"(...) En el caso
del accidente ferroviario que da pie a estas consideraciones son de
aplicación las nociones antes expresadas. Se trata un punto de la red en
el que un nuevo trazado desemboca en una red más antigua y en el que,
por las condiciones del trazado, la velocidad tiene que ser reducida
considerablemente en un corto espacio por motivos de seguridad.
Lo primero que hay que conocer es cómo estaba previsto realizar esta reducción en el proyecto -y, en consecuencia, en la documentación de operación- y, después, ver si se cumplían en la instalación las prescripciones del proyecto.
Si la previsión no era la adecuada o la instalación no se había
realizado conforme a lo previsto, ahí está la primera responsabilidad y
es de agradecer a los conductores su pericia que ha permitido que no
ocurriera antes ninguna otra desgracia.
Tal vez el maquinista
cometiera errores; eso lo determinará la instrucción judicial, pero, si
no violó positivamente las normas de funcionamiento o forzó
irresponsablemente algún automatismo que no pudiera haberse protegido,
la responsabilidad fundamental está en quienes no dispusieron los
mecanismos adecuados de seguridad y dejaron innecesariamente la
integridad y la vida de cientos de personas al albur de actuaciones
humanas de difícil control.
Lo que no tiene sentido es la
criminalización a priori del conductor que se ha llevado a cabo, porque
el estado de la técnica permite y exige que determinadas actuaciones
críticas –una de ellas la limitación usual de velocidad en un tramo- no
dependan de la pericia del conductor y éste sólo deba ser responsable de
violaciones torpes o malintencionadas.
El maquinista que alimentaba el
carbón, cargaba el agua, vigilaba la vía, dejaba pasar los rebaños de
bisontes y rechazaba a los indios con un rifle debe pasar a ser
definitivamente una imagen del cine del oeste.
La discusión de si
era oportuna esta u otra tecnología de control es ociosa, aunque sea el
único tema que aparece en el morbo periodístico. Ése sí es un detalle
técnico que tenía que resolver el contratista y aprobar el adquirente
del sistema –después de haber especificado sus requerimientos-, y para
el que hay diversas soluciones dependientes, como siempre, de múltiples
factores.
Se podía utilizar el sistema que venía funcionando en la línea
nueva, disponiendo de las balizas adicionales; se podían implementar
modificaciones ad hoc en él, aunque le guste muy poco al
contratista si se sale de la parametrización prevista; se podían
disponer módulos adicionales conectados al sistema de control, si lo
permite, o en paralelo con él, en caso contrario, ya que el tren está
configurado para admitirlas.
Lo que no es admisible es ignorar el
problema y decirle al conductor –perdón por la caricatura-: “cuando
llegue a la zona X tome los mandos y esté atento a las señales porque
hay curvas peligrosas”, porque puede distraerse, marearse o confundirse.
(No es casual el que uno de los primeros controles de esta posibilidad
se llame, un poco siniestramente, “de hombre muerto” –podría ser
“dormido”-, que detiene el tren si se deja de pisar un pedal).
El
que se trate de una nueva línea de velocidad más alta que muere en otra
de velocidad menor es irrelevante para la valoración del caso. Sensu contrario,
si la razón del desastre es que se ha diseñado la nueva línea sin tener
en cuenta dónde acababa, se trataría de un agravante serio
. Da
escalofríos pensar que se contratara poner una línea hasta la nada.
Da
la impresión de que se trata de un proyecto chapuza, dicho con todas
las reservas de quien no lo ha examinado, o de una realización chapuza o
negociada a la baja. Y esta impresión se refuerza con la noticia
aparecida en la prensa de que Adif ha instalado o va a instalar balizas
en todos los tramos semejantes y a revisar las líneas.
A buenas horas,
mangas verdes. ¿Qué ha cambiado en el mundo desde que se inauguró la
línea? Parece que el asunto era obvio, pero sólo se reacciona a golpes
de muertos.
5.- Conclusión
Según se indicó en el
primer párrafo, se ha intentado dar información que acote y oriente la
investigación de las responsabilidades según el actual estado del arte
en el campo considerado.
La respuesta a la pregunta de si se podía haber evitado la tragedia es: sí. Y con muy poco coste.
Al
final se ve, como se anunció, que el asunto es político. No se trata
sólo de la posible torpeza de unos funcionarios, que habría que
investigarla, sino de la desnaturalización de la misión del Estado por
la privatización –directa o indirecta- de sus funciones y recursos, y su
puesta al servicio de gestores de sus propios intereses particulares o
de grupo. Lo mismo que en educación o en sanidad. Su nombre:
neoliberalismo." (Manuel Martínez Llaneza. Profesor Titular de la Universidad
Politécnica de Madrid (jubilado). Profesor de Ingeniería de Proyectos, Rebelión, 20/05/2014)
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