"El año 2022 fue un récord de suicidios en la zona de A Coruña desde que el Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga) empezó a ofrecer datos en el 2006. Mientras que la mayoría de los años las muertes autoinflingidas en el área (formada por el partido judicial de A Coruña y los de Betanzos, Carballo y Corcubión) están en torno a las 70, el año pasado se llegó a las 86. Solo se habían superado las 80 en 2012 y 2014, en plena crisis tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, y, para el psicólogo clínico y miembro junta de gobierno del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia, José Berdullas, no es casualidad. “Tenemos una tendencia creciente en suicidios consumados, y hay una variable clarísima: la tercera parte de los episodios depresivos están relacionados con la precariedad laboral”, destaca, “y llevamos unos años en que la precariedad es más habitual de lo habitual” (teléfonos de la Esperanza frente al suicidio: 911.385.385, 717.003.717, 981.519.200, además de 112 y 061).
Según señala Berdullas, el Imelga solo registra las personas que perdieron la vida, y no los intentos de suicidio, aunque, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la relación es de uno a veinte. Pero atendiendo a dos variables relacionadas, el número de consultas en salud mental y el consumo de fármacos psiquiátricos, “en los últimos quince años ha habido dos periodos que destacan: unos es la crisis, en torno a 2011, y otro la pandemia”
Esto último lo respalda el presidente de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias en Galicia y jefe de este servicio en el Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac), José Manuel Fandiño. “Después de la pandemia hemos notado un repunte de patologías psiquiátricas, que se ha mantenido en el tiempo”, explica. Entre las intervenciones que se efectúan en Urgencias, desgrana, se encuentran intentos de suicidio y ataques de ansiedad. “Las condiciones de vida malas, precarias, en las que una persona no es capaz de sostenerse, son un riesgo gravísimo”, resume Berdullas, que señala que “estamos hablando de pobreza real”.
En el conjunto de la comunidad se produjeron el año pasado 16 suicidios de personas de 30 años o menos, y entre esta edad y los 40 fueron otros 33. La franja de 41 a 60 años concentra 134 casos, y la de 61 a 80 otros 96, mientras que a partir de los 80 se produjeron 61 muertes. Son en total 340, y Berdullas recuerda que en Galicia “estuvimos debajo de 300 suicidios hace unos años”, con lo que el incremento es “muchísimo”. La mayoría de los fallecidos, 235, son hombres. El Gobierno dispone del número 024, al que pueden llamar gratuitamente las personas con pensamientos suicidas para pedir ayuda.
Berdullas puntualiza, sin embargo, que al contrario que otros años el informe “no detalla las muertes de menores”, y se pregunta “cuántos casos son en adolescentes”. El psicólogo recuerda que esta es, en muchas ocasiones, una etapa marcada por “la incertidumbre, la vulnerabilidad, el acoso escolar, y muchas veces por la soledad”. El Gobierno gallego, indica, ha desarrollado un proyecto para prevenir suicidios en institutos, lo que indica que “creen que hay un problema que abordar”.
Fandiño señala que en urgencias se ha visto un incremento de los problemas psiquiátricos en jóvenes, algo que cree que puede relacionarse con la soledad del periodo de confinamiento, aunque recuerda que la psicología no es su especialidad. Berdullas defiende que los adolescentes actuales “no son más frágiles”, sino que “la sociedad cambió” y “la presión” que sufren es mayor que antes, por factores que van desde las redes sociales a una mayor distancia generacional con sus padres.
En cuanto a los mayores, el miembro de la junta del Colexio de Psicoloxía lo vincula con la “soledad no deseada”, que en el rural se relaciona con la despoblación y en el entorno urbano con la pérdida de fuerza de las “redes comunitarias”, parte de las cuales se desmontaron por el coronavirus. Para Berdullas, la lucha contra el suicidio pasa por “fomentar una mayor justicia” social y dar a los ciudadanos “una vida digna” y por proporcionarles “profesionales accesibles” para que cada persona en riesgo pueda acudir a un profesional “rápido y sea adecuadamente atendido”, algo que con el actual sistema de sanidad pública “no es posible”.
Hablar para salvar vidas
Otro aspecto positivo, para Berdullas, sería “poder hablar de esto en ámbito social” y sacar el estigma sobre las personas que tienen pensamientos suicidas. Esta es la misma postura de la psicóloga de la Asociación Española contra el Cáncer en A Coruña, Rosa Trillo, que explica que la comunicación es una solución tanto a nivel individual como social. “Solemos evitar hablar de este tema cuando una persona lo manifiesta”, explica, “como si fuésemos a solucionar así el problema, cuando hay que establecer un contexto de comunicación” para luchar contra él.
Trillo no atiende preferentemente casos de conductas suicidas, pero sí acompaña a personas con cáncer y sus familiares (se puede pedir ayuda a la asociación, en otro número gratuito, el 900.100.036) e indica ven hay “algunos casos”. Entre los “factores de riesgo”, que no implican que se vaya a intentar el suicidio pero sí apuntan a una predisposición, está la depresión, los antecedentes de enfermedad mental o intento de suicidio, y la sensación de estar solo, ver la vida con “desesperanza” o sentir que uno no es capaz de gestiona la situación en la que vive.
Limita el peligro para la persona, por el contrario, sentirse acompañado, tener un buen apoyo social y confiar en el médico que lo atienda. A las personas con este problema, indica Trillo, hay que “escucharlas desde la empatía: hay la idea de que cuanto más se habla más ganas va a haber de suicidio, cuando es todo lo contrario, reducimos el riesgo”. (Enrique Carballo, La Opinión, 06/09/23)
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