"Julio Gil Pecharromán y Luiza Iordache Cârstea identifican en el Reino de España tres variantes populistas, dos en el campo de la derecha: el populismo neoliberal, partidario del Estado mínimo y del gobierno de una élite tecnocrática; y la derecha radical populista, ultrapatriótica y xenófoba, heredera (y modernizadora) de la vieja cepa franquista. Otra en la izquierda, que denominan “social-populismo poscomunista" surgida del 15M y las movilizaciones antisistema.
Contemplado como 'estilo político', 'formato de comunicación', 'discurso', 'construcción de un imaginario colectivo' o 'expresión de la política contenciosa' es fácil encontrar trazas de populismo en la mayoría de los partidos. En unos como fundamento y en otros como consecuencia de la contaminación cruzada que favorece la mediatización de la política. Con todo, el populismo sometido a escrutinio crítico, con voluntad de proscripción política, es esencialmente el populismo de izquierdas por ser el que impugna —y aspira a superar— el Régimen del 78.
La cruzada contra el populismo impulsada desde 2014 por los medios conservadores edulcoró el populismo neoliberal y el de la ultraderecha. En el libro El populismo en España. Claves de identificación y presencia en los partidos políticos (Dykinson, 2003), Juan Manuel Burgos e Santiago Leyra-Curiá confeccionaron un índice del grado de populismo de los partidos. Los autores están vivamente preocupados por la emergencia de la razón populista de izquierdas y el resultado de su investigación no deja de ser tan chocante como ridículo. De mayor a menor grado de populismo: Unidas Podemos: 8,8; ERC: 8,2; PNV: 7,1; PSOE: 6,9; Vox: 5,8; PP: 4,4; e Cs: 3,8.
Les duele el populismo de la izquierda. En Galicia, sin embargo, los populismos más duraderos estuvieron históricamente —y están, en la actualidad— relacionados con el PP y el PSOE— Fraga, Paco Vázquez, José Luis Baltar, Abel Caballero...— o fueron utilizados como solución extrema para estancar el cambio político (Pérez Jácome).
Fraga, el populismo autoritario
En un vídeo electoral de 1977, Fraga afirmaba con rotunidad que Alianza Popular era “una fuerza populista” e insistía: “Somos una fuerza populista que viene del pueblo y va al pueblo, contra los viejos y nuevos caciques”. El relatorio del III Congreso de AP, redactado por él en 1979, definía el partido como populista, conservador y reformista. En su libro Ideas para la construcción de una España con futuro (Planeta, 1980), aboga por un “verdadero populismo (...). Ni podemos renunciar a él, ni actuar de forma incongruente con esa idea; en la que quepa todo el pueblo, toda la sociedad real”. Para Fraga, el populismo no era una idea pasajera.
Fraga no fue capaz de encontrar una fórmula populista triunfante que lo llevase a la Moncloa. Lo consiguió en Galicia. En 1981, arropó, como presidente de Alianza Popular, la campaña de Gerardo Fernández Albor con el lema “Gallego como tú”. En 1989, se presentó a las autonómicas con un eslogan rotundo: “El presidente para un gran Pueblo”. Carlos Calvo definió el fraguismo como un “proyecto hegemónico a la vez regresivo y modernizador, impulsado por un populismo autoritario que se abalanzó sobre el galleguismo histórico como fuente de legitimación democrática”. Una exitosa estrategia que “a través de la piratería simbólica de la expropiación y la confiscación de los referentes galleguistas”, permitió a la derecha crear un “nuevo galleguismo desactivado de toda carga soberanista y que consiguió hacerse tremendamente popular”. En la matriz, un populismo autoritario que tenía mucho en común con el populismo de Margaret Thatcher.
La oposición afeará su populismo rebajándolo a folclorismo. Bautista Álvarez denunciará su “populismo gastronómico” y destacará que “es a través de la gastronomía donde tradicionalmente se practica el clientelismo” y “donde se reparte el pastel”. Camilo Nogueira le critica que su “populismo es la negación de la democracia, de la política auténtica, de la seriedad, de la imaginación y del rigor”. Xosé Manuel Beiras lo va a señalar como un “un populista que manipula al pueblo, como Perón”. En la polémica, Fraga no renegará de su populismo. Contestará con retranca a Beiras que “no hay que ser ruso para ser un buen populista” y se reafirmará en la idea de que “populista es simplemente el hombre que cree en el pueblo”. Corregirá a Nogueira: “El populismo es una de las más nobles palabras de la historia del pensamiento político”.
El ideario de Fraga definirá un complejo —y muchas veces contradictorio— mix de conservadurismo autoritario y neoconservadurismo, con trazas de democracia cristiana, populismo, regionalismo galleguista fuerte e, incluso, un keinesianismo confiado en la intervención determinante de la Xunta. Contradictorio, afirmándose en su elitismo y, al mismo tiempo, en una política de proximidad a la que se le ajusten eventos masivos y de creación popular. Hiperliderazgo y autoridad omnipotente y omnipresente como expresión personalista de una revolución conservadora pasiva y desde arriba. Sus resultados: un régimen de partido ultradominante y la institucionalización Autonomía gallega como una construcción conservadora.
Francisco Vázquez, el localismo populista
A pesar de todo, en Galicia, el populismo empezó antes a destilarse como localismo a causa de la disputa por la capitalidad. La designación de Compostela como sede de las instituciones autonómicas fue duramente contestada por las fuerzas vivas de A Coruña que entendieron que se vulneraban los derechos históricos de la ciudad. La indignación ciudadana se tradujo en movilizaciones masivas y en una oposición política unánime de las agrupaciones coruñesas de la UCD Alianza Popular y el PSdeG.
El coruñesismo cristalizó, inicialmente, como reacción a la frustración por la elección de Compostela como sede del autogobierno y, después, como materia para la imaginación populista de una nueva identidad en la ciudad. Un coruñesismo transveral que sería hegemonizado por Francisco Vázquez. En las municipales de 1983, solo obtendrían actas los partidos que apoyaran la capitalidad de A Coruña y Vázquez logrará su primera mayoría absoluta, revalidada después en 1987, 1991, 1995, 1999 y 2003. Su “largo mandato” suma 22 años, 10 meses y un día.
El principio activo del coruñesismo regresivo de Vázquez juntó localismo con grandes dosis de victimismo populista y conservadurismo —amparado en la pantalla progresista del PSOE—, cada vez más escorado hacia los posicionamientos antigalleguistas. Con el tiempo, el coruñesismo mutó políticamente en vazquismo: poder local ilimitado y un peso determinante en el PSdeG para definir su estrategia, directamente como secretario general (1980-1982 y 1994-1998) o indirectamente hasta la llegada de Pérez Touriño. El vazquismo formateará el PSdeG como un complemento subalterno del PP, se desentenderá del autogobierno gallego e investirá el municipalismo como su espacio de poder. Sus efectos más persistentes serían la desconexión de A Coruña de todo proyecto de país y la desactivación del PSdeG como alternativa real al Partido Popular.
El componente populista de la acción de gobierno de Vázquez se fue rebajando a medida que se convertía en un broker de las principales corporaciones económicas y mediáticas de la ciudad. Puente Ojea, que también ejerció como embajador en el Vaticano, lo cualificó con crudeza: “Paco Vázquez solo es un hombre de negocios” A Vázquez le vale más presentarse, aún hoy, como el abanderado del “coruñesismo invicto”.
Baltar Pumar, caciquismo popular y populista
El periodista Víctor Rodríguez resumió la biografía de José Luis Baltar Pumar en una frase: “Un historial político marcado por el populismo”. El prefería definirse como un “cacique bueno”. Un historial político de éxito, en todo caso. Antes de integrarse en el PP, su linaje política empata con el centrismo al que dio vida Eulogio Gómez Franqueira, en connivencia con el desarrollo del cooperativismo (UTECO, COREN) y la creación de la Caixa Rural de Ourense. De la UCD a Centristas de Ourense y a Coalición Gallega (CG). Centristas de Galicia en 1985, tras el cisma de CG. Al frente del nuevo partido dos hombres de Franqueira: Victorino Núñez, presidente, y José Luis Baltar, secretario general. Núñez, presidente de la Deputación desde 1979; Baltar, alcalde de Nogueira de Ramuín desde 1976 y sucesor suyo en la Diputación a partir de 1990.
En las baronías y cacicados de la derecha gallega es fácil diferenciar dos castas, una patricia y otra plebeya. Baltar, adornado de galleguismo blando y ourensanía, encarnó su expresión más popular y populista. Desde la Diputación tejió una red clientelar de fidelidades y de favores, desarrollando una suerte de Estado de bienestar bastardo que aseguraba empleos, servicios y ayudas a los leales. Políticamente poco cauteloso y bocazas, ensució las campañas electorales con acusaciones falsas y jugosas promesas. Abogó por un caciquismo sin escrúpulos y el recurso de las peores prácticas: “Buscar los votos donde sea, convencer a quien sea y robárselos a ellos o a quien sea”. En su idea, el éxito electoral lavaba toda mancha.
En las disputas partidarias batió con Fraga, ya en su crepúsculo, y se repuso a las injerencias de Feijóo en su feudo político. Se retiró en 2012 y se lo cedió en herencia a su hijo, Xosé Manuel Baltar Blanco. Dos años después fue condenado por realizar más de cien contratos irregulares de trabajadores en la Diputación, muchos de ellos compromisarios en el Congreso del PP de Ourense en el que se eligió Baltar Blanco como sucesor. La continuidad dinástica se quebró en 2023. Tras esquivar distintos escándalos, X. M. Baltar se vio obligado a renunciar a sus cargos al ser imputado en un delito de conducción temeraria. Se retiró mansamente y fue premiado con un puesto de representación autonómica en el Senado.
Abel Caballero, un populista neroniano
Vigo es ahora una suerte de Ciudad-Estado en la que Caballero concentra todo el poder. Combina un viguismo defensivo —de queja y protesta— con una identidad positiva y orgullo de ciudad. Sin marcas ideológicas fuertes, guarda las distancias, si es necesario, con el PSdeG. Alienta un antagonismo exacerbado contra la Xunta y explota de forma victimista los agravios presupuestarios con la ciudad. Abusa de un hiperliderato histriónico, saturado de egocentrismo, hiperbólico en emociones y narcisismo.
Un populismo neroniano que engorda con políticas de proximidad y el acercamiento informal a los ciudadanos. Incansable, es un alcalde stakhanovista, en campaña electoral permanente. El suyo es un populismo de orden, pragmático, muy competitivo y adaptado a las exigencias de una democracia de audiencias siempre en busca de la viralidad y el mayor impacto en el público. Un triunfo populismo como política-espectáculo.
Pérez Jácome, un populismo grotesco
En 2003 Gonzalo Pérez Jácome, gestor de un pequeño negocio familiar de instrumentos musicales, creó Democracia Ourensana (DO), un proyecto político personalista, ideológicamente desdibijado, “ni de izquierdas, ni de derechas, de Ourense”. Jácome imita los “empresarios políticos” del primer populismo como Jesús Gil o Ruiz-Mateos, con los que comparte trazos psicológicos y políticos: narcisista, extrovertido, audaz, destemido, provocador, malhumorado, grotesco, pero también carismático y popular.
Jácome aumentó su crédito ciudadano a base de impugnar el régimen caciquil del baltarismo y los límites estrechos del bipartidismo y la política convencional. Prosperó a caballo de la antipolítica y un caudillismo desbocado. Su política antagonista y contenciosa, denunciando la discriminación de Ourense, achicó el espacio de las fuerzas políticas de cambio y, en las municipales de 2015, Democracia Ourensana se convirtió en la segunda fuerza política en la ciudad. Y sería, de hecho, la oposición al alcalde del PPdeG, el exconselleiro de Educación, Xesús Vázquez, desbordando con su iniciativa a PSdeG y Ourense en Común.
No hubo sorpaso de DO al PP en las municipales de 2019. El PSdeG favorecido por el efecto Sánchez fue la lista más votada. Retrocedieron PP y DO. La correlación de debilidades de las dos derechas ourensanas facilitó la solución más impensable. Con el apoyo recíproco, Baltar ocupó la presidencia de la Deputación y Jácome la alcaldía. DO dejó de ser alternativa para ser complemento. Creció el descontento por el autoritarismo mesiánico de Jácome. La lealtad de Baltar duró poco e impulsó un motín en su grupo municipal. Jácome sobrevivió al cisma de Democracia Ourensana.
En las elecciones del 28M, los partidarios de la Orden aspiraban a la normalización del ayuntamiento impidiendo un nuevo mandato de Jácome y lisiando su capacidad para decidir la presidencia de la Diputación. Normalización que exigía minimizar electoralmente la anomalía populista (ultra)conservadora de DO. La operación de acoso y derribo de Jácome divulgando audios, en los que se acreditaban malas prácticas y se acumulaban indicios de delitos, arrebatos autoritarios y una grotesca personalidad, no erosionaron sus apoyos y favorecieron su victimización.
El pasado 23M, Democracia Ourensana se convirtió en la primera fuerza
política en el Ayuntamiento de Ourense: sumó más de un tercio de los
votos y 10 concejales. Como en 2019, a la derecha conservadora le valió
la derecha populista como solución de emergencia para ahogar las fuerzas
de cambio e impedir la democratización del gobierno municipal y de la
Diputación de Ourense." (Manuel M. Barreiro , El Salto, 12/10/23)
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