"Galicia no arde,
la queman". Esta frase resurge de las cenizas cada año en la época
estival. Cuando el uno de julio suenan las alarmas por riesgo alto de incendio,
la población gallega sabe que las malas noticias no tardarán en llegar y
que más pronto que tarde una humareda negra teñirá los cielos.
Este año
la alta temperatura, el viento y la falta de humedad propiciaron que ya
se produjese el incendio más grande del año en Monterrei (Ourense). Más de 1000 hectáreas quemadas en tres días.
Según datos del Ministerio de Agricultura, en 2019 en España se registraron 3.593 incendios.
En Galicia ardieron más de 6.840 hectáreas por 1.676 siniestros, 1.294
de menos de una hectárea. De estos focos la Xunta no informa, tampoco
de aquellos inferiores a 20 hectáreas a no ser que pongan en peligro a
un núcleo de población o a un espacio verde protegido.
La región del
Noroeste de España representó el 45,98% de superficie forestal afectada.
Sin embargo, los últimos datos relativos al 2020 apuntan a que esta área ya agrupa el 72,06% de la zona forestal quemada y un 61,94% la arbolada, y de ahí surgen respuestas.
Preguntado por la causa por la que arde Galicia, el catedrático de la Universidade de Vigo (Uvigo) Luís Ortiz, sostiene que "no podría ser de otra manera" y que lo raro sería que "no ardiese". Son varias las cuestiones que se entrecruzan para explicar la problemática. En primer lugar, el profesor de Ingeniería de Recursos Naturales postula que en Galicia existe un "combustible" que hace posible el fragor de las llamas. La superficie forestal en la comunidad asciende a dos millones de hectáreas y el 70% del total son terrenos arbolados. También, Ortiz mantiene que la ordenación del territorio es un factor clave para resolver la cuestión.
"La ordenación
estará en un 4 o 5% de superficie. El 98% de los montes son propiedad
pública y no están explotados. Hay más de 650.000 propietarios y el
minifundio no lo favorece", prosigue. De muchos terrenos de las zonas
rurales se desconocen los dueños, las superficies están abandonadas y no
existe un cuidado preventivo ya que la falta de ganado propicia que los
matorrales y la masa vegetal continúe creciendo, lo que favorece
llegado el momento a la propagación del fuego. Las especies que abundan
en Galicia en las áreas arboladas son el pino y el eucalipto, dos variedades muy pirófilas.
La Asociación Galega de Custodia do Territorio
(AGCT) coincide en que el principal problema radica en la planificación
de las zonas y que por consecuencia lastra el desenvolvimiento rural,
puesto que aquellas personas que deciden dedicarse a la agricultura y a
la ganadería no pueden hacerlo porque no hay espacios suficientes.
Cuenta su secretario técnico y biólogo, Martiño Cabano, que estos
lugares están ocupados por pinos y eucaliptos y en medio de esas
plantaciones se construyeron casas, algo ilegal que ha desembocado en
denuncias todavía sin resolver.
Por su parte, la ordenación del territorio no se incluye dentro del discurso de la Xunta de Galicia. Consultado por Público,
el director xeral da Defensa do Monte, Tomás Fernández Couto, sostiene
que "difícilmente" la ordenación del territorio ayuda, puesto que las
personas que "están poniendo incendios por la noche" no tienen que ver,
sino que es propiamente un "delito". En ello insiste Fernández, que
recalca que para que sigan disminuyendo los incendios forestales tiene
que "desaparecer la acción de las personas que queman".
En la comunidad el 80% de los incendios se producen con intención de quemar. Según el último informe del Ministerio de Agricultura del decenio 2006-2015, en España el 37,85% de los siniestros se originan por la quema agrícola ilegal y
abandonada; el 29,99% por la quema para regeneración de pastos y solo
un 7,17% por pirómanos. Los datos sobre las negligencias en el Noroeste,
en comparación con otras zonas reflejan que el número es mucho menor:
Un 14,5% frente a las comunidades interiores o con el Mediterráneo, que
se sitúa casi en un 45%.
La actividad incendiaria
en Galicia tiende a repetirse en las mismas zonas. En 2014 la Xunta
fijó hasta 79 parroquias con riesgo de incendio, pero este año
disminuyeron hasta 28. De ellas 22 son de la provincia de Ourense,
cuatro de A Coruña y dos de Pontevedra. Según la Consellería do Medio
Rural no hay una "línea común" entre estos territorios con factores que
se repitan, pero sobresalen incendios delictivos que tienen que ver con
"quema de chatarra" o de "material eléctrico para eliminar el plástico
que cubre el cobre".
La quema de montes y
pastos para dar otro uso al suelo está muy arraigada en Galicia,
principalmente en Ourense. En un pasado la población prendía fuego a la
zona porque no existía apenas vegetación y se podía controlar, pero a
día de hoy es imposible. El Gobierno gallego prohibió hasta el 30 de
septiembre, cuando finaliza la época de incendios, las quemas de restos
agrícolas y forestales. "Hay gente que prefiere tener pastos y que
quiere tener otras explotaciones forestales, pero también hay que
señalar las redecillas vecinales y problemas entre ellos", señala el
profesor.
El fuego forma parte de la mitología gallega:
leyendas, la queimada, la noche de San Juan... Pero la práctica juega
en su contra. "Al no haber un cariño profundo al monte, los territorios
se tienen como se tienen", prosigue Ortiz. Considera que en Galicia el
territorio verde no se valora y no se considera algo útil, y por ello
antes o después alguien lo intentará quemar. Los días 30-30-30 (grados,
vientos km/h y días sin llover) son los más temidos para la comunidad,
ya que, muchos incendios, sobre todo los GIF (Grandes Incendios
Forestales), no son posibles de apagar hasta que mudan las condiciones
meteorológicas.
La apuesta por la extinción sin prevención
Durante las últimas décadas se ha apostado por la extinción de los incendios.
El cambio climático amplía la sequía de verano y las brigadas contra
incendios, que pueden tener contratos de nueve o seis meses, terminan el
trabajo cuando todavía no han empezado los problemas. La Xunta ha
invertido 180 millones para el Plan de prevención e defensa contra os
incendios forestais en Galicia (Pladiga), que se destina a medios
humanos y técnicos como hidroaviones (cuyo vuelo puede rondar la hora
entre 5000-6000 euros), avionetas y helicópteros.
"Todo este dinero se debería gastar de forma sistemática en crear cortafuegos,
puntos de agua y propiciar la silvicultura", añade el profesor, puesto
que de momento no es posible impedir que los montes ardan. Sigue el
biólogo Martiño Cabano: "Si conseguimos que determinadas zonas tengan
una orla de vegetación autóctona creando franjas de protección se
favorecerá la lucha contra incendios", así como promover "un tipo de
ganadería extensiva" para contribuir a una defensa "a largo plazo", la
única posible para él.
El Gobierno
autonómico ha tenido que enfrentar la misma semana en la que ha tenido
lugar el incendio en Monterrei el anuncio de la huelga de los técnicos de prevención de incendios,
que denunciarán ante la Consellería sus condiciones laborales y la
"falta de interés de la Xunta por negociar", protesta que empezará el
uno de agosto. Mientras tanto, la actividad incendiaria no cesa. El
pasado martes el Gobierno gallego registró cinco incendios en menos de una hora en Cotobade (Pontevedra).
El Ejecutivo de Feijóo espera que este año ardan menos de 17.000
hectáreas. Aunque se cumplan sus expectativas, ya brotó la cicatriz del
bosque quemado en Galicia." (Alba Tomé, Público, 01/08/20)
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