonaron Cataluña y abrieron un alojamiento de turismo rural, A Casa
da Aira, que puso el nombre de Froxán (y su Fonte do Milagro) en los
mapas turísticos y los suplementos de viajes. Traían con ellos un bebé,
Arnau, nacido en El Vallés, y fue el propio Arnau, que ahora tiene ocho
años, el que decidió que su hermana, esa niña destinada a traer la luz
al pueblo, se llamase Clara.
El municipio lucense de Folgoso do Courel, tesoro de biodiversidad,
se va apagando con cada muerte, con cada partida, al tiempo que espera
que algún día la Administración gallega cumpla su palabra y lo declare
parque natural. Pero mientras lo dicho es mera promesa, los cráteres de
las pizarreras son cada vez más hondos y sus escombros ciegan los ríos.
En los setenta eran más de 3.600 habitantes y hoy son menos de 1.200 en
todo el ayuntamiento (25 de ellos, en Froxán). Hay años en los que no
nace un niño, y aunque aquí los ancianos son longevos, van cayendo del
padrón como las hojas de los castaños.
El éxodo ha sido masivo. Según la aldea a la que perteneciesen, los
jóvenes huyeron mayoritariamente a Suiza, a Barcelona o a Madrid. Con la
crisis, los primeros no han vuelto. Los que están regresando son los
que emigraron dentro de España, o quizás ya sus descendientes.
Toño
había marchado de aquí a los 18 años. Él era de un enclave, A Pendella,
hoy prácticamente derrumbado. La abuela de Susana (que ya nació en
Barcelona), de los prados de A Campa, engullidos hace décadas por la
empresa pizarrera más poderosa del mundo.
En agosto, y esta es la segunda mejor noticia que conoció Froxán en
mucho tiempo, llegaron al pueblo, procedentes de Tarragona, David
Rodríguez (arquitecto) y Sonia García (administrativa), padres de
Victoria, una niña de tres años, y Adriana, de 19 meses. El único
vínculo con este valle del río Lor era una casa vieja.
El derrumbe de la
España del ladrillo obligó a David a cerrar el estudio y Sonia pidió el
finiquito en cuanto avistó negros nubarrones en su empresa. Arreglaron
la vivienda de Froxán en la que se había criado la abuela de él (ella es
de Jaén), y desde que arribaron la vida les parece mejor. A David le
surgen trabajos en un municipio próspero en ilegalidades urbanísticas y
ruinas a buen precio por rehabilitar.
“Yo no digo ‘por desgracia’; digo
‘por suerte cerramos el estudio’. Ni digo ‘por culpa’ de la crisis, sino
‘gracias’ a ella”, comenta el arquitecto, cuando se le pregunta por el
vuelco que ha dado su vida. Aquí las niñas no tienen parque infantil,
pero pueden jugar al escondite en la barriga hueca de un árbol
centenario.
La mayor empezará a ir al colegio, el único, en Seoane do Courel, el
próximo curso. Se sumará a los ocho niños de Infantil a los que la Xunta
les niega aula y profesores en su afán de recortar, sentenciando a
muerte la Galicia despoblada.
En el centro, que además perdió la
profesora de Ciencias este año, hay Primaria y Secundaria, pero ninguno
de los grupos de edad es tan numeroso como el que componen los alumnos
de Infantil. Para que los pequeños no tengan que marchar a un colegio de
otro municipio, los profesores, militantes del espíritu de
supervivencia de la montaña, se han organizado para educar en Seoane a
los menores de seis años.
Son docentes de niveles superiores que dan
Infantil por amor al arte. Los niños de todos los cursos, una treintena
en total, juegan siempre juntos. Todos son amigos.
Y en esta familia de 30, hay cierta variedad. Hijos de autónomos que
montaron pequeños negocios relacionados con la hostelería y el turismo; o
de trabajadores en activo de las canteras; o de pensionistas de 40
años, que se jubilaron de las pizarreras, enfermos de silicosis; o de
soñadores que recalaron aquí buscando un mundo mejor y agua sin sabor a
cloro.
En O Courel no hay muchas más alternativas laborales: los
trabajos forestales que encargan las diversas Administraciones recaen
siempre en grandes empresas de fuera que traen con ellas personal de
Centroeuropa a bajo precio.
Tegra ya ha cumplido tres años y va al colegio todos los días vestida
como una princesa. A ella le correspondió en 2009 un papel aún más
complicado que el que le toca ahora a Clara de Froxán. Si Clara es la
primera criatura que ve la luz en el pueblo protegido después de tanto
tiempo, Tegra llenó de olor a bebé un pueblo fantasma.
El último
habitante de Hórreos hizo las maletas incluso antes de que naciese
Javier de la Casa de Río, el penúltimo hijo de Froxán. Hórreos era
cabecera parroquial, un pueblo grande de casas robustas, con iglesia,
camposanto y una fuente para todos que dejó de ser generosa.
Coincidió
que se adueñó de aquellos montes el Icona y que sus ingenieros se
empecinaron en infestarlo todo de pinos. Prohibieron a los vecinos dejar
suelto el ganado y, con la excusa de que las cabras se comían los
retoños de los árboles del Estado, los guardas forestales se cebaron a
multas con el pueblo. Al final no quedó nadie. Y Hórreos desapareció
incluso de la señalización vial.
Durante 30 años, el pueblo fue destruido por una suerte de turismo
okupa. En sucesivas oleadas acogió todo un catálogo de tribus urbanas y
aquello acabó como el rosario de la aurora. Todos los vecinos de O
Courel se saben esa historia del caballo de Segundo, un animal pacífico
que comía manzanas de la mano y que un grupo de indeseables sacrificó en
lo que aquí se interpretó como un rito satánico. Apareció abierto en
canal y sin corazón sobre una cama, en una de las mejores casas de
Hórreos.
Hace cuatro años, Pilar Veiga y Pedro Romeo, profesora de Lugo y
músico de A Estrada, se prendaron del lugar, indagaron hasta encontrar,
en Ponferrada, a los propietarios de uno de los inmuebles en ruinas, y
los convencieron para que se lo vendiesen por 6.000 euros.
Querían ser
cabreros, devolver a Hórreos ese ganado perseguido por la autoridad.
Acababan de reponer la cubierta de la casa cuando nació Tegra. Después,
al menos un par de familias, una de Madrid, otra de Vigo, tantearon la
posibilidad de comprar sendas casas en el pueblo, pero hoy Pilar y Pedro
siguen sin vecinos. Y Tegra solo ve niños cuando va al colegio.
Antes de agosto, cuando llegaron a Froxán Victoria y Adriana, a Arnau
le pasaba igual. En O Courel el niño es especie en extinción, por eso
la Xunta tampoco pone pediatra. El más cercano, a 18 kilómetros de ruta
de montaña, atiende en el municipio de Quiroga solo un día a la semana y
las urgencias están en Monforte, a más de 40 de distancia.
Ahora Arnau
se encuentra bastante recuperado, aunque aún debe vigilarlo un nefrólogo
infantil que no existe en todo Lugo. Su problema de riñón es
consecuencia, también, de la mezquindad administrativa para con los
pueblos que no pesan en el censo electoral. La familia tuvo que esperar a
la cita con el médico de niños toda una semana, y cuando al fin les
tocó, una infección de orina no detectada había hecho estragos." (El País, Galicia, 07/12/2012)

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